
La rebelión de Villarruel con Milei confirma la maldición de los vicepresidentes argentinos
MUNDO - ARGENTINA Carmen de Carlos*


Victoria Villarruel dio esta semana el campanazo. La vicepresidenta de Argentina estalló y dijo todo lo que el presidente Javier Milei preferiría no haber escuchado. Le tachó de infantil y de no dirigirle la palabra. «Cuando el presidente decida hablar y comportarse adultamente, podré saber cuáles son sus políticas, dado que no habla», publicó en su cuenta de X, tras dar luz verde a un aumento de pensiones para discapacitados y jubilados en contra de la postura del Gobierno.


El terremoto sacudió las filas de la Libertad Avanza y expuso las grietas de una pareja condenada a entenderse los cuatro años de legislatura.
Las declaraciones de Villarruel no han tenido respuesta directa de Milei que optó por retuitear a otros que la calificaron de «traidora», «demagoga» o «bruta». La comunidad internacional se quedó perpleja, pero los argentinos están acostumbrados a los enfrentamientos entre «la dupla» presidencial. Los vicepresidentes, desde que Argentina recuperó la democracia en 1983, han vivido enfrentamientos de diferente intensidad.
El caso de Milei tiene características propias. El presidente de Argentina, una persona peculiar por su forma de actuar en público tiene también unas conductas con sus colaboradores que empiezan a quedar expuestas muy a su pesar. A su primera ministra de Asuntos exteriores, Diana Mondino, la destituyó sin mediar una conversión o una palabra. Hoy en día sigue sin haber oído de labios de Milei una explicación sobre un despido que anticipó la prensa.
Las peleas entre los vicepresidentes y presidentes son de larga data, pero ninguna tenía ese barniz ambiguo o misterioso como los que tiene Milei cuando prescinde de alguien de su equipo o abre una brecha insalvable con la persona que tiene que ponerse al frente de las riendas del Gobierno cuando él está de viaje o de baja.
Carlos Saúl Menem, un peronista de raza, reconocía una vez en la Casa Rosada: «Si llego a decir lo que pensaba no me habría votado nadie». Menem mantuvo una relación correcta con Carlos Ruckauf durante su primer Gobierno. Lo que pensaba del exministro de Isabel Martínez de Perón que fue su «vice» no trascendió a la esfera pública. No sucedió lo mismo con Eduardo Duhalde, su segundo vicepresidente en el siguiente Gobierno consecutivo.
Duhalde, exgobernador de la provincia de Buenos Aires, del tamaño de Italia, soñaba con suceder a su jefe en la Casa Rosada. El Partido Justicialista veía en «Tachuela», apodo despectivo por su tamaño, un sucesor digno para conservar el poder, pero Menem no estaba de acuerdo.
El caudillo riojano, arquitecto de la mayor reforma estructural de Argentina de la segunda mitad de siglo XX, rara vez expresaba su malestar. Afable, con enorme don de gentes y considerado un auténtico seductor pese a sus patillas de banderillero y su melena modelo José Luis Rodríguez «el puma», no tuvo una palabra en contra de quien, se supone, debería haber sido su mano derecha. Menem dejó que Duhalde pensara que podía ocupar su lugar, pero, al mismo tiempo, se ocupó de «segar el pasto bajo sus pies».
La candidatura de Duhalde frente a Fernando de la Rúa en 1999 se hundió. El hombre que triunfó con el eslogan de campaña: «Dicen que soy aburrido» (y lo era, aunque también muy educado) saltó de la jefatura de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires (equivalente a gobernador) a la Casa Rosada donde duró menos de dos años.
Histórico miembro de la Unión Cívica Radical (UCR), De la Rúa eligió compañero de fórmula a Carlos «Chacho» Álvarez, líder por entonces del FREPASO fue el artífice del principio del fin de la caída de De la Rúa.
El «Chacho», como le conocía Argentina, dimitió el 6 de octubre de 2002, tras la aprobación de una reforma de ley laboral aprobada en el Senado que él presidía. Se fue dando un sonoro portazo y acusando al presidente de dar luz ver a una serie de «coimas» (sobornos) a senadores.
La historia siguió con una crisis monumental política y económica que desembocó en el famoso «corralito» y «corralón», disturbios callejeros con cerca de 40 muertos y la dimisión de De La Rúa que abandonó la Casa Rosada en helicóptero.
Lo que Eduardo Duhalde no logró en las urnas lo consiguió, entonces, gracias a una Asamblea Legislativa, en tiempo récord: 10 días, Argentina tuvo cinco presidentes: Fernando de la Rúa, Ramón Puerta, Eduardo Camaño, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde. La elección de Duhalde por la Asamblea Legislativa le permitió prescindir de vicepresidente y reducir sus problemas a su efímera gestión.
Duhalde convocó elecciones en 2003 y Néstor Kirchner, su «delfín» –un tiburón para su supervivencia– llegaría ala Casa Rosada sin lograr un triunfo en las urnas al retirarse Carlos Menem, que quería repetir y había ganado en la primera vuelta, del balotaje. La totalidad de los sondeos anticipaban una derrota del expresidente que murió declarándose «invicto» en todas las elecciones alas que se presentó.
Néstor Kirchner también protagonizó un choque de frente con su vicepresidente. Daniel Scioli fue relegado a un segundo plano por declarar que había que actualizar las tarifas de los servicios públicos. Kirchner le castigó sin recibirle y haciéndole esperar tiempo y tiempo en la antesala de su despacho.
De todos los problemas con los vicepresidentes quizás los más llamativos los tuvo Cristina Fernández de Kirchner. En su primer Gobierno hizo frente común con Julio Cobos, un radical que se había prestado a acompañarla en la fórmula. La Ley del campo como se conoció popularmente al proyecto de reforma agraria que la por entonces mujer de Néstor Kirchner quería sacar adelante y había puesto a ganaderos y agricultores en pie de guerra, fue el obstáculo insalvable.
Los vicepresidentes argentinos, como los estadounidenses, son en simultáneo presidentes de la Cámara Alta. Ante igualdad de votos, el suyo desempata. Eso es exactamente lo que pasó con la ley, pero Cobos se inclinó a favor del campo y de su presidenta: «Mi voto no es positivo», dijo ante unos instantes de desconcierto. CFK, siglas por las que todavía hoy se conoce a la mujer que cumple prisión domiciliaria por corrupta, no le volvió a hablar.
Tampoco fue afortunada la viuda de Néstor Kirchner al elegir al segundo acompañante. En una ceremonia para recreo de guionistas, anunció a Amado Boudou. La luna de miel duraría poco. El exministro de Economía que tuvo la genial idea de estatizar los fondos privados de pensiones se convertirían el primer vicepresidente de la historia de Argentina es estar procesado –posteriormente condenado– por un abanico de causas por corrupción. Entre otras, por apropiarse de la máquina de imprimir papel moneda.
Tras Cristina Fernández llegó Mauricio Macri. Gabriela Michetti fue su compañera de fórmula. Entre ellos se impuso la cordialidad y la discreción. Terminaron como empezaron: ni un sí, ni un no. Aunque Michetti no desempeñó un papel relevante en el Gobierno.
Genio y figura, la viuda de Néstor Kirchner volvió a la Casa Rosada como vicepresidenta de Alberto Fernández. La relación fue tortuosa para ambos. Ella le marcaba la hoja de ruta, le ponía en evidencia en público y hasta por escrito. Y él, con una gestión desastrosa, fue motivo de chacota por su incapacidad de asumir las riendas de una Argentina que volvía a caer en picado. Hoy, esta procesado por corrupto y ella, en prisión domiciliaria.
*Para El Debate
