


¿Puede ser Gaza el Vietnam de Israel? Las tres razones por las que Netanyahu mantiene la guerra
ISRAEL



Una ocupación total contradice los intereses estratégicos a largo plazo de Israel. Ocupar Gaza no eliminará a Hamás; alimentará la resistencia y la guerra de guerrillas en zonas urbanas densamente pobladas, aumentando las bajas israelíes y poniendo a los rehenes en mayor riesgo. La ocupación propuesta por Netanyahu corre el riesgo de encerrar a Israel en un conflicto sin una estrategia de salida, una vía peligrosa que sin duda convertiría a Gaza en el Vietnam de Israel». Estas líneas no pertenecen a un período internacional crítico con Israel, ni siquiera a Haaretz, el diario hebreo más crítico con las decisiones del Gobierno, sino a un editorial emitido por The Jerusalem Post, un periódico conservador que siempre se ha caracterizado por respaldar las decisiones de Netanyahu.


Ciertamente, la decisión del primer ministro de elevar la ofensiva y ocupar la totalidad de la franja de Gaza ha chocado abiertamente con muchos sectores de la sociedad, no solo una parte de la prensa conservadora. Desde la cúpula militar, el jefe del Estado Mayor de la Defensa israelí, Eyal Zamir, ha presentado sus quejas contra el plan alegando el riesgo que supondrá esta invasión para las vidas de los rehenes que siguen en manos de Hamás, y el agotamiento aún mayor de los reservistas israelíes tras casi dos años de guerra.
Las familias de los rehenes israelíes —se estima que quedan unos 20 vivos en manos de Hamás— también ha criticado la decisión del Ejecutivo, calificándola como una «imprudencia». «Nuestro Gobierno nos está llevando hacia una catástrofe colosal para los rehenes y para nuestros soldados. El gabinete de seguridad decidió embarcarse en una nueva marcha de la imprudencia sobre las espaldas de los rehenes, los soldados y la sociedad israelí», dijo el Foro de Familias de Rehenes y Desaparecidos en un comunicado. Muchos de los rehenes que fueron liberados en acuerdos anteriores estuvieron presentes en las numerosas manifestaciones contra Netanyahu que se sucedieron en el territorio israelí.
Como advertía Zamir en sus objeciones al plan, el debate para Israel no es únicamente si continuar con su ofensiva militar, sino si puede permitirse quedar atrapado en una guerra de desgaste. Cerca de cumplir dos años de conflicto su respuesta a los ataques de Hamás el 7 de octubre de 2023, Israel convive con múltiples frentes que han ido desgastando a su Ejército. Los hutíes del Yemen, Hezbolá en el Líbano, los combates en Siria, la siempre existente tensión con Irán y su guerra de los 12 días el pasado mes de junio... todo conflictos que Israel ha ido librando y para las que ha tenido que tirar mano de unos reservistas y unas tropas cansadas tras meses y meses de batalla.
Según una encuesta publicada este viernes por el diario Maariv, tan solo un 30 % de los israelíes apoyan esta nueva ofensiva en Gaza. Según la encuesta, realizada a 504 personas con un error de muestreo máximo del 4,4 %, la mayoría de los israelíes (un 57 %) cree sin embargo que Israel debería esforzarse por lograr un acuerdo con Hamás para liberar a los rehenes a cambio del fin de la guerra y la retirada de la Franja.
Por si fuera poco, Netanyahu vive en un delicadísimo equilibrio político. Sectores de su coalición, especialmente los liderados por los nacionalistas Smotrich y Ben Gvir, le reclaman acabar con Hamás y seguir la guerra en Gaza como condición sine qua non para apoyarle. Pero, por el otro lado, los sectores ultraortodoxos ya han amenazado en más de una ocasión con tumbar al Gobierno si no se elimina el servicio militar obligatorio para su comunidad. Es decir, si Netanyahu quiere sobrevivir políticamente, debe mantener la guerra con un Ejército que se va a debilitar. Una ecuación imposible.
También hay que tener en cuenta que la ofensiva en la franja de Gaza no es una campaña militar convencional. Desde octubre de 2023, el Ejército israelí ha logrado avances territoriales significativos —se estima que ya controla, directa o indirectamente el 88 % del enclave—, pero no ha conseguido desmantelar la red subterránea de túneles de Hamás, ni liberar a todos los rehenes, ni asegurar una retirada sin consecuencias, lo que ha ido creando descontento entre la población civil.
Llegados a este punto, viendo el rechazo de muchas capas de la sociedad israelí, las dificultades que atraviesa su Ejército y hasta la oposición internacional, cabe preguntarse qué motivos llevan al primer ministro hebreo a expandir su ofensiva.
El primer motivo, como se ha comentado, es político. Netanyahu arrastra desde hace años una crisis de legitimidad profunda, agravada tras el 7 de octubre y, como se ha comentado en El Debate, viene utilizando la guerra y sus conquistas de territorio como una forma de legitimidad para mantener su Gobierno a flote y también su imagen, ensuciada a su vez por las causas de corrupción que le acechan. El cálculo de Netanyahu parece basarse en la idea de que un conflicto prolongado le garantiza cohesión política interna, incluso si eso implica asumir un coste militar y diplomático enorme. Como decía Henry Kissinger, exsecretario de Estado de Estados Unidos, en Israel solo importa la política interior.
El segundo factor es la falta de una estrategia de salida. La pregunta sobre qué hacer «el día después» en Gaza no tiene respuesta clara. Israel no ha articulado una hoja de ruta política ni ha establecido alianzas regionales que le permitan salir del territorio sin dejar un vacío que Hamás u otra milicia acabe ocupando. Así, la ocupación, en vez de ser una solución transitoria, amenaza con convertirse en una trampa indefinida.
Y, por último, se encuentra el componente simbólico. Netanyahu, cada vez más aislado en la escena internacional, parece considerar que ceder ante las presiones internacionales para detener lo que está ocurriendo en Gaza sería una muestra de debilidad.
Por si fuera poco, desde el punto de vista económico los datos son igual de alarmantes. El Banco de Israel estima que el conflicto está drenando alrededor de 600 millones de dólares semanales, y que al cierre de 2025 el coste total podría rondar los 67.000 millones, un 10 % del PIB nacional. Esta carga se traduce en recortes, prolongación del servicio militar, paralización de sectores clave como la alta tecnología y una presión creciente sobre las familias.
Pese a todo, Netanyahu está empeñado en continuar su ofensiva, aunque si algo ha enseñado la historia es que una ocupación sin salida, sin respaldo social mayoritario y sin un relato político creíble es, por definición, una guerra perdida antes de empezar.
*Para El Debate




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