Alejandro Baer: "Lo conspirativo, la maldad y el poder son rasgos únicos del antisemitismo"

MUNDO Daniela Brik*
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Israel provoca indignación y los judíos siguen siendo el blanco perfecto de un prejuicio milenario. En momentos en los que el odio y las agresiones antisemitas se han incrementado en Europa hasta un 400 % desde el 7 de octubre de 2023 —día del ataque masivo de Hamás—, según denuncian las comunidades judías, el antisemitismo es hoy una rabiosa y silenciada actualidad. El investigador del CSIC, sociólogo y especialista en estudios judíos contemporáneos y memoria, Alejandro Baer, acaba de presentar su último libro, que aborda el estado del arte de la cuestión, titulado Antisemitismo. El eterno retorno de la cuestión judía (Catarata, 2025).

El autor, quien fuera director del Center for Holocaust and Genocide Studies de la Universidad de Minnesota (2012-2022), es una de las voces autorizadas sobre el genocidio judío y el combate del antisemitismo . Baer advierte de una tendencia muy concreta: el discurso decolonial, que se ha extendido en medios académicos y activistas de izquierda, está sirviendo como vehículo de un antisemitismo cada vez más normalizado. Lo que antes se expresaba con estereotipos racistas, hoy se enmascara bajo un antisionismo radical que niega el derecho a existir del Estado de Israel y convierte cualquier crítica legítima en una causa política asumida incluso por sectores institucionales.

«La mirada decolonial aplicada al conflicto israelí ha espoleado posturas que muchos judíos del mundo consideran inaceptables», asegura en entrevista con El Debate. El académico aborda cómo el antisemitismo caló en el Viejo Continente, el papel de la izquierda postsoviética en recuperar esas ideas, y por qué los debates en torno al Estado de Israel hacen aflorar antiguos patrones de pensamiento y prejuicios con profundas raíces.

— ¿Qué le llevó a interesarte por el Holocausto y la historia judía?

— Tiene que ver con mi propia historia familiar. Estudié Sociología y viajé a la ciudad de mis abuelos maternos. Me interesó cómo lo perdieron todo en Alemania, la emigración, el exilio, los conflictos de identidad. Desde ahí me enfoqué en las identidades colectivas, la memoria, la violencia. Siempre se parte de uno mismo.

— ¿Por qué cree que aumenta el antisemitismo en el mundo, en Europa y España en particular?

— Desde hace tiempo, probablemente desde la primera guerra del Líbano, cada vez que hay un pico en el conflicto israelí-palestino, los judíos de la diáspora quedan expuestos a agresiones, ataques y discursos de odio. Esta vez no ha sido la excepción, pero ha sido más intenso por la duración del conflicto desde el 7 de octubre.

Además, en el libro menciono la expansión en ciertos círculos académicos, activistas y políticos de izquierda de una mirada decolonial. Esta perspectiva, en principio positiva al cuestionar las violencias cometidas en nombre de la nación, se ha aplicado al conflicto israelí-palestino de forma nefasta, alentando una postura radicalmente antisionista, inaceptable para la mayoría de los judíos del mundo.

Si se interpreta el 7 de octubre como parte de una lucha anticolonial, y la liberación de Palestina implica la desaparición de Israel, estamos hablando de posiciones que no son marginales, sino compartidas por una parte importante de la opinión pública. Eso no solo genera un clima hostil, con discursos y opiniones antisemitas, sino también agresiones físicas. El antisemitismo se globaliza y se proyecta sobre comunidades e instituciones judías.

— El libro menciona la Conferencia de Durban (2001 y posteriores) como giro hacia el antisemitismo moderno. ¿Qué supuso?

— Fue un punto de inflexión. De hecho, la evolución de Hamás —desde su carta fundacional en 1988 hasta su revisión posterior— conecta con la sensibilidad occidental del discurso decolonial, cuyos orígenes están en el antisionismo soviético. Existe una conexión entre este discurso, el activismo antisionista que considera a Israel como un proyecto colonial, y el islamismo. Hay vasos comunicantes. La estrategia contemporánea del islamismo entronca con esa tradición y está funcionando.

— ¿Cómo se desdibuja hoy la diferencia entre antisionismo y antisemitismo?

— Es clave poder separar la crítica legítima —incluso a posibles crímenes de guerra cometidos por Israel— de las críticas que reproducen estereotipos y modos de pensamiento antisemitas. No hacerlo es perjudicial no solo para las sociedades democráticas, sino también para quienes apoyan la causa palestina. Los grupos palestinos que quieren una solución de dos Estados, que buscan un arreglo negociado, necesitan una solidaridad libre de antisemitismo. Si quieres solidarizarte con esa causa, lo primero es desprenderse de ese bagaje antisemita que ha acompañado durante años la llamada solidaridad con Palestina.

— ¿Qué es el antisemitismo hoy?

— Es un conjunto de tópicos, estereotipos y formas de discurso que remiten tanto al antisemitismo cristiano tradicional bajo el esquema del deicidio, como a la idea del prejuicio hacia los judíos como grupo cultural o religioso. Se ha dicho que no es una forma más de racismo, y es cierto: hay componentes racistas, como en otros casos, pero el antisemitismo no solo atribuye al judío inferioridad, sino también malicia y poder. Ese es el elemento distintivo. Diría que lo conspirativo, la maldad y el poder son rasgos únicos del antisemitismo, no tan presentes en otras formas de estigmatización.

— ¿Por qué el antisionismo es hoy una forma de antisemitismo?

— Primero hay que definir qué es el sionismo: un movimiento político, un proyecto de liberación nacional de un pueblo que buscó una territorialidad y soberanía política. Surge en el siglo XIX. El antisionismo actual niega el derecho del pueblo judío a la autodeterminación y plantea que ese Estado no debe existir.

Hay que distinguir entre el antisionismo antes y después de la creación del Estado de Israel. Antes era una opción entre varias dentro de la diáspora judía. Pero hoy, ser antisionista significa querer desmantelar un Estado existente, lo cual tiene consecuencias nefastas. ¿Qué pasaría con los ocho millones de judíos ciudadanos de Israel? Deslegitimar al Estado de Israel es inaceptable, sobre todo cuando se trata de un Estado con el mismo derecho a existir que cualquier otro, independientemente de las fronteras futuras.

— El último estudio del Instituto Elcano señalaba que un 82 % de los españoles ve genocidio en Gaza, pero al mismo tiempo concluye que no crece el antisemitismo. ¿Se investiga bien el antisemitismo en España?

— No, se investiga mal. En una sociedad como la española existe un tabú normativo respecto a expresar actitudes negativas hacia cualquier minoría, lo que genera respuestas socialmente deseables. Nadie admite abiertamente prejuicios, lo que distorsiona los resultados.

A diferencia de países como Alemania, donde se analizan dimensiones latentes del antisemitismo —como el rechazo a la memoria o la manera de hablar sobre Israel—, en España las encuestas son simplistas y mal formuladas, con preguntas directas e inducidas como «¿Qué opinión tiene sobre los judíos como pueblo?», lo que invalida los datos. La metodología debería combinar enfoques cuantitativos y cualitativos, como análisis del discurso o grupos de discusión. Incluso dentro de lo cuantitativo, hay formas más sutiles de indagar prejuicios, como asociaciones de adjetivos.

— ¿Qué papel tuvo la propaganda soviética en la construcción del antisemitismo moderno?

— Fue determinante. Desde Stalin, la URSS difundió bulos sobre los «judíos cosmopolitas» y los «judíos sionistas», a quienes se acusaba de traicionar el ideario soviético. Tras la Guerra de los Seis Días, Israel fue retratado como la reencarnación del nazismo. Intelectuales soviéticos produjeron literatura y propaganda antisionista que circuló masivamente, también fuera de la URSS, y que hoy sigue presente, aunque muchos ya no identifiquen su origen.

— ¿Ha influido esa narrativa en el discurso actual?

— Completamente. Muchos de los tópicos que hoy se escuchan sobre Israel vienen de ese legado. Se han vuelto mainstream, pero su origen está en la propaganda soviética.

— ¿Por qué Israel genera una indignación moral desproporcionada respecto a otros Estados?

— Porque el Estado de Israel se ha convertido en el epítome del mal. Es cierto que puede cometer crímenes, como otros muchos Estados, pero solo a Israel se le atribuye sistemáticamente la acusación de genocidio. Y no entro a valorar si lo comete o no; la cuestión es que el discurso público lo presenta así. En cambio, no se habla de genocidio cuando se trata de Rusia, incluso bajo el régimen de [Vladimir] Putin, ni cuando se analiza el papel de Turquía bajo [Recep Tayyip] Erdogan. En un contexto europeo donde la agresión rusa es el conflicto que más directamente nos afecta, resulta revelador que la condena moral más intensa y constante recaiga solo sobre Israel. Eso debería hacernos reflexionar sobre el sesgo que subyace a esa indignación selectiva.

— ¿Cómo ha mutado el antisemitismo a lo largo del tiempo?

— Siempre lo ha hecho. Desde la acusación de pueblo deicida hasta ser una minoría desleal, luego como comunistas, también como capitalistas, más tarde una raza degenerada. Ahora el pecado es el colonialismo. El judío ha simbolizado, en cada época, lo que la sociedad necesitaba rechazar. Ese es el patrón que persiste.

  • *Para El Debate
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