
Preguntas y respuestas sobre el intento de asesinato a Donald Trump, un año después
EE.UU Hugo Marugán*


El 3 de julio de 2024. El calor del verano no evita que centenares de votantes republicanos se agolpen en las calles de la localidad de Butler, en el estado de Pensilvania. Esa ubicación no es una casualidad. En plena campaña presidencial, Pensilvania es uno de los considerados estados bisagra, donde no está decidido el ganador entre el candidato republicano y el demócrata, el entonces presidente Joe Biden. Donald Trump, gustándose ante las cámaras, empieza un discurso que se ve interrumpido de manera súbita cuando unos disparos congelan el aire. El entonces expresidente y candidato se lleva la mano a la oreja derecha y los dedos se le empapan de sangre. Rápidamente, es escoltado y protegido. De puro milagro ha sobrevivido a un atentado. Y, con ello, la historia de Estados Unidos ha cambiado.


Este domingo se cumple un año de aquello. Muchas cosas han cambiado. En septiembre, Trump sobrevivió a otro intento de asesinato, aunque con menos peligro para su vida que este en Butler. En noviembre, venció las elecciones tras imponerse con claridad a Kamala Harris, que sucedió a Biden al frente de los demócratas. Trump ganó todos los estados bisagra, incluido Pensilvania. En enero, fue investido presidente y regresó a la Casa Blanca. Y, desde entonces, las noticias no paran de surgir, con llamadas a Putin, reuniones infructuosas con Zelenski, aranceles por doquier, bombardeos en Irán y una red social, Truth, que se ha convertido en la agencia de noticias más importante del mundo. ¿Pero qué pasó exactamente ese 13 de julio de 2024?
¿Quién fue el atacante?
El tirador fue identificado como Thomas Matthew Crooks, un joven de 20 años residente en Bethel Park, un suburbio de Pittsburgh, otra ciudad de Pensilvania. No tenía antecedentes penales ni conexiones claras con grupos extremistas conocidos. Fue abatido por agentes tras disparar desde la azotea de un almacén cercano al acto de campaña de Trump. En sus bolsillos llevaba un transmisor remoto y no portaba identificación. Su cadáver fue retirado del tejado horas después, y la confirmación de su identidad llegó mediante huellas dactilares y pruebas de ADN.
En su vehículo, estacionado a pocas calles del lugar, las autoridades encontraron explosivos improvisados, un chaleco antibalas y municiones adicionales. En su domicilio también se hallaron artefactos explosivos, así como dispositivos electrónicos que están siendo analizados desde entonces.
A lo largo del año, tanto el FBI como el Congreso han indagado posibles móviles. El perfil de Crooks ha resultado enigmático. En su teléfono, que fue desbloqueado mediante herramientas forenses especializadas, los agentes hallaron búsquedas relacionadas con tiroteos masivos, figuras políticas como Trump y Biden, y datos sobre la Convención Nacional Demócrata. También había investigado el asesinato de John F. Kennedy, y el día del atentado había buscado información sobre la distancia desde la cual Lee Harvey Oswald disparó contra el presidente en 1963.
Sin embargo, su afiliación política sigue siendo confusa. Aunque estaba registrado como republicano, había realizado una pequeña donación a ActBlue, una plataforma de recaudación vinculada al Partido Demócrata. Esta contradicción ha llevado a algunos analistas a descartar una motivación ideológica clara y a considerar la posibilidad de una crisis personal o mental como detonante. Se sabe que en abril de 2024 Crooks buscó información sobre trastornos depresivos, aunque no hay constancia de un diagnóstico formal.
¿Falló el Servicio Secreto?
Una de las principales consecuencias del atentado fue el escrutinio público y político al que fue sometido el Servicio Secreto. Durante meses, el Congreso investigó cómo fue posible que un tirador con un rifle semiautomático accediera sin ser detectado a una azotea con línea directa de tiro al escenario principal.
En esa misma estructura había francotiradores apostados, pero ninguno en el tejado donde se ubicó Crooks. Las explicaciones han sido contradictorias. Algunas fuentes locales hablaron de «fallos de planificación» y escasez de personal. También se supo que la campaña de Trump había solicitado refuerzos adicionales durante dos años para actos al aire libre, incluyendo unidades tácticas especializadas y más agentes. La mayoría de esas peticiones fueron rechazadas.
El 22 de julio de 2024, la entonces directora del Servicio Secreto, Kimberly Cheatle, compareció ante el Congreso, pero fue incapaz de responder a preguntas básicas sobre el operativo. Días después presentó su dimisión. Actualmente ocupa el cargo Sean M. Curran, uno de los agentes que escoltó a Trump durante el atentado.
¿Qué impacto tuvo en la campaña?
Políticamente, el atentado marcó un punto de inflexión. Apenas unos días después del ataque, Trump reapareció en público con un vendaje en la oreja y un gesto desafiante. Ese momento, repetido hasta el cansancio en televisión y redes sociales, reforzó su imagen de líder resiliente ante la adversidad. La narrativa del «sobreviviente del sistema» caló profundamente entre sus bases.
Las encuestas reflejaron ese impulso. Su ventaja sobre Biden, que renunció como líder demócrata apenas una semana después, se consolidó. El atentado también alimentó nuevas teorías conspirativas, especialmente entre sectores de la derecha, donde se instaló la idea de una supuesta complicidad o negligencia deliberada del «Estado profundo».
Tras el atentado, se activaron varias respuestas institucionales. El Departamento de Seguridad Nacional conformó un panel independiente que, en octubre, recomendó una reestructuración profunda del liderazgo del Servicio Secreto. En paralelo, el Congreso lanzó una investigación bipartidista que entrevistó a decenas de funcionarios locales y federales. Su informe final, presentado en diciembre, concluyó que Crooks «aprovechó brechas evidentes de personal y cobertura táctica».
Entre las reformas implementadas se incluyen la creación de una unidad de bienestar psicológico para agentes, nuevos equipos tecnológicos de detección de amenazas, mayor personal en zonas de riesgo y una revisión de los procedimientos para autorizaciones de francotiradores y vigilancia aérea. A pesar de estas acciones, varios legisladores siguen señalando fallos graves de coordinación entre agencias. La negativa del Servicio Secreto a utilizar drones de vigilancia ofrecidos por otras autoridades locales ha sido uno de los puntos más criticados.
¿Qué nuevas cosas se han descubierto?
A lo largo del último año, nuevos detalles han salido a la luz. Por ejemplo, el uso de un dron por parte de Crooks para sobrevolar la zona horas antes del atentado; las búsquedas obsesivas sobre eventos violentos y asesinatos políticos; y la presencia de cuentas cifradas en plataformas extranjeras, cuyo contenido aún no ha podido ser plenamente descifrado.
También se ha sabido, esta misma semana, que seis agentes del Servicio Secreto fueron suspendidos temporalmente este julio como parte de una acción disciplinaria interna. Aunque el nuevo director, Curran, ha defendido la institución, el daño a su reputación persiste. Trump, por su parte, ha reiterado que «hubo errores» pero ha evitado señalar directamente a los agentes que lo protegieron, a quienes elogió por actuar «con valentía».
En un país que, pese a su corta historia, ha convivido tanto con atentados, magnicidios y tragedias; donde, 60 años después, artistas de la talla de Bob Dylan siguen recordando el asesinato de JFK, preguntándose cómo pudo pasar, cuesta creer que, en pleno siglo XXI, un candidato a la presidencia de la considerada primera potencia mundial estuviese a centímetros de morir.
*Para El Debate
