DemocracIA

OPINIÓN Iván Duque*
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Vivimos en una época de cambios que transcurren a una velocidad exponencial por cuenta de la forma cómo cada minuto la Inteligencia Artificial está echando raíces y revolucionando la manera en la que las máquinas inciden en nuestro diario vivir, reemplazando funciones que nunca pensamos que dejarían de ser ejecutadas por el cerebro humano.

En el plano científico la IA está facilitando la decodificación genética de todo tipo de células, acelerando la producción de vacunas y medicamentos que pueden erradicar, atenuar y neutralizar enfermedades incurables, así como permitirnos asumir tareas con mayor precisión en el campo de la geología, la astronomía, la física y la química, de tal manera que podamos ahorrar años de ensayo y error y permitir así avances transformadores.

Otros sectores también empiezan a recibir los beneficios de la capacidad acelerada en la que pueden procesarse datos y convertirlos en conocimientos. Con el uso de la IA se están acortando brechas históricas para descifrar piezas arqueológicas y muchas de las primeras manifestaciones conocidas de la escritura en lenguas muertas. Esa capacidad puede acercarnos al conocimiento y permitirnos entender mejor que antes la evolución de distintas civilizaciones.

La capacidad de la IA de regenerar la forma en la que procesa datos, analiza instrucciones pasadas y produce un conocimiento que se perfecciona en la medida que se tiene más acceso a información, le está brindado una autonomía tal, que por si sola podrá resolver desafíos completos sin que medie una orientación humana. Por cuenta de estos nuevos avances muchas de las grandes compañías de tecnología están adelantando sus trabajos de programación y de analítica de datos mediante la IA, reduciendo la contratación de personas con formación técnica y universitaria que antes se sentían en el terreno seguro de la especialidad laboral.

En medio de todos estos cambios se está produciendo una transformación incontrovertible del mercado laboral. Se espera según estudios recientes de la CAF, el Banco Mundial y de incluso la ONU, que tan solo en el próximo año millones de empleos desaparecerán en el mundo en áreas relacionadas con servicios legales, investigación, analítica, contaduría, análisis financiero, marketing, publicidad, animación, programación, ciberseguridad, servicio al cliente, corretaje de seguros; sin siquiera entrar en el terreno de la automatización industrial asociado con la robótica y la Inteligencia Artificial.

Cada uno de estos cambios desatará todo tipo de reacciones regulatorias y mecanismos de defensa de algo que es inevitable, creando conflictos sociales además de un debate acalorado entre los optimistas y los catastrofistas de esta nueva impactante y acelerada revolución tecnológica.

Ante los desafíos que se generan también surgen nuevos interrogantes. Si la IA se nutre del conocimiento disponible, procesa datos a velocidades nunca antes experimentadas y puede ser utilizada con el fin de crear algoritmos que alimentan los gustos y las pasiones de los ciudadanos cada vez más absortos en el pantagruélico e irreflexivo consumo de información, no necesariamente curada, estaremos viendo muy pronto los impactos de la IA en nuestras realidades y decisiones políticas.

Tengamos entonces presente que si la Democracia se fundamenta en la «libertad de elegir» y esta a su vez se basa en el acceso a buena información que nos permita elegir correctamente, quien controle la capacidad de definir qué se consume, quién lo consume, a qué horas lo consume y con qué intensidad lo consume, puede incidir soterradamente en las grandes decisiones sociales. La cantidad de aplicaciones que se descargan hoy que piden información sobre nuestros hábitos y comportamientos, sumados a todas nuestras compras con medios digitales, que dejan datos sobre nuestras preferencias y los datos que arrojan los contenidos que nos atraen y nos cautivan por segundos en las redes sociales, puede ser la materia prima para micro-focalizar los mensajes políticos que pueden cambiar el rumbo de elecciones, o sencillamente activar sentimientos colectivos de rabia y de miedo según la conveniencia de múltiples agentes.

De igual manera la IA está siendo utilizado para alterar la confianza colectiva sin que existan mecanismos legales de defensa una vez el daño es causado. La utilización de videos manipulados, mensajes de voz con opiniones que nunca se han emitido pero que se construyen con contenidos disponibles, al igual que la manipulación de «titulares de prensa» que nunca han existido para acelerar la aniquilación reputacional de adversarios políticos, empieza a verse ya en diversos lugares del mundo, incluyendo lo que muchos apreciamos hace pocos días en las elecciones locales en Buenos Aires, Argentina, donde se elaboró un video que confundió al electorado por la aparente decisión de retirar a una candidata. Por supuesto, para el momento de la indignación el daño ya estaba causado debido a su inmediata viralización.

Lo paradójico y contradictorio de este panorama es que muchas de las empresas que han podido con libertad desarrollar la tecnología de la IA y también crear las redes sociales que permiten bajo la premisa de la «libertad de expresión» fomentar la interacción social, han surgido en ambientes democráticos y sin darse cuenta han creado entornos donde la democracia misma puede ser peligrosamente amenazada por la combinación explosiva de IA, masificación algorítmica de contenidos y la intencionalidad organizada de detonar sentimientos anti-democráticos promovidos por populistas y demagogos cuyo único fin es la conquista y captura del poder.

¿Cómo se puede entonces proteger la Democracia en este entorno de progreso y amenaza? No hay duda que es imperioso darle legalidad y dientes sancionatorios a los marcos éticos de la IA. Desde luego es urgente que se fijen criterios claros sobre la propiedad de los datos personales y se actúe frente a la forma cómo se induce el tener que aceptar todos los términos y condiciones de aplicaciones que luego pueden comercializar información capturada bajo un falso «consentimiento». De igual manera debe evitarse la centralización de datos y aplicar sanciones severas a la manipulación de imágenes, de vídeos y de voces y su divulgación, sin que exista una visible salvaguarda evidente y notoria que se trata de un vídeo «falso». A esto se debería sumar la necesidad de desmantelar el anonimato en redes sociales que termina siendo el combustible de los ejércitos de «bots» que son utilizados para multiplicar la desinformación o la difamación. Sobre esto último se han hecho muchas promesas por parte de las empresas, pero al estar su valoración soportada en el número de cuentas pareciera no existir un incentivo real para corregir este adefesio que atenta contra el propósito fundacional de las redes sociales.

Es curioso que en Democracia hemos librado y ganado batallas contra productos y prácticas que atentan contra nuestra salud y convivencia para imponer regulaciones y restricciones cuyos beneficios son evidentes. Así se logró enfrentar al tabaquismo, el abuso del alcohol, el consumo de comida chatarra y también el hacer evidentes los abusos de posición dominante y las prácticas restrictivas de la competencia.

Si queremos proteger de manera efectiva la democracia debemos permitir a la sociedad conocer dónde y cómo nace la desinformación; detectar la información «chatarra» y sus consecuencias; sancionar a quienes pretenden manipular destruyendo reputaciones y fomentando la desinformación; mientras se evita que la IA centralice la información en unos pocos y convierta a las empresas de redes sociales en mercenarios susceptibles de ser cooptados a cambio de dádivas, por movimientos autoritarios.

La IA trae grandes progresos y amenazas y como sociedad la debemos asumir con optimismo. Para lograrlo tenemos la responsabilidad de evitar que pueda conducirnos a una DA: Democracia Artificial.

 

*Iván Duque fue presidente de Colombia (2018-2022)

 

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