




Por Carlos Zimerman


La masacre ocurrida en Sídney durante las celebraciones de Janucá pone de manifiesto, una vez más, la creciente amenaza que representan los extremistas islamistas no solo para el pueblo judío, sino para la civilización occidental en su conjunto. Esta atrocidad, que parece ser el resultado de la elección deliberada de festividades judías o cristianas como escenarios de ataque, señala una guerra religiosa que sigue cobrando vidas inocentes y sembrando el terror en nuestras comunidades.
Es innegable que las fallas en la seguridad de las autoridades australianas han sido evidentes. Durante un periodo interminable, los terroristas pudieron disparar sin que hubiera una intervención policial efectiva. La valentía de un transeúnte, que actuó en un momento de desamparo, contrasta fuertemente con la inacción de las fuerzas de seguridad, encendiendo alarmas sobre la efectividad de nuestros sistemas de defensa ante el terrorismo.
Desde los trágicos eventos del 11 de septiembre de 2001, las naciones occidentales han demostrado una alarmante incapacidad para erradicar el terrorismo islamista. Sin embargo, es fundamental reconocer el papel crucial que ha desempeñado el Mossad, cuyos informes han permitido frustrar numerosos atentados y salvar vidas. Si no contamos con esta inteligencia, el número de víctimas en Europa y Australia podría haber sido exponencialmente mayor.
Las células terroristas de Hamás, la Yihad Islámica y Hezbolá, que operan con total impunidad, están impulsadas por un apoyo externo que les permite proliferar. La desorganización política de Europa y la moderación de Estados Unidos han creado un caldo de cultivo para estas organizaciones.
La permisividad hacia manifestaciones pro-palestinas en nombre de la "libertad de expresión" es preocupante, ya que sus acciones contribuyen a una atmósfera de antisemitismo y violencia. ¿No se dan cuenta los líderes europeos de que sus esfuerzos diplomáticos en favor de un Estado palestino están socavando la seguridad del Estado de Israel y, por ende, la estabilidad de Occidente?
El atentado en Sídney no es un evento aislado; es un símbolo de una lucha continua contra el mal. Con cada vela que encendemos en Janucá, reafirmamos nuestros valores y nuestra resistencia.
Es alarmante que las comunidades judías, incluyendo a Jabad, sean blancos repetidos de estos ataques, lo que refuerza la necesidad de ser claros en nuestra respuesta ante el culto a la muerte que caracteriza estas ideologías extremistas.
Israel tiene el derecho inalienable de defenderse y de luchar contra aquellos que desean eliminarlo del mapa. Un enfoque de "piedad y misericordia" no solo es impracticable, sino también peligroso en un contexto donde la existencia misma del Estado judío está en juego.
Las rampantes oleadas de antisemitismo y los actos de terrorismo no se erradicarán con ceremonias de duelo o expresiones de solidaridad vacías. Lo que este momento histórico nos exige son acciones concretas. Se requiere una estrategia internacional robusta y medidas drásticas, que incluyan la congelación de activos de individuos y organizaciones que propagan el odio, así como la represión de la incitación al antisemitismo en cualquier rincón, desde las calles hasta las mezquitas.
La lucha contra el terrorismo y el antisemitismo necesita ser un compromiso colectivo y decisivo por parte de toda la comunidad internacional, de lo contrario, estaremos condenados a repetir un ciclo de violencia y sufrimiento que ya ha durado demasiado tiempo.





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