


Entre la persecución política y la ilusión democrática brasileña
MUNDO - ARGENTINA



No sorprende lo que ha hecho la tiranía brasileña contra Jair Bolsonaro: lo han condenado a más de veinte años de prisión con la intención evidente de que pase el resto de sus días tras las rejas. Sus enemigos ya han intentado asesinarlo en múltiples ocasiones, y al fracasar en esos intentos, han optado por la vía judicial como mecanismo final para neutralizarlo. La sentencia es absurda, sobre todo si se considera que incluso un magistrado abiertamente antibolsonarista, Luiz Fux, ofreció una histórica lección de derecho al argumentar su voto en contra de la condena. Fux sostuvo que el Supremo Tribunal Federal carece de competencia para juzgar el caso y que, tras revisar la investigación, no encontró vínculo alguno entre los acusados y los hechos que se les imputan. En consecuencia, el juicio debía ser anulado.


Sin embargo, el resto de los magistrados, con una postura marcadamente militante, al estilo del Tribunal Supremo de Justicia chavista en Venezuela, ignoraron estas observaciones y usaron el poder judicial como instrumento para cumplir un objetivo político: sacar a Bolsonaro de la contienda electoral de 2026.
A pesar de esto, aún hay voces en la oposición que mantienen la esperanza de que las instituciones, hoy controladas por los enemigos de la democracia, reviertan la decisión y permitan que Bolsonaro vuelva a ser candidato. Personalmente, ya no tengo incentivos para creer en la buena voluntad de estos tiranos. Actuaron de la misma manera que el chavismo lo ha venido haciendo en Venezuela para aniquilar a sus adversarios. Lo único que podrían negociar hasta ahora serían condiciones mínimas de reclusión, como el lugar de encarcelamiento.
La persecución contra los Bolsonaro es real, inédita, abyecta y violenta.
¿Qué más hace falta, luego de los recientes acontecimientos en el mundo, para comprender que el verdadero objetivo de los enemigos de la democracia es eliminar físicamente al adversario?
Frente a esta realidad, las élites del sistema buscarán construir una nueva realidad política en torno a un candidato que cuente con el respaldo de Bolsonaro: que sea tolerable para la izquierda y aceptable para los votantes de derecha. Un liderazgo que no incomode a nadie, que prometa estabilidad y que prometa un gobierno ausente de confrontaciones ideológicas.
Paralelamente, el sistema intentará forzar la radicalización de los actores que permanezcan al margen de esa “nueva normalidad”. Se reforzará la campaña en “defensa de la soberanía” y se intensificará el conflicto. Sin presiones que realmente incomoden al tirano en el territorio nacional, que, por cierto, las presiones efectivas no son en este momento de pueblo-en-la-calle, nada va a cambiar. Escalarán hasta que consigan desconectar de la realidad política nacional a los que presionan desde afuera, obligándolos a estar atrapados en el nuevo orden gatopardiano: cambiar todo para que nada cambie.
Fuente: PanamPost






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