




El consenso internacional es claro: el régimen de Nicolás Maduro no es un gobierno legítimo, sino un cártel narcoterrorista que representa una amenaza no solo para Venezuela, sino para la estabilidad de todo el hemisferio. No se trata de especulaciones infundadas ni de una campaña emprendida por opositores. Las autoridades de Estados Unidos, incluyendo la OFAC y el Departamento del Tesoro, han corroborado este alarmante escenario. Como bien señaló el Secretario de Estado Marco Rubio, lo que tenemos ante nosotros es “el líder del Cártel de Los Soles”.
Ante esta cruda realidad, las democracias de América deben tomar acción inmediata para desarticular esta mafia que traffica drogas, oro y petróleo, y que somete a la población venezolana a un sufrimiento indescriptible. El régimen madurista utiliza las instituciones del Estado para ejecutar sus actividades criminales, que no se limitan a la exportación de narcóticos, sino que también involucran alianzas con grupos terroristas y bandas delictivas bien identificadas.
El historial de conexiones del régimen con el narcotráfico es innegable. Casos como el uso de la Rampa Presidencial para la salida de aviones cargados de drogas son hechos documentados que evidencian el involucramiento de altos funcionarios en estos delitos. El que un avión con más de 5.000 kilos de cocaína haya salido del terreno presidencial no es un simple incidente: es un testimonio del nivel de corrupción y complicidad que permea el régimen.
Las operaciones de narcotráfico, lavado de dinero y tráfico de minerales lideradas por el Cártel de Los Soles han sido desmanteladas por Estados Unidos, que busca frenar la oleada de drogas que inundan no solo a su territorio, sino también a Europa. Mientras tanto, Maduro se aferra a su retórica de victimización, clamando que su país está siendo invadido, cuando en realidad, los únicos invasores son sus aliados cubanos que sostienen este régimen en crisis.
Es fundamental aclarar que no se trata de una invasión, sino de un cerco estratégico para aislar a quienes han convertido a Venezuela en un epicentro del crimen organizado. La conexión del régimen con grupos narcoguerrilleros colombianos y cárteles mexicanos sólo subraya un vínculo criminal que amenaza la seguridad regional. Las atrocidades que se cometen en la frontera entre Colombia y Venezuela son señal de una lucha desesperada por el control de rutas de tráfico que alimentan esta oscuridad.
Estamos ante un régimen compuesto por mafiosos que acumulan riqueza ilícitamente y se ven rodeados de un creciente nerviosismo. Las deserciones dentro de sus propias filas son cada vez más recurrentes; nadie quiere ser parte de un barco que se hunde. La comunidad militar también es consciente de la inclinación del pueblo hacia un cambio, como lo evidencian las elecciones recientes donde la opción de oposición, liderada por María Corina Machado y Edmundo González, obtuvo un respaldo abrumador.
La voluntad de cambio en Venezuela es irreversible. Un pueblo que ha sufrido, pero que ha aprendido y se ha fortalecido, busca recuperar su libertad y dignidad. Más del 90 % de los venezolanos rechazan a un Maduro que usurpa el poder, y juntos, con la participación activa de todos los ciudadanos de buena voluntad, reconstruiremos este país.
La hora de la transformación ha llegado. Venezuela merece un futuro donde impere la paz y la libertad, y el pueblo ha decidido que así será. Nadie podrá detenerlo.







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