


Dictadura: El Salvador apuesta por “el hombre fuerte” y las instituciones débiles
AMÉRICA LATINA



El presidente Nayib Bukele se salió con la suya. El Poder Legislativo le regaló una reforma constitucional exprés, le abrió las puertas a la reelección indefinida, le amplió el periodo presidencial a seis años y le eliminó la segunda vuelta. La democracia murió y nació la dictadura.


Bukele ha sido astuto. Llegó a la alcaldía de San Salvador de la mano de la izquierda radical del FMLN, pactó con las maras para lograr la paz, tomó el control de todos los poderes del Estado, se religió y esperó la llegada del presidente Donald Trump para reformar la constitución al estilo Daniel Ortega.
El precio de la paz. Hace 85 años el general Maximiliano Hernández llegó al poder en El Salvador, prometiendo orden, seguridad y prosperidad. Gracias a las armas, su popularidad y las triquiñuelas legislativas se reeligió y gobernó por más de 13 años. La historia vuelve a repetirse.
El presidente Bukele ha garantizado al pueblo de El Salvador la paz y seguridad que muchos prometieron, pero nadie había podido cumplir. El éxito no fue gratuito, el pueblo sacrificó su democracia y sus libertades a cambio de vivir en paz y sin la extorsión de las maras asesinas.
El presidente que habla con Dios. Al igual que otros países en los que gobierna el partido único, el presidente Bukele cree estar por encima de las leyes terrenales y divinas. Ha dicho en diversas ocasiones que “habla con Dios” y que es “su instrumento” favorito.
Era cuestión de tiempo. Bukele ya tenía toda la arquitectura necesaria para establecer una dictadura pura y dura. Revestido con la firmeza de Pinochet y el populismo de Hugo Chávez. El hombre fuerte imprescindible que resuelve un problema para generar uno mayor.
Una historia sin final feliz. A pesar de sus éxitos, la mano de hierro y el estado de excepción no son sostenibles en el tiempo. Basta un par de eventos desafortunados para que el dictador más cool de Centroamérica revele su cara más fea. Ese es el riesgo del poder absoluto.
Los nicaragüenses vimos en tiempo real cómo Ortega se quitó la máscara de paz y reconciliación y comenzó a usar su poder absoluto para matar a más de 350 hombres, mujeres y niños. Nada lo detuvo. Es más, sigue gobernando, incluso encarcelando sacerdotes y obispos.
La reforma constitucional de Bukele y la dictadura familiar de Daniel Ortega, son la metástasis de un cáncer que avanza rápidamente por toda Centroamérica. Un peligro inminente para la democracia, la seguridad y la paz regional.
Los caudillos mesiánicos se creen imprescindibles instrumentos de Dios, pero por lo general acaban trabajando para el equipo contrario. Es por eso que El Salvador y Centroamérica no necesitan hombres fuertes, sino instituciones fuertes. Más democracia y menos dictadura.
Fuente: PanamPost


