Qué son la reduflación y la skimpflation, dos fenómenos que pueden pasar desapercibidos en las góndolas y afectan la compra diaria

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Durante los últimos años, en distintos países se volvieron cada vez más frecuentes dos estrategias que impactan la vida de los consumidores: la reduflación y la skimpflation. Estos términos se apoyan en mecanismos que pueden pasar desapercibidos al momento de hacer las compras, pero tienen efectos muy reales sobre el contenido y la calidad de los productos.

Además de las subas de precios tradicionales, estos fenómenos surgieron como respuestas a la inflación global, el aumento sostenido de los costos y los cambios en las cadenas de suministro, según se desprende de diversos estudios científicos y análisis gubernamentales.

Según reportes de la United States Government Accountability Office (GAO) y estudios académicos internacionales, la reduflación y la skimpflation no se limitan a un país o a una región. Ambas prácticas fueron documentadas en supermercados y comercios de Europa, América, Asia y Oceanía. En todos los casos, impactan sobre el poder de compra y la experiencia diaria de los consumidores, aunque muchas veces sin que estos adviertan de inmediato la modificación.

Reconocer estos fenómenos permite comprender por qué, aún sin ver subas ostensibles de precios, lo que se puede comprar y la calidad de los productos cambian con el tiempo. A continuación, se explica en detalle en qué consiste cada uno, cómo se manifiestan, qué muestran las investigaciones recientes y qué respuestas se dieron en distintas partes del mundo.

Qué es la reduflación y cómo afecta los precios
 
La reduflación ocurre cuando un producto disminuye en cantidad, tamaño o peso, pero su precio no baja o incluso sube. Esto significa que el consumidor paga lo mismo —o más— por menos producto.

Según datos de la GAO, realizaso con base en el Bureau of Labor Statistics y de NielsenIQ, “menos del 5% de los artículos en cada categoría fue reducido en tamaño entre 2021 y 2023, pero esos productos representaron una proporción significativa de las ventas totales”. La práctica se concentra en alimentos envasados, bebidas, artículos de higiene, productos de limpieza, golosinas, snacks y hasta medicamentos sin receta.

Una investigación publicada en SSRN muestra que, entre 2012 y 2021, el tamaño promedio de los alimentos envasados cayó un 7,24%. Además, el informe calcula que, si estos cambios no fueran corregidos en las estadísticas, “la inflación anual resultaría casi cuatro puntos más alta”.

El análisis señala que la tendencia a reducir el tamaño es más frecuente en países o regiones donde la obligación de informar el precio por unidad está menos arraigada, en productos recién lanzados, en aquellos de ventas altas o de consumo impulsivo, y en mercados donde los consumidores prestan menos atención a los detalles del envase.

Los ejemplos concretos son variados y recurrentes. Medios como la BBC y The Independent documentaron sucesivas reducciones en barras de chocolate, multipacks de galletas, café, pastas dentales y productos lácteos, donde el tamaño o peso del artículo baja cada uno o dos años, pero el empaque, el precio por paquete y el diseño visual siguen casi idénticos.

Se registraron casos como el de una tableta de chocolate que pasó de 200 gramos en 2021 a 180 gramos en 2025, mientras su precio aumentó un 48%. En varios países europeos, el fenómeno de “double-dip shrinkflation” —cuando un mismo producto se reduce más de una vez en poco tiempo— generó reclamos y desconfianza adicionales.

Dentro de los procesos inflacionarios, la reduflación contribuyó de manera notable a la suba de precios efectiva. La GAO detalla que en rubros como cereales, papel para el hogar y café, la práctica explica entre el 1,4% y el 3% del aumento de precio por unidad registrado entre 2019 y 2024. Además, la investigación de Rojas cuantifica que el tamaño promedio de los alimentos envasados disminuyó un 7,24% en la última década.

Un estudio de Tilburg University y Singapore Management University realizado sobre el mercado estadounidense concluyó que, ante subas de costos, el 1,92% de los productos de supermercado fueron reducidos, con mayor prevalencia en los artículos de venta masiva.

La reacción del consumidor frente a la reduflación tiende a ser limitada en el momento en que se produce el cambio. Según la GAO, “los consumidores rara vez perciben la reducción del tamaño como un cambio de valor hasta que la diferencia es notoria”.

Muchas personas reconocen las alteraciones solo cuando afectan su rutina diaria —por ejemplo, cuando una caja de cereales ya no completa una semana, o cuando un artículo de limpieza no dura tanto como antes— o al ver comparaciones en redes sociales. En muchos casos, las etiquetas de precio por unidad o el peso exacto pasan inadvertidos, facilitando el avance del fenómeno.

Skimpflation: la baja silenciosa en la calidad
La skimpflation implica una reducción de la calidad —más sutil y, en muchos casos, más difícil de identificar rápidamente— en productos y servicios que mantienen el precio oficial. El mecanismo consiste en cambiar ingredientes premium por otros más económicos, reformular recetas, reducir material de envases, limitar prestaciones o modificar procedimientos internos, todo sin modificar el uso externo ni anunciarlo de forma visible.

El Birmingham Business School Blog define el fenómeno como “una pérdida permanente en lo que el dinero puede comprar: menos ingredientes premium, más relleno y un deterioro no informado”.

La práctica se observa tanto en productos comestibles como no comestibles, e incluso en servicios. Ejemplos incluyen la disminución del contenido de cacao en tabletas de chocolate, el reemplazo de aceites nobles por aceites vegetales más baratos en galletas y untables, la reducción de ingredientes clave como leche, huevo o mantequilla en productos lácteos o dulces, y la menor cantidad de relleno o peso en yogures, quesos y salsas.

En Reino Unido, según Barclays, un 52% de los consumidores notó baja de calidad en alimentos a igual precio, un 44% en productos de higiene y un 41% en servicios: atención al cliente más lenta, menos personal o demoras en la entrega de compras online.

Medios como la BBC y The Conversation documentaron casos entre marcas reconocidas donde los clientes descubrieron cambios cuando, por ejemplo, “abren un envase y notan menos unidades, un sabor distinto o una textura diferente en su producto habitual”.

Un informe destaca la reducción de manteca de cacao en chocolates, el uso de más azúcar y aceites de palma en sustitución de ingredientes naturales en galletas y snacks, y el menor contenido real de elementos premium en barritas y preparados.

La tendencia, según el blog de la Birmingham Business School, también afecta a servicios: menor cantidad de personal en restaurantes, deliverys que tardan más o menor control de calidad en rubros como cosmética y hotelería.

Un dato importante es que, en la mayoría de las legislaciones, la skimpflation es legal, siempre que los fabricantes respeten el etiquetado y declaración cuantitativa de los ingredientes principales según las normas nacionales o regionales.

Por ejemplo, si en Europa el chocolate con leche requiere mínimo 20% de cacao, mientras mantenga ese umbral no es obligatorio informar públicamente si, entre un lote y otro, el porcentaje bajó del 25% al 20,1%. Por el mismo motivo, recetas y formulaciones pueden cambiar gradualmente sin que el consumidor sea debidamente advertido, lo que facilita el avance del fenómeno y la dificultad para medir su magnitud a escala real.

Por qué ocurre y cómo reacciona el consumidor
La decisión de implementar reduflación o skimpflation obedece a contextos económicos concretos: aumentos de insumos, energía, combustibles y otros costos de producción que los fabricantes no pueden o no quieren trasladar de forma directa al precio final.

Según la GAO, las empresas eligen estas estrategias porque, “la reducción de tamaño o calidad tiende a ser menos rechazada por los consumidores que el aumento del precio final”. Además, modificar discretamente el contenido o la calidad permite proteger la cuota de mercado y evitar caídas abruptas en la demanda.

Estudios de Tilburg University, Singapore Management University, y la propia GAO indican que los compradores son de 2 a 5 veces menos sensibles a la reduflación o la skimpflation que a una suba directa de precio.

Los experimentos de mercado muestran que, ante una bajada de cantidad o calidad, la mayoría de los consumidores no deja de elegir el producto, especialmente cuando la marca es reconocida o el hábito de compra está consolidado.

La reacción práctica suele reducirse a quejas en redes sociales, publicaciones de fotografía comparativa y, en algunos casos, a la búsqueda de productos alternativos sólo cuando la diferencia es notoria o se viraliza el debate público.

Un reporte de Barclays indica que solo el 29% de los consumidores admite haber disminuido el consumo de un producto tras detectar un recorte y apenas el 18% cambia a marcas donde la fórmula o el tamaño no fue alterado.}

Por el contrario, la mayoría termina aceptando la situación por falta de información, variedad limitada o desconocimiento de otras alternativas. Esto permite que la reduflación y la skimpflation sean estrategias exitosas desde el punto de vista empresarial: afectan las ventas menos que una suba explícita de precios.

Sin embargo, desde el punto de vista emocional y reputacional el impacto es significativo. En artículo publicado en The Conversation, efectuado por Monica Grosso, Diletta Acuti y Marta Pizzetti, realizó encuestas y análisis de redes que muestran que “la reducción de tamaño o calidad genera una indignación superior incluso a la suba de precios. La sensación de injusticia y engaño se multiplica cuando el consumidor percibe que la empresa oculta la maniobra y no lo informa de manera clara”.

El estudio experimental sobre 1.700 compradores de Reino Unido e Italia midió una caída de hasta el 4,5% en la confianza hacia marcas y supermercados y hasta un 7,3% en la percepción de equidad en el trato al cliente, todo vinculado a la detección de reduflación o skimpflation.

El enojo social, canalizado por redes y foros de consumidores, obliga ocasionalmente a las empresas o cadenas a retroceder con ciertas reformas, a mejorar la información en góndola, o a justificar públicamente los cambios explicando que son consecuencia del sostenido aumento de costos de materias primas y energía.

Respuestas y regulaciones a nivel internacional
Si bien la reduflación y la skimpflation son legales en la mayoría de los países, algunos gobiernos avanzaron con regulaciones y recomendaciones para mejorar la información y la transparencia ante los clientes.

Francia, por ejemplo, exige que los comercios de alimentos de más de 400 metros cuadrados informen con carteles visibles cada vez que un producto fue reducido en tamaño sin que se refleje en el precio. Corea del Sur impone una obligación similar pero focalizada en ciertos productos, y permite informar el cambio tanto en el envase, como en la web del fabricante o en el lugar de venta.

La GAO sostiene que “estas medidas pueden colaborar con la transparencia”, pero reconoce desafíos para su implementación: la capacidad de detectar la reduflación o skimpflation en tiempo real, el margen de interpretación sobre qué constituye un cambio relevante, la dificultad para sancionar incumplimientos y la limitación real del impacto cuando los cambios son graduales o afectan productos cuyo detalle pasa inadvertido. Los controles muchas veces dependen de la denuncia del usuario y de la voluntad de las empresas minoristas más que de controles activos y sistemáticos.

Hay países, como Australia y algunos de la Unión Europea, donde se debate la obligatoriedad de informar el precio por unidad en todos los productos envasados, y la unificación de unidades de medida para permitir comparaciones rápidas entre marcas.

Sin embargo, prácticas como el uso de etiquetas de precio pequeño, la falta de educar al consumidor o la presentación visualmente similar dificultan que la estrategia tenga un efecto real sobre las preferencias de consumo.

El informe de la GAO, así como los trabajos de The Conversation y de organismos de consumidores, recomiendan complementariamente avanzar en formatos modernos de control, como el monitoreo de datos electrónicos de ventas (“scanner data”), la actualización de las normas de etiquetado, la promoción de campañas públicas de concientización y, allí donde sea posible, el fomento de prácticas empresariales más transparentes y honestas.

Mientras tanto, la mayoría de los expertos coincide en advertir que “la inflación anual estaría siendo subvaluada todos los años si no se consideran el impacto conjunto de la reduflación y la skimpflation sobre el valor real de los productos”.

Esto se traduce en una erosión acumulativa del poder de compra y en un desafío permanente para los consumidores a la hora de comparar, elegir y confiar en las marcas y proveedores más habituales.

Fuente: Infobae

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