


Por qué la devastadora guerra de Sudán representa una advertencia para los conflictos del futuro
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La guerra en Sudán, iniciada en abril de 2023, ha dejado hasta 150.000 muertos, un cuarto de la población desplazada y la capital, Jartum, sumida en el caos. Más allá de la tragedia humanitaria, el conflicto se ha convertido en un inquietante modelo de cómo podrían evolucionar las guerras del futuro: internacionalizadas, fragmentadas y difíciles de resolver. Según Foreign Affairs, la implicación de múltiples potencias regionales y globales, junto con el fracaso de los mediadores tradicionales, anticipa una nueva era de conflictos en la que la paz resulta cada vez más esquiva.


El enfrentamiento opone a las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF), lideradas por el general Abdel Fattah al-Burhan y respaldadas por Egipto, Arabia Saudita y otros aliados, contra las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), comandadas por Mohamed Hamdan Dagalo, conocido como Hemedti, quien cuenta con el apoyo de Emiratos Árabes Unidos (EAU) y países dependientes de Abu Dhabi, como Chad. La guerra, que comenzó en Jartum y se extendió rápidamente a otras regiones, ha polarizado a los países vecinos y ha atraído a actores como Turquía, Argelia, Irán, Qatar, Eritrea, Yibuti, República Centroafricana, Etiopía, Kenia, Somalia, Sudán del Sur, Uganda y Libia, cada uno con intereses y alianzas cambiantes.
En septiembre de 2024, Egipto, Arabia Saudita, EAU y Estados Unidos —el llamado “Quad”— anunciaron una hoja de ruta conjunta para intentar poner fin a la guerra. El plan contemplaba una tregua humanitaria de tres meses, seguida de un alto el fuego permanente y un proceso político liderado por los propios sudaneses. La iniciativa, resultado de meses de negociaciones impulsadas por Washington, representó un avance diplomático relevante, según Foreign Affairs. Sin embargo, la propuesta se estancó rápidamente: los combates continuaron y la SAF rechazó públicamente el acuerdo, lo que evidenció la profundidad de la fractura entre las partes y la dificultad de alinear a todos los actores externos.
Mediación internacional y fragmentación de intereses
El contexto geopolítico del Cuerno de África ha cambiado de forma radical en los últimos 15 años. Durante la década de 1990 y los primeros años del siglo XXI, Estados Unidos ejerció una influencia dominante en la región, centralizando los esfuerzos de mediación y estabilización. Washington respaldó acuerdos clave, como el proceso de paz de 2005 que puso fin a la anterior guerra civil sudanesa y la supervisión de la partición entre Sudán y Sudán del Sur. Los países europeos solían seguir la línea estadounidense, y las potencias regionales rara vez desafiaban estos procesos diplomáticos.
Sin embargo, la influencia estadounidense ha disminuido de manera constante. Mientras Washington redirigía su atención hacia China y se veía absorbido por disputas en Oriente Medio, potencias regionales como EAU, Arabia Saudita, Turquía y Qatar aprovecharon el vacío para expandir su presencia política y económica en el Cuerno de África. EAU, por ejemplo, ha invertido USD 59.000 millones en África en la última década, convirtiéndose en el cuarto mayor inversor extranjero del continente. Arabia Saudita ha destinado USD 26.000 millones, con un fuerte enfoque en la región. Estas inversiones han traído desarrollo, pero también han intensificado la competencia y la fragmentación de intereses.
La guerra en Sudán ilustra cómo la proliferación de actores externos complica la resolución de los conflictos. Tras el derrocamiento del dictador Omar al-Bashir en 2018, Sudán tuvo una oportunidad histórica de transición hacia un gobierno civil, apoyado por Estados Unidos y otros socios internacionales. Sin embargo, la dinámica regional favoreció a los militares, que mantenían estrechos lazos con Egipto, Arabia Saudita y EAU.
Cuando estalló la guerra entre la SAF y la RSF, Egipto incrementó su respaldo al ejército sudanés, mientras que la RSF recibió apoyo logístico y financiero de EAU, a pesar de las negativas oficiales de Abu Dhabi. Según funcionarios africanos, árabes, estadounidenses y europeos citados por Foreign Affairs, EAU ha mantenido a la RSF abastecida a través de rutas que atraviesan Libia, bajo control del general Khalifa Haftar, aliado de Abu Dhabi. Arabia Saudita, aunque oficialmente neutral, ha reforzado su apoyo diplomático y económico a la SAF, preocupada por la posibilidad de que el colapso del Estado sudanés desestabilice el Mar Rojo y amenace sus propios intereses estratégicos.
Multiplicidad de actores y fracaso de la mediación
La intervención de estas potencias ha polarizado la región en bloques: Eritrea y Yibuti se han alineado con la SAF, mientras que Chad, República Centroafricana, Etiopía, Kenia, partes de Somalia, Sudán del Sur, Uganda y Libia mantienen relaciones cercanas con la RSF, aunque algunos intentan preservar la neutralidad. Esta maraña de alianzas no ha simplificado el conflicto; al contrario, ha permitido que ambos bandos sigan combatiendo pese a las derrotas y ha hecho que la paz sea prácticamente inalcanzable. Como señala Foreign Affairs, “el enredo de intereses regionales no solo ha agravado la guerra, sino que ha hecho que la pacificación sea casi imposible”.
Los intentos de mediación han fracasado uno tras otro. En los primeros seis meses del conflicto, Estados Unidos y Arabia Saudita intentaron negociar la paz en Yeda, pero el proceso excluyó a Egipto y EAU y no logró avances. Posteriormente, líderes de Yibuti, Etiopía y Kenia casi consiguen sentar a Burhan y Hemedti en diciembre de 2023, pero la falta de respaldo árabe frustró la iniciativa. Un esfuerzo de mediación de Egipto y EAU a principios de 2024 tampoco prosperó, y en agosto, una nueva ronda de conversaciones en Suiza se desmoronó cuando la SAF se negó a participar. La administración estadounidense actual ha intentado alinear a Egipto, Arabia Saudita y EAU sobre el final de la guerra, pero incluso tras el anuncio de septiembre, las partes se distanciaron del acuerdo y la violencia se intensificó.
La multiplicidad de actores y la ausencia de un centro de gravedad han hecho que los procesos de paz sean menos ambiciosos. Los grandes acuerdos integrales han sido reemplazados por treguas que apenas congelan el statu quo, ya que es lo único en lo que todos pueden coincidir. Mientras tanto, la guerra se agrava: armas avanzadas, como drones y sistemas antidrones, han entrado en escena, y la RSF ha lanzado ataques aéreos de largo alcance sobre Port Sudan. La capital ha colapsado y la élite profesional y creativa del país ha huido al exilio. La fragmentación interna se profundizó en agosto, cuando la RSF instauró un gobierno paralelo en Darfur, consolidando la partición de facto del país.
Internacionalización del conflicto y advertencias para el futuro
El conflicto sudanés no solo amenaza con desbordar las fronteras nacionales. Las tensiones entre Etiopía y Eritrea, que mantienen una paz frágil desde 2000, aumentan el riesgo de una nueva guerra interestatal que podría entrelazarse con la crisis sudanesa, dada la actual polarización regional. Según Foreign Affairs, la internacionalización de los conflictos africanos es una tendencia en alza: en la última década, el número de guerras en el continente se ha duplicado y cada vez más gobiernos extranjeros participan directamente en los combates.
La experiencia de Sudán ofrece una advertencia sobre el futuro de la mediación internacional. Los conflictos ya no se resuelven bajo el liderazgo de una sola potencia, sino en escenarios donde múltiples actores con intereses irreconciliables compiten por influencia y protagonismo.
Fuente: Infobae






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