Abdelfatah Al-Sisi, el gobernante autoritario que tranquiliza a Occidente

MUNDO José María Ballester Esquivias*
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El Gobierno del presidente Abdelfatah Al-Sisi (El Cairo, 19 de noviembre de 1954) inició su segunda década en el poder con una represión generalizada, deteniendo y castigando sistemáticamente a críticos y activistas pacíficos y criminalizando de hecho la disidencia pacífica. Las autoridades detuvieron y procesaron a decenas de manifestantes y activistas, incluso en manifestaciones de solidaridad con Palestina. Miles de detenidos permanecieron encarcelados en condiciones precarias, en largas detenciones preventivas o con condenas derivadas de juicios injustos».

Así empieza el informe anual de Human Rights Watch, edición de 2025, en el apartado dedicado a Egipto. Más claro, el agua. Tan solo concede a Al-Sisi el haber permitido «a varios destacados defensores de los derechos humanos viajar fuera de Egipto por primera vez desde 2016». Nada más. Pues, a continuación, se puede leer en el informe: «Sin embargo, el espacio cívico permaneció severamente restringido, ya que las organizaciones independientes que operan bajo leyes draconianas se enfrentaron a un continuo acoso judicial y de seguridad».

Todo ello en medio de una situación económica crítica: baste decir que, desde el pasado enero, Egipto ha firmado acuerdos de rescate por un valor aproximado de 57.000 millones de dólares estadounidenses; sin embargo, la crisis económica y la respuesta del Gobierno obstaculizaron los derechos económicos y sociales de la población, como la alimentación, la salud y la electricidad. Un escenario que no amenaza en absoluto el poder del inamovible mandatario, en el poder desde el verano de 2013, cuando, en su condición de jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, destituyó al presidente democráticamente elegido –por primera vez en la historia de Egipto–, el islamista Mohamed Morsi, hoy fallecido.

Al-Sisi puso las formas, convirtiéndose primero en vicepresidente del mandatario al que puso con carácter interino, Adli Mansur, antes de ser «ungido» por el sufragio universal mediante una elección trucada. Repitió la operación en 2018 y en 2023, logrando resultados en torno al 90 % de los votos. Deja presentarse a opositores, pero poniéndoles todo tipo de obstáculos. Poco antes de los comicios de 2018, la revista Foreign Policy comentó: «Las elecciones de marzo no confirmarán en absoluto la popularidad del presidente Abdelfatah Al-Sisi entre el pueblo egipcio. Esta campaña electoral es simplemente una extensión de la lucha interna por el poder entre el Ejército y los Servicios de Seguridad del régimen, y no tiene nada que ver con mecanismos democráticos dignos de tal nombre».

La profecía se cumplió a plena satisfacción del candidato Al-Sisi, obviamente, pero también del Occidente democrático: Estados Unidos y la Unión Europea apostaron desde el principio por el general que, para salvar las apariencias, ya no viste su uniforme. Lo hacen porque saben que sus inversiones están garantizadas. Por ejemplo, la española Fomento de Construcciones y Contratas gestionó durante tres lustros los servicios de limpieza de El Cairo. Es, además, muy probable que se firmen nuevos contratos con motivo de la visita de Estado de Don Felipe y Doña Letizia.

Mas la razón principal del apoyo, prácticamente sin fisuras, de Occidente a Al-Sisi tiene que ver con su política exterior pragmática. Desde Washington y las capitales europeas se prefiere, caso recurrente en la diplomacia clásica, a un mandatario criticable, pero seguro, a una desestabilización del principal país árabe.

Al-Sisi corresponde con prudencia y contención. La última demostración es la asistencia del presidente egipcio, justo antes de recibir a los Reyes de España, a la cumbre arabo-islámica convocada por Qatar en Doha para condenar los ataques aéreos recientemente perpetrados por Israel en su territorio.

Pues bien, Al-Sisi se sumará a la condena. Sin embargo, la realidad es que nunca romperá las relaciones diplomáticas con Israel, pese a la presión de buena parte de su opinión pública y de las constantes dificultades puestas por el Estado hebreo a los convoyes que intentan cruzar la frontera sur de Gaza. Una relación que es la piedra de toque de la diplomacia egipcia desde 1979. Y si los antecesores de Al-Sisi, Anuar El-Sadat y Hosni Mubarak –de quien es fiel heredero, como si la revolución de 2011 hubiera sido en vano– la mantuvieron contra viento y marea, no es él el que va a emprender su desmontaje.

*Para El Debate

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