Disturbios en Madrid: "Son los más listos de la clase, rompen todo y piden libertad"
Los destrozos en la Gran Vía y otras calles del centro se dejaron sentir ayer, con varios escaparates reventados, papeleras quemadas y una tienda en Chueca saqueada.
MADRIDAgencia Internacional de Noticias (AIN)Un fogonazo violento, descontrolado, en diferentes focos. El bullicioso centro de Madrid –al menos, en tiempos prepandémicos– se transformó la medianoche del viernes en un escenario casi bélico, donde turbas de individuos camparon a sus anchas durante al menos 20 minutos. De forma «espontánea», grupos radicales lanzaron piedras a la Policía, quemaron contenedores y provocaron destrozos en escaparates y mobiliario urbano. ¿El saldo? 33 detenidos, dos de ellos menores, 12 heridos y unas pérdidas de cientos de miles de euros; por centrar el tiro, solo en reponer las grandes cristaleras de los comercios afectados en Gran Vía, el coste se disparó alrededor de los 70.000 euros.
La resaca en la gran urbe no fue meramente económica. Madrid amaneció compungida, distante, quizá sin asimilar del todo que la oleada violenta desatada el día anterior en otras ciudades como Barcelona, Burgos o Logroño ya estaba, literalmente, a las puertas de casa. «Hemos cambiado bastantes papeleras», señalaba una empleada de parques y jardines del servicio de limpiezas municipal. Por la tarde, algunos de los pequeños contenedores se mantenían a duras penas tras el paso del «inesperado» ciclón. Los adoquines de las obras de reforma de la Plaza de España seguían amontonados en sacos, aunque muy por debajo de su capacidad real. También las maltrechas vallas metálicas, apiladas en palés y a la espera de ser reparadas. Las barricadas siempre tienen un precio.
Las sucursales bancarias, blanco predilecto en este tipo de zafarranchos, no escaparon a la ira de los vándalos. En uno de ellas, el destrozo de un cajero pasaba a un segundo plano al advertir la pintada sobre el mismo: «Govierno asesino». La perplejidad era latente, tanta, que en la mente de los transeúntes que miraban estupefactos se podía apreciar el ya célebre «emosido engañado». «Y tanto que “emosido engañado”, pero no por el virus ni las restricciones, sino por unos niñatos que rompen todo mientras piden libertad», resolvía un joven, en la misma horquilla de edad que sus coetáneos agitadores.
La cadena de despropósitos arranca sobre las 22 horas en la Puerta del Sol. Allí, en el «kilómetro cero», agentes de seguridad ciudadana disuelven una manifestación convocada bajo el lema «Salimos a la calle, el pueblo está cansado». La intervención, sin embargo, no trunca sus planes. Desde ahí, avanzan por Arenal hasta la cercana plaza de Ópera. Los gritos se suceden hasta minutos antes de la medianoche. Ninguna de las concentraciones habían sido comunicadas previamente a la Delegación del Gobierno.
Organizados y con bengalas
Finiquitada la protesta, decenas de radicales suben hasta la plaza de Santo Domingo. Portan bengalas y corean cánticos contra Pedro Sánchez. A su paso, arrojan al centro de la calzada las papeleras que encuentran. Los ánimos están caldeados. Comienzan los disturbios. Los «manifestantes» prenden fuego a los contenedores y los vuelcan en el centro de la Gran Vía. Cortar el tráfico no es tarea fácil, por lo que se apoyan también en las vallas de obra. Los adoquines empiezan a volar por los aires, ya sea rumbo a los escaparates o sobre los efectivos de la Unidad de Intervención Policial (UIP), la Unidad de Prevención y Reacción (UPR) y el Grupo de Atención al Ciudadano (GAC). Cualquier ayuda es poca si de contener a la horda se trata.
El descontrol es tal que decenas de vándalos se meten en la boca del lobo. Sin darse cuenta, huyen de la Policía en dirección a la comisaría de la calles de Leganitos, donde varios agentes de paisano se emplean con dureza para atajar la estampida. Superada la lluvia de piedras, los funcionarios policiales consiguen dispersar a la multitud por la calle de la Princesa y otras adyacentes. Son los vecinos de Conde Duque los primeros que observan desde sus balcones la espantada a ninguna parte de los alborotadores. A su paso, como es menester, el caos.
Mientras eso sucede, otro grupo previsiblemente independiente –a tenor de la distancia entre puntos– asalta una tienda de regalos en el barrio de Chueca. Parte de los saqueadores son arrestados. Del total de 33, además de los dos menores, ocho tienen menos de 20 años y solo uno más de 30. Cerca de la mitad cuentan con antecedentes policiales. Tras la batalla, los agentes barrieron la zona y localizaron productos químicos y dispositivos preparados para ser arrojados a modo de cóctel molotov. La evidencia es clara: ni ciudadanos de a pie enfadados ni manifestantes levantados de forma espontánea.
Estos sujetos, bien organizados y sin portar ningún tipo de distintivo, causaron destrozos similares a los registrados en una huelga general. «Hoy [por ayer] hemos trabajado bastante», advierten desde Abarca Vidrios España. Esta empresa de reparación urgente de cristales peinó la Gran Vía para reparar los golpes de una turba que ha encontrado en la crisis del Covid la enésima excusa para hacer de las suyas.
Fuente: abc.es
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