Cláudio Castro: el gobernador que es un dolor de cabeza para Lula da Silva

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El gobernador de Rio de Janeiro, Cláudio Castro, ha enfrentado en los últimos días a las facciones criminales reunidas en la ciudad capital del Estado. Los enfrentamientos entre los cuerpos de seguridad y los grupos criminales dejaron más de una centena de muertos y 4 héroes policías caídos. El pueblo aplaude las acciones del gobierno para mantener la seguridad, mientras que el gobierno y los grupos políticos de izquierda señalan las acciones como violaciones a los derechos humanos bajo el argumento de que los llamados criminales son víctimas de la sociedad.

Esta operación, bautizada como «Contención» y lanzada a finales de octubre de 2025 contra el Comando Vermelho, la facción más poderosa de Río, ha elevado la aprobación de Castro a niveles históricos, según encuestas recientes que lo sitúan por encima del 60%. Para el bolsonarista Partido Liberal (PL), es un triunfo: 132 presuntos narcos abatidos, 81 detenidos y un golpe directo al corazón del crimen organizado. Pero para Luiz Inácio Lula da Silva y su coalición de izquierda, representa un calvario político. Castro no solo desafía la narrativa progresista de Lula, sino que expone las grietas en el discurso petista sobre seguridad pública, forzado a equilibrar entre la condena a la violencia estatal y la presión de un electorado harto de favelas sitiadas por el narco.

La izquierda brasileña, con el Partido de los Trabajadores (PT) a la cabeza, ha convertido la defensa de los derechos humanos en un escudo para relativizar la criminalidad. Lula, en una publicación tibia en redes sociales tras el operativo, expresó «horror y sorpresa» por el saldo de muertes, pero evitó condenar explícitamente la acción policial, lo que frustró a organizaciones como Anistia Internacional y la Pastoral Carcerária. En cambio, ordenó mayor coordinación federal contra el narco, un guiño forzado que suena a concesión. Su nuevo ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski, pidió un minuto de silencio por «todas las víctimas», equiparando a los policías caídos con los criminales, muchos con antecedentes por tráfico y homicidios.

Gleisi Hoffmann, presidenta del PT, fue más directa: «Esta masacre es el legado de la doctrina del enemigo interno de Bolsonaro, que criminaliza a los pobres en lugar de atacar las raíces de la desigualdad». Así como Hoffmann, otra posición a favor del crimen la tomó el diputado federal, Guilherme Boulos, en su toma de posesión como secretario general del Gobierno de Lula. Pidió un minuto de silencio por las víctimas y afirmó que la cabeza del crimen organizado no está en las favelas sino en lugares como Faria Lima, corazón financiero de São Paulo, en acciones de lavado de dinero.

Expertos alineados con la izquierda refuerzan esta visión victimista. El sociólogo Ignacio Cano, de la Universidad del Estado de Río, argumenta que «el 80% de los abatidos provienen de favelas marginadas, productos de un sistema que los condena al crimen antes que educarlos». La historiadora Claudia Kostur, en un artículo para Folha de S.Paulo, recuerda que el Comando Vermelho nació en los años 70 de la fusión entre presos comunes y militantes de izquierda encarcelados por la dictadura, transmitiendo ideales de resistencia social que hoy se tuercen en violencia. Para ellos, los narcos no son monstruos, sino «víctimas de una sociedad que los excluye: sin oportunidades, el Estado los empuja al abismo». Esta retórica, que pinta al crimen como síntoma de pobreza, choca frontalmente con la realidad: el operativo reveló que la mayoría de los muertos eran cabecillas con arsenales de guerra, no inocentes atrapados en el ciclo.

Castro, en cambio, encarna la mano dura que resuena en las urnas. Su popularidad surge de un Río asediado, donde el Comando Vermelho controla barrios enteros y extorsiona a familias humildes. Al declarar a las facciones «terroristas», Castro polariza: es héroe para el centroderecha, verdugo para la izquierda. Para Lula, es un dolor de cabeza porque erosiona su base en Río, un bastión de la izquierda que ahora aplaude al rival bolsonarista. En un año electoral, esta brecha amenaza con costarle votos clave en 2026.

En conclusión, Cláudio Castro será reconocido por el pueblo en las próximas elecciones: su coraje contra el caos criminal lo posiciona como el líder indispensable. El PL cometería un error garrafal si impone otro candidato; Río exige continuidad, no experimentos. Castro no es solo un gobernador; es el espejo incómodo que refleja el fracaso de la izquierda en priorizar la vida de los inocentes sobre la ideología.

Fuente: Infobae

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