





La Cumbre de Alaska entre los presidentes Donald Trump y Vladimir Putin no fue un gesto diplomático más: fue un acto de reencuentro entre dos potencias que, pese a sus diferencias, decidieron hablar con franqueza, sin intermediarios ni ultimátums. Algunos analistas, cegados por prejuicios, rusofobia o simple desconocimiento, se apresuraron a calificar el encuentro como “insuficiente” o “peligroso”. Pero la historia no se escribe con titulares apresurados, sino con hechos que resisten el tiempo.


La cumbre entre Trump y Putin marca un giro histórico hacia la paz, la razón y el equilibrio global.
Lo que ocurrió en Alaska fue notable. Alfombra roja, sonrisas sinceras, un apretón de manos firme y una atmósfera de respeto mutuo. No hubo uniformados ni amenazas veladas. La delegación estuvo compuesta por líderes diplomáticos, económicos y empresariales. La ausencia del jefe del Pentágono y la presencia del jefe de la CIA revelan que el enfoque fue estratégico, no bélico. Se trató, además, el vencimiento del tratado START en febrero de 2026 -acuerdo clave entre EE.UU. y Rusia para la reducción y verificación de armas nucleares estratégicas- lo que confirma que la seguridad global estuvo en el centro de la conversación.
Más que un alto al fuego: una paz duradera
El tema de Ucrania, inevitable en cualquier diálogo internacional, fue abordado con pragmatismo. Rusia reiteró su posición: retirada del ejército ucraniano del Dombás, no ingreso a la OTAN, desmilitarización y desnazificación. Crimea y los óblasts ocupados permanecen bajo control ruso. Pero lo más relevante no fue la reiteración de posiciones, sino el cambio de enfoque: Trump propuso un acuerdo de paz integral, no un simple alto al fuego que solo serviría para rearmar a Ucrania y prolongar el conflicto.
Como bien dijo Henry Kissinger: “La paz no se logra con la victoria, sino con el entendimiento”. Y ese entendimiento comenzó en Alaska.
Se discutieron garantías de seguridad no solo para Rusia, sino también para Europa y Ucrania. Italia confirmó que se plantearon mecanismos equivalentes al Artículo 5 de la OTAN, aunque fuera de su marco formal. Esto es clave: reconocer que la seguridad no puede ser exclusiva ni excluyente. Rusia ha denunciado desde los años 90 la expansión de la OTAN hacia sus fronteras, violando promesas verbales. Ignorar esa preocupación es irresponsable.
Algunos critican que Putin “salió del aislamiento”. Pero Rusia jamás estuvo sola. Forma parte de BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái, el Consejo de Seguridad de la ONU, etc. y mantiene alianzas con China, India, Brasil y decenas de países árabes, africanos y asiáticos. El aislamiento es una fantasía de Bruselas y de ciertas cancillerías bisoñas que confunden ideología con diplomacia.
El caso del Perú es paradigmático. Nuestra Cancillería, presumiblemente por presiones externas o falta de pericia, ha negado actividades culturales rusas, ha evitado reuniones oficiales y ha impedido la visita de Putin a la APEC, alegando que Perú es signatario del Estatuto de Roma. ¿Y la gratitud por los aviones Sukhoi 25 y MIG-29, que reforzaron nuestra defensa aérea durante el conflicto con Ecuador y que, junto con el gesto humanitario tras el terremoto de Yungay, marcaron momentos de solidaridad rusa con el Perú? ¿Y la cooperación científica y cultural? La diplomacia peruana ha actuado con miopía, petulancia y una inexplicable soberbia moral.
Como dijo el internacionalista Hans Morgenthau: “La política internacional no se basa en la moralidad, sino en el interés nacional.” Y el interés del Perú no se sirve con gestos inmaduros ni con alineamientos automáticos.
La reunión en Alaska reafirmó la vigencia de Putin como interlocutor global. Trump, por su parte, demostró valentía y sentido común. No buscó el aplauso de las focas, sino el respeto de los estadistas. Las críticas que recibe provienen de los vendedores de armas, los rusófobos políticos de su país, los guerreristas de Bruselas y los que viven de sembrar miedo. Pero como dijo Kissinger: “Los líderes que buscan la paz deben estar dispuestos a desafiar a sus propios pueblos.”
Alaska fue más que una cumbre: fue un acto de esperanza. Una señal de que el mundo puede reencontrarse, que la paz no es ingenua sino valiente, y que la diplomacia -cuando se ejerce con firmeza y visión- puede evitar que el futuro, tras una guerra nuclear, pertenezca únicamente a los sobrevivientes: los insectos.
Fuente: aurora.il




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