


Del socialismo al liberalismo: una propuesta para reconstruir Venezuela
AMÉRICA LATINA



Venezuela ha atravesado, durante más de seis décadas, una serie de males estructurales que desembocaron en la devastación de los últimos 26 años, período en el cual se desdibujaron por completo la libertad real y la civilidad como pilares de la política de Estado.


El estatismo, el militarismo, el populismo, la dependencia del petróleo, los caudillismos, el mesianismo y, en especial, el socialismo han sido constantes históricas que han derivado en una crisis humanitaria compleja, caracterizada por la pobreza, la inflación descontrolada, la corrupción sistémica y, como consecuencia más desgarradora, la fragmentación familiar producto del éxodo masivo más grande de nuestra historia contemporánea.
Frente a esta realidad, el planteamiento no puede ser superficial ni meramente electoral. Lo que se requiere es un cambio estructural y filosófico que tenga como punto de partida una premisa fundamental: la libertad.
Es indispensable comprender que sin la garantía efectiva de los tres derechos esenciales –vida, libertad y propiedad– no hay posibilidad alguna de progreso. Venezuela necesita una transformación profunda del paradigma político y económico vigente, hacia un modelo basado en la libertad individual, el respeto a la propiedad privada, el libre mercado, la reducción y modernización del Estado y la igualdad ante la ley como principio rector.
Esto no significa, en absoluto, una apuesta por la anarquía. Muy por el contrario: se trata de restablecer la civilidad y la institucionalidad, tal como lo advertía Carlos Rangel en su obra Del buen salvaje al buen revolucionario. Implica desmontar un sistema político opresivo y construir uno nuevo, donde el ciudadano recupere el protagonismo sobre su vida y su futuro.
Para lograrlo, el primer paso es conquistar una transición política real, pero más allá de eso, se debe repensar el Estado como un instrumento al servicio del ciudadano: con mayor apertura de mercados, reducción de impuestos, eliminación del control de precios y promoción activa de la inversión.
Esta transformación solo será posible mediante un proceso serio de reinstitucionalización, que garantice la separación de poderes, el Estado de derecho y la seguridad jurídica.
En áreas fundamentales como la salud y la educación públicas, el rol del Estado puede mantenerse, pero se debe permitir una participación mucho mayor del sector privado, fomentando la competencia y mejorando así la calidad del servicio. Asimismo, es necesario reformular el enfoque educativo, incorporando contenidos útiles para la vida moderna: educación financiera, aprendizaje de un segundo idioma –imprescindible en un mundo globalizado– y formación en tecnología e informática.
El ciudadano debe estar en el centro como pilar fundamental de la sociedad. Para ello, es imprescindible reducir impuestos, eliminar trabas burocráticas y avanzar decididamente hacia la descentralización.
Un ejemplo claro y contundente de cómo superar el estatismo y el socialismo lo encontramos en la península de Corea. Tras la rendición de Japón en 1945 y la creación oficial de Corea del Norte y Corea del Sur en 1948, ambos países, con una cultura y un pueblo comunes, tomaron caminos opuestos. El resultado fue radicalmente distinto.
En las décadas de 1960 y 1970, Corea del Sur era un país empobrecido y mayoritariamente rural, con un ingreso per cápita similar al de los países africanos más pobres. Sin embargo, su apertura económica y la implementación de un sistema liberal orientado a la empresa privada y al mérito individual impulsaron un desarrollo vertiginoso.
Hoy, Corea del Sur es la decimotercera economía mundial. Empresas como LG, Samsung o Hyundai, surgidas en los años 80, simbolizan la diversificación económica del país. A esto se suma su consolidación democrática y el auge cultural global que ha proyectado su identidad a través de la música, el cine, la tecnología y la innovación. Nada de esto fue resultado del control estatal, sino de una mayor libertad económica e individual, con un Estado al servicio del ciudadano, y no al revés.
En contraste, Corea del Norte, bajo un régimen socialista de extrema izquierda, ha reproducido precisamente los elementos que han asfixiado a Venezuela: estatismo, culto al líder, represión, pobreza crónica y hambrunas recurrentes.
El desafío de Venezuela es monumental, pero el ejemplo coreano demuestra que una transformación profunda es posible. Contamos con los recursos, el talento humano y la vocación para ser una potencia. Lo único que falta es liberarnos del sistema que nos oprime y dar paso al verdadero motor del desarrollo: el individuo libre.
Fuente: PanamPost


