



Los analistas políticos, más allá de su simpatía o antipatía con el gobierno actual, vuelven a hacer referencia a la supuesta “maldición de los vicepresidentes”. Aunque era un tema que no estaba en agenda y parece muy lejano a cualquier tipo de concreción, los acontecimientos de los días recientes abrieron una discusión que en un futuro —cercano o no— podría colarse en el marco de una reforma más amplia.


Los críticos de la figura coinciden en que, definitivamente, los vicepresidentes no han aportado en materia de gobernabilidad a los mandatarios electos. Normalmente la percepción y sus patrones de comportamiento se dividen en dos: Fueron actores secundarios o crearon una crisis política, inmersos en algún complot contra el presidente democrático que los puso en la lista para acompañarlos y presidir el Senado.
Como dijimos, el conflicto con Victoria Villarruel, quien ha terminado por sumarle obstáculos a la gestión de Milei —con quien compartió al ser su primera candidata y luego vicepresidente— no es nuevo en materia de fórmulas políticas y de convivencia en el Poder Ejecutivo. Si embargo, los acontecimientos abren el debate como para comenzar a pensar en una eventual reforma sobre un puesto donde, si bien algunos no generaron problemas, tampoco hicieron grandes aportes a la gobernabilidad y pasaron a un segundo plano.
El conteo desde el retorno de la democracia en 1983 comienza con un caso así, como el de Víctor Martínez. El radical, que acompañó a Raúl Alfonsín no sacó “los pies del plato” pero tampoco aportó demasiado a su gobierno en materia institucional. Cuando comenzaron los rumores de una eventual salida temprana del mandatario, a causa de la descontrolada crisis económica, Martínez dijo que, llegado el caso, él se iría con Alfonsín.
Eduardo Duhalde no tuvo el mismo perfil desde 1989 junto a Carlos Menem y terminó generando no solo un gran aporte para la crisis de 2001 sino que fue el artífice principal de la llegada del kirchnerismo. El exgobernador de la provincia de Buenos Aires pensó desde un primer momento que sucedería al riojano en un segundo mandato peronista consecutivo, ya que por entonces no había reelección. Sin embargo, Menem consiguió impulsar con la oposición una reforma constitucional consensuada y se pasó de una presidencia de siete años sin reelección a la posibilidad de dos mandatos seguidos de cuatro años.
Finalmente, Menem se reeligió con Carlos Ruckauf y Duhalde se fue a la provincia, pero el encono entre ambos explotó en la campaña de 2003, cuando “el cabezón” impulsó la candidatura de Néstor Kirchner, el ignoto gobernador de Santa Cruz, solamente para frustrar el tercer gobierno menemista.
Mientras sucedía este conflicto del lado del peronismo, el radicalismo padecía otra crisis en el gobierno, también a causa de “la maldición del vicepresidente”. En 1999, Fernando de la Rúa llegó a la presidencia en coalición con el FrePaSo (centroizquierda), acompañado por Carlos “Chacho” Álvarez de compañero de fórmula. Las diferencias internas hicieron que el vice renuncie, a menos de un año de haber asumido. Se especuló que la decisión estaba vinculada a una estrategia política a futuro, pero lo cierto es que la crisis de 2001 se los llevó puestos a los dos. A de la Rúa, quien quedó golpeado por la renuncia y ya no tenía vicepresidente, así como a “Chacho” ya que su dimisión fue interpretada como un acto de irresponsabilidad política.
Néstor Kirchner, viendo algunos antecedentes (sobre todo en el peronismo) no quiso problemas. Aunque se hizo de la figura de un Daniel Scioli instalado, apenas asumió la Presidencia lo vació de poder. El primer día en ejercicio, aniquiló la pequeña estructura que el exmotonauta tenía en el sector de deportes y turismo y, según dicen, se negó a recibirlo cuando Scioli lo fue a increpar. Kirchner golpeó primero y su vice quedó acorralado con una disyuntiva: se iba la primera semana de un gobierno en su luna de miel con la ciudadanía o agachaba la cabeza. Escogió lo segundo.
Cristina, que sucedió a su esposo en 2007, decidió apostar por una supuesta transversalidad y escogió a un Julio Cobos extrapartidario. A un año de gobierno, en el marco de la denominada “crisis del campo“, el vicepresidente votó en contra del proyecto del oficialismo, visiblemente nervioso, en un recordado desempate en el senado. A partir de ese momento, la relación entre ambos quedó rota.
Todavía hasta el día de hoy sigue el debate sobre si Cobos fue un “traidor” o si hizo lo que debía, votando en contra de un proyecto negativo para el país. La pregunta a hacerse entonces es, si quería votar “bien”, como definitivamente lo hizo, ¿para qué fue candidato a vicepresidente de una populista?
Luego del fallecimiento de Néstor, Cristina no quiso más problemas y fue con un obsecuente para su reelección: Amado Boudou, un hombre muy similar a ella. Al punto que también terminó condenado por cohecho y cuenta con inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos.
Con Mauricio Macri en 2015, Gabriela Michetti ofició como otra vicepresidente leal, pero que tampoco aportó absolutamente nada más que, como se dice, “tocar la campanita en el Senado”. Pero cuatro años después volvió la guerra sin cuartel del binomio del Poder Ejecutivo, en el marco de otro gobierno peronista.
CFK, ya con índices de rechazo más amplios que de apoyo, tuvo que sacrificar el cargo de presidente, para nominar a Alberto Fernández al frente del Ejecutivo. Al poco tiempo se desató la guerra entre ambos. En resumidas cuentas, Kirchner no aceptó la independencia de Fernández y lo cuestionó duramente ante cada discrepancia política, sabiendo que ella era la dueña de la sustentación del gobierno. Alberto se dedicó a transitar un gris, que nunca se definió. Jamás se animó a gobernar por sí solo, pero tampoco optó por romper. Finalizaron los cuatro años distanciados y nunca más volvieron a hablar.
Como es sabido, Fernández terminó rechazado por todos. Los antikirchneristas vieron a su gestión como “el cuarto gobierno antikirchnerista”, pero los seguidores de Cristina lo califican como un traidor, que ni siquiera tuvo el coraje de indultarla en la causa que ya la tiene condenada con sentencia firme y prisión domiciliaria.
Sin embargo. Ahora el clásico conflicto, que tiene en esta oportunidad a Villarruel y Milei como protagonistas, también suma algo inédito. Por primera vez hay una vicepresidente que decidió colaborar abiertamente contra el jefe de Estado, mientras trató de generar una insólita y fallida estructura de poder que la catapulte a la Presidencia. Esto, a la luz del día desde el primer año de mandato, puede ser la novedad. Pero lo que, como dicen, “es más viejo que la injusticia” es la guerra desatada en el seno del Poder Ejecutivo nacional.
Afortunadamente, hasta el momento no ha habido ningún mandatario fallecido, renunciado o expulsado de su puesto mediante un juicio político, para que la institucionalidad ofrezca una salida con el vicepresidente. Lo que ha dejado la historia, hasta el momento, fueron los únicos dos escenarios de vices débiles sin aportes políticos e institucionales o presidentes del Senado que terminaron en conflicto con quien alguna vez le confió la candidatura para la vicepresidencia.
Fuente: PanamPost

