¿Qué es «La teoría del loco» que usa Trump para adaptar el mundo a sus intereses?

EE.UU Carmen de Carlo*
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Donald Trump, probablemente, sea el presidente de Estados Unidos que más desconcierto y temor despierta entre sus vecinos, adversarios, amigos y enemigos. El republicano que ha sacudido el partido, América y el mundo, como si quisiera retirar el polvo de una alfombrilla vieja, parece querer construir unos cimientos nuevos para un orden mundial hecho como un traje a su medida. El problema es que el sastre, que es él mismo, empieza con un patrón, lo cambia sobre la marcha y quizás vuelve al original o no.

Esta conducta del hombre más poderoso del planeta desemboca en un mar de dudas sobre cómo dirigirse a él, cómo mantener una conversación o negociación sin que la aparente bomba de relojería que lleva dentro estalle.

Conocer la psicología de Trump es saber demasiado de un hombre de negocios que pareciera entender el mundo como una timba, un juego de tronos o un pulso de poder político, económico y militar. Pero lo más interesante es que, al menos por ahora, al final de la partida siempre gana. Esto es, el personaje funciona y el final es el deseado, aunque en el intento se deje algunos pelos en la gatera.

La BBC ha explorado este fenómeno con diferentes expertos. Tras desgranar episodios donde se han puesto de manifiesto los giros de guion del inquilino de la Casa Blanca han identificado el modus operandi de Trump con «La teoría del loco.»

Se trata de una forma de conducirse imprevisible, capaz de sorprender al interlocutor o interlocutores. Este perfil no respondería a impulsos, prontos o actos de reflejo automático. Según los expertos consultados por la plataforma británica la actuación responde a una estrategia deliberada que consolida como una doctrina,

La «La teoría del loco» tiene un elemento definitivo añadido, significa que el otro tome conciencia o asuma que el personaje que la encarna es capaz de hacer cualquier cosa: buena, mala, regular o un auténtico disparate. En el caso de un ciudadano corriente, no tendría mayor importancia, pero al tratarse del presidente de la primera potencia del mundo, las consecuencias son otras.

Richard Nixon protagonizó un episodio que lo resume a la perfección. Cansado de la eterna guerra de Vietnam le pidió a Henri Kissinger, por entonces asesor de Seguridad Nacional, que transmitiera a los norvietnamitas el siguiente mensaje: «Nixon es un loco capaz de hacer cualquier cosa. Así que, mejor será llegar a un acuerdo antes de que enloquezca del todo». Michael Desch, profesor de la Relaciones Internacionales de la Universidad de Notre Dame, describe en la BBC: «Esa es la teoría del loco».

Con Trump conviene recordar su primer bombardeo de órdenes ejecutivas del 20 de enero, el día de su investidura. En cuestión de horas «Dady», como se dirigiría a él secretario general de la OTAN en la última cumbre de La Haya, Mark Rutte, despertó a los cinco continentes de su letargo y cómodo espacio de confort. El mensaje que rápidamente recibieron de norte a sur y de este a oeste, fue que papá estado protector del mundo ya no era el mismo.

Las muestras que más ampollas levantaron fueron las dirigidas a sus vecinos como Canadá. Con total naturalidad, Trump defendió que debería convertirse en el estado 51. La crisis entre ambos países estaba servida. El siguiente anuncio/comentario que escandalizó fue su propósito de anexionar Groenlandia, territorio de ultramar de Dinamarca. Para lograrlo, incluso, planteó la posibilidad de recurrir a la fuerza. Sin movérsele un pelo del tupé fue a más en esa carrera contra reloj de anuncios o locuras contra sus aliados históricos.

Trump también apuntó al Canal de Panamá. Dijo que Estados Unidos debería recuperar su control y titularidad. En corto plazo la batería de cargas de profundidad le dieron sus réditos. Canadá desplegó miles de soldados en la frontera para cortar el suministro clandestino de fentanilo, Panamá, entre otras medidas, se deshizo de la gestión china en el puerto y J.D. Vance aprovechó para sacudir a Dinamarca y acusarla de descuidar la isla más grande del mundo que aprovechó visitó de la mano de su mujer.

Pero la apoteosis de «La teoría del loco», llegó con la guerra de los aranceles. El presidente de Estados Unidos respondió con un patrón de electrocardiograma de porcentajes alterado, con un sube y baja, cambió de fechas y de vencimientos de entradas en vigor más propio de una montaña rusa. Tratar de entender ese circo de infinitas pistas resultaba complicado, pero el republicano logró renegociar las cargas impositivas a las importaciones hasta con China. La UE, y el resto que está pendiente, agotan las conversaciones con nueva fecha límite: hasta el 1 de agosto.

«Mi pensamiento es que la mayoría de la gente en la órbita de Trump cree que la impredecibilidad es algo bueno, porque le permite aplicar el peso de EE.UU. para obtener la mayor ganancia… Esa es una de las lecciones de haber hecho negocios en el mundo inmobiliario», observa en la BBC el profesor de relaciones Internacionales en la London School of Economics, Peter Trubowitz.

Los cambios de rumbo de Trump no son novedad en ningún terreno. Empezó apoyando a Putin, se ensañó –con la ayuda de su vicepresidente Vance–, con Volodimir Zelenski en el despacho Oval para luego reconciliarse en el Vaticano y posteriormente retirar la venta de sistemas de defensa antiaéreos prometidas para luego anunciar lo contrario. Dijo que no atacaría Irán porque necesitaba 15 días para analizar la situación, pero 48 horas más tarde bombardeo las instalaciones nucleares de Fordo, Isfahán y Natanz...

Trubowitz advierte que en la conducta del presidente de Estados Unidos hay «algo más fundamental» y «es que Trump ha destapado algo… La política en Estados Unidos ha cambiado. Las prioridades han cambiado. Para la coalición MAGA, China es un problema más grande que Rusia. Eso puede no ser cierto para los europeos», pero es lo que hay.

El profesor Milani opina, también en la BBC, que Trump está tratando de consolidar el poderío estadounidense en el orden global. «Es muy probable que cambie el orden establecido después de la Segunda Guerra Mundial. Quiere consolidar la posición de EE.UU. » Y para lograrlo, cualquier estrategia o «Teoría del loco», parece funcional a sus intereses.

*Para El Debate

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