¿Podrá resurgir Venezuela con un gobierno democrático después del chavismo?

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Tras 27 años en el poder, el chavismo dejará a Venezuela convertida en un territorio dominado por el crimen organizado transnacional. El país se ha transformado en un enclave geopolíticamente privilegiado para el narcotráfico, con una Fuerza Armada reconfigurada para proteger estas operaciones desde sus más altos mandos. Mientras tanto, más de 15 % de la población ha emigrado para sobrevivir, y el régimen se ha dedicado a sustituir la identidad nacional por una ajena a los intereses de los venezolanos, conduciendo al país hacia un destino trágico, peligroso y ajeno a su tradición hispana, con la amenaza real de desintegración territorial y desaparición de la Nación tal como la conocemos.

Para imaginar un futuro posible, es indispensable asumir una verdad que luego de muchos años es incómoda solo para unos pocos: el chavismo no dejará el poder por vías democráticas. No lo hará porque no cree en la democracia. Sus dirigentes han actuado como narcotraficantes, orgullosos de su doctrina leninista del uso de la violencia con fines políticos, y han dejado claro que no están dispuestos a abandonar el poder voluntariamente. En consecuencia, su salida requerirá una acción conjunta de carácter militar y policial que permita neutralizar efectivamente a estos actores criminales. Solo después de una operación de esta naturaleza será posible enfrentar los enormes desafíos que dejará este régimen, especialmente en el ámbito institucional, ya que sin instituciones funcionales no se puede gobernar ni atender las urgencias cotidianas de la población.

La situación es crítica. La descomposición social y la desintegración del país son amenazas inminentes, por lo que la respuesta debe ser efectiva, inmediata y profunda. Hoy en día, los poderes públicos –Legislativo y Judicial– y el alto mando militar están completamente subordinados al Poder Ejecutivo, concentrado en una oligarquía que durante años ha usado la censura, la persecución y la tortura como radicales herramientas de control. Estas estructuras deben ser intervenidas, controladas y auditadas desde el inicio, con el objetivo de documentar responsabilidades, comprender la magnitud del daño institucional y desmontar eficazmente el aparato criminal, tanto con fines históricos como prácticos.

En este contexto, no se puede confiar en la Asamblea Nacional ni en el Tribunal Supremo de Justicia. Ambas instituciones forman parte activa del entramado criminal. Si se desea avanzar hacia un nuevo orden político que garantice contrapesos reales y legitimidad institucional, es imprescindible restablecer el orden desde sus cimientos. Y en ese sentido, es clave entender que la transición no debe ser concebida como un nuevo ciclo de poder indefinido. A diferencia del chavismo, que se ha presentado como un proyecto eterno, un gobierno de transición en Venezuela debe tener un mandato temporal y limitado: reinstitucionalizar la República y frenar la tendencia a la desintegración nacional. Es decir, sentar las bases de un sistema político que asegure no solo la gobernabilidad futura, sino también la existencia misma del país. Porque sin país no hay gobierno posible.

Es importante asumir que los grupos criminales que hoy ocupan el poder no se retirarán pacíficamente. La violencia será parte del escenario, y el nuevo gobierno se encontrará, de facto, ante una situación de guerra interna. Solo un gobierno dotado de poderes extraordinarios podrá pacificar el país y recuperar el control. Si, en cambio, se opta por negociar con los criminales, por compartir espacios de poder con ellos, o por validar instituciones corrompidas bajo el argumento de la estabilidad, se habrá perdido la oportunidad de corregir el rumbo. En ese escenario, Venezuela seguirá avanzando hacia su destrucción, con una fachada democrática, bajo la misma lógica decadente.

La sociedad venezolana está lista para superar los paradigmas que nos trajeron hasta aquí. El sufrimiento vivido por varias generaciones nos exige imaginar y materializar una Venezuela distinta, acorde al espíritu de nuestro tiempo. Por eso, el verdadero debate no debe girar en torno a si llegará o no una democracia, sino en qué debe hacer el nuevo gobierno para detener la desintegración del país y fundar instituciones que respondan a nuestra realidad, a nuestro proyecto como sociedad y como Nación. Hoy, lo más urgente en Venezuela no es definir una forma de gobierno ideal, sino asegurar que la República exista. Solo a partir de una conciencia clara de nuestra situación podremos avanzar hacia una Venezuela posible, legítima y deseada.

Fuente: PanamPost

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