El fin de la 'guerra de los 12 días' y la frágil tregua entre Irán e Israel alejan a Oriente Medio del abismo

ISRAEL Andrea Polidura*
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La «guerra de los 12 días» entre Israel e Irán, como ya la ha bautizado el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto a Oriente Medio ante una escalada bélica sin precedentes en la región. A pesar de la enemistad y animadversión que Tel Aviv y Teherán se profesan desde el triunfo de la Revolución Islámica en 1979, nunca habían entrado en un conflicto directo. Israel e Irán llevan décadas protagonizando una guerra soterrada, a través de sabotajes, asesinatos selectivos y enfrentamientos entre el Ejército hebreo y las milicias proiraníes en la región, como Hezbolá, en el Líbano, Hamás, en la franja de Gaza, o los hutíes en Yemen.

Sin embargo, el ataque terrorista de Hamás contra el sur de Israel el pasado 7 de octubre de 2023, en el que asesinaron a sangre fría a más de 1.200 israelíes y tomaron como rehenes a otros 251, así como la brutal campaña militar israelí que este ataque desató contra Gaza, han terminado por dinamitar el complejo orden que reinaba hasta hace dos años en Oriente Medio. Irán e Israel comenzaron a dar muestras de esta deriva de violencia en abril de 2024, cuando Teherán decidió romper con todos los límites establecidos hasta el momento y atacar por primera vez en la historia directamente territorio israelí, como respuesta a un bombardeo previo contra la embajada iraní en Damasco (Siria), en el que murieron varios altos cargos de la Guardia Revolucionaria Islámica.

Una ofensiva que Israel contestó con otra salva de misiles contra el país persa. La escalada entonces se quedó en tablas y tanto la República Islámica como el Estado judío decidieron pasar página, pero este cruce de bombardeos ya había marcado un peligroso precedente en la región. Esta arriesgada coreografía se repetiría seis meses después, en octubre de 2024, cuando Irán lanzó hasta 181 misiles balísticos contra Israel, en respuesta al asesinato del líder del buró político de Hamás, Ismail Haniya, en Teherán, en el mes de julio, cuando tenía previsto asistir a los actos oficiales por el funeral del expresidente iraní, Ebrahim Raisi. El Gobierno de Benjamin Netanyahu nunca reconoció la autoría de ese ataque, pero el régimen de los ayatolás asumió que los servicios de Inteligencia hebreos habían sido los responsables.

A la muerte de Haniya se sumó, además, la del líder de Hezbolá, Hasan Nasralá, en septiembre de ese mismo año, en un bombardeo israelí contra Beirut. Teherán no podía dejar sin contestación estos duros golpes y volvió a colocar a la región al borde de la guerra con un segundo ataque directo contra Israel. En esta ocasión, Netanyahu optó por no tomar represalias de manera inmediata. Tel Aviv se tomó su tiempo y, unos días después, el Ejército hebreo lanzó un ataque contra los alrededores de la ciudad iraní de Isfahán, en el centro, donde se encuentra una de las principales instalaciones nucleares del país persa y una importante base militar. A pesar del aparente alcance limitado de esta ofensiva, Israel logró cumplir con su objetivo no declarado: diezmar los sistemas antiaéreos iraníes de cara a asestar el gran golpe contra la República Islámica.

El último capítulo en el enfrentamiento entre estos dos países llegó el pasado 13 de junio. Israel decidió lanzar un sorpresivo ataque contra Irán, que bautizó como 'Operación León Ascendente', bajo el pretexto de acabar con el programa nuclear del régimen de los ayatolás. El Ejército hebreo se aprovechó de la debilidad defensiva iraní y aseguró que durante la ofensiva logró alcanzar más de 200 objetivos estratégicos dentro del país persa, entre ellos las instalaciones nucleares de Natanz, Fordow e Isfahán, así como fábricas de armamento militar. Esta operación fue el detonante de la guerra directa entre Israel e Irán y, durante sus 12 días de duración, ha acabado con la vida de más de 600 iraníes y 28 israelíes.

El pico de máxima tensión se alcanzó el pasado sábado, cuando Estados Unidos decidió entrar en la guerra, bombardeando, por primera vez, tres instalaciones nucleares iraníes. Trump había asegurado, 48 horas antes de dar luz verde al ataque, que se tomaba dos semanas para reflexionar sobre si debía o no entrar en el conflicto. Estas declaraciones no fueron más que una táctica de despiste para coger desprevenidos a los iraníes. El republicano ya había tomado la decisión y el operativo 'Martillo de Medianoche' ya estaba en marcha. Una vez más, el régimen de los ayatolás se volvía a enfrentar al dilema de si responder y escalar aún más el conflicto o no tomar represalias y quedar en evidencia.

Teherán optó por la calle de en medio: ordenar un ataque controlado y calculado contra la base aérea estadounidense de Al Udeid, en Qatar. Previamente, Irán había informado de sus intenciones a las autoridades qataríes, quienes habían hecho lo propio con las estadounidenses. El ataque, por tanto, fue limitado y más destinado al consumo interno del propio régimen de los ayatolás. El propio Trump desdeñó el ataque iraní, que describió como «respuesta muy débil». «Lo más importante es que se han desahogado y, con suerte, no habrá más odio», escribió el presidente estadounidense en su cuenta de Truth Social.

Dos horas después, y por esta misma vía, el republicano anunciaba un alto el fuego entre Israel e Irán, sin ofrecer más detalles. Las primeras horas de la tregua han estado salpicadas de dudas. Ambos países se han acusado de violar el alto el fuego y de lanzar ataques. A pesar de todo, Tel Aviv y Teherán no parecen querer seguir este enfrentamiento, al menos por ahora. La gran incógnita que se plantea ahora, sobre todo con la guerra en Gaza aún abierta, es hasta dónde pueden llegar estos dos enemigos jurados si deciden volver a enfrentarse.

*Para El Debate

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