


El nuevo formato de la FIFA, que emula la Copa del Mundo, pero con clubes en lugar de selecciones, ha tenido éxito y llegó para quedarse. Este “Mundial” viene también para saldar una histórica duda respecto a la supuesta superioridad europea frente a la sudamericana, a pesar de que en el viejo continente compiten las grandes estrellas de países como Argentina y Brasil.


En lugar de un partido final como única métrica, donde se medían los campeones europeos con el triunfador de la Copa Libertadores de América, este certamen con grupos de cuatro equipos permite ver la capacidad de fuerzas de ambos continentes, en una competición más extensa, que se planifica de forma muy distinta a una única final. Entra en juego la capacidad física, el recambio y una serie de variables que exceden a un match de 90 minutos, que se puede planificar para jugarlo desde lo técnico o con el cuchillo entre los dientes.
En vísperas del cierre de las llaves, y ante la incertidumbre de toda competición deportiva —sobre todo futbolística— ya se pueden percibir algunos aspectos que aportan al debate. Si bien la respuesta sobre la superioridad no se develará jamás con un monosílabo, hay puntos que parecen exceder la subjetividad y las pasiones.
El primer club de Argentina que tuvo que poner sobre la mesa su fuerza contra las “máquinas” europeas fue Boca Juniors, por el grupo que le tocó en suerte: un rival accesible (el Auckland City al que enfrentará mañana) y dos paradas complicadas: Benfica y el poderoso Bayern Múnich.
Para clasificar, el xeneize necesita ganarle al Auckland por un abultado marcador, pero no depende de sí mismo. Los alemanes le tienen que ganar a los portugueses, en un enfrentamiento que, con el empate, clasifican los dos y dejan afuera al equipo argentino. Aunque las suspicacias de un arreglo que firme el empate ya comenzaron, ambos equipos aseguraron que saldrán a ganar el encuentro. Estas cosas que pueden sonar extrañas para el público europeo, sí tienen antecedentes en Sudamérica, específicamente, en la cancha de Boca.
En 1991, la dinámica de la llave de la Copa Libertadores de ese año puso mano a mano a Boca con el boliviano Oriente Petrolero. Un 0 a 0 clasificaba a ambos y dejaba afuera a River Plate. Como muchos esperaban, el partido fue un papelón, con los 22 jugadores pasándose la pelota lejos del área contraria.
Ahora, cuando al que le tocó la rivalidad o el profesionalismo fue a River Plate, el equipo de la banda roja se portó diferente. Sin oportunidades de ganar el campeonato, los de Marcelo Gallardo recientemente se impusieron a un Racing Club que podía salir campeón, “regalándole” el campeonato a Boca, en un encuentro que se sigue discutiendo hasta hoy.
Más allá de la suerte y de la complicada clasificación que tiene por delante Miguel Ángel Russo, el empate ante el Benfica y la derrota frente al Bayern evidenciaron que a los argentinos todavía le falta para el mano a mano con los europeos. La ventaja por dos goles contra el equipo portugués no pudo sostenerse y los dos argentinos campeones del mundo del Benfica consiguieron el empate. Aunque es justo reconocer que, sin Di María y Otamendi, el equipo europeo con su técnica hubiese sucumbido ante el más humilde presupuestariamente Boca.
La misma actitud del xeneize logró 30 minutos de amplia superioridad y un empate parcial frente a los alemanes, pero cuando el Bayern vio que se le escapaban los tres puntos, metió el segundo, antes del pitazo final. Aunque en las tribunas ganó Boca, en la cancha se vio una diferencia notoria, que el equipo argentino demostró una notable mejora con el nuevo cuerpo técnico.
Por el lado de River, existen más posibilidades de clasificación. Solamente depende de sí mismo y ganando por un gol al Inter en Seattle, pasa de ronda. Al liderar el grupo luego de una victoria y un empate, también podría clasificar empatando (incluso perdiendo) dependiendo con lo que suceda en el otro partido del grupo. Sin embargo, la victoria ante los japoneses y el empate sin goles ante los mexicanos hace pensar que, de tener que encontrarse mano a mano, por ejemplo, con el Bayern Múnich, el millonario no tendría demasiadas ocasiones para imponerse.
Aunque Argentina es el país que ostenta el título del mundo, todo parece indicar que, a nivel clubes, todavía se está lejos de obtener una coronación semejante. Claro que la situación económica tiene mucho que ver con el tema. Como reconoció el expresidente de River Rodolfo D´onofrio, hasta el momento del cepo cambiario y los controles, era imposible mantener a los jugadores con potencial en el mercado local. Los mejores partían indefectiblemente a Europa, donde se desempeñaban en sus mejores años. No es casualidad que el seleccionado campeón del mundo haya tenido a la gran mayoría de sus jugadores desempeñándose allí. Esto es algo que comenzará a cambiar de a poco, ante las posibilidades económicas de un país que va retomando el sentido común. Pero, al menos este año, la situación está en proceso.
Por lo pronto, todo parece indicar que es difícil que esta primera edición del formato tenga a algún equipo argentino en la final. Sin embargo, también es evidente que, aunque mejor técnicamente, los europeos tienen serios problemas para enfrentar la “garra latina”. Sobre todo, cuando los partidos se ponen complicados, trabados, “conversados” y con las tribunas jugando un rol activo en lo que pasa en el campo. Seguramente, con otra situación económica muy pronto, entre las características del fútbol latinoamericano y su público, y las chances de retener a sus principales figuras, la situación sea otra en el futuro. No en el largo plazo, sino el próximo año.
Fuente: PananmPost
