América Latina, entre Estados Unidos y China

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La guerra de los aranceles está reflotando la crisis de identidad de América Latina, donde el victimismo, la psicología del fracaso y los complejos antinorteamericanos constituyen el pensamiento en el que se ha educado el liderazgo latinoamericano de los últimos 195 años.

 Justamente, parece surgir un presunto dilema en América Latina originado por las consecuencias de las políticas arancelarias puestas en marcha por la segunda Administración de Donald Trump y las respuestas de la tiranía totalitaria china; presunto dilema que trae de nuevo a colación la aguda sentencia hecha por el intelectual liberal venezolano, Carlos Rangel, respecto a la idea que América Latina tiene sobre sí misma:“Los latinoamericanos no estamos satisfechos con lo que somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo sobre qué somos, ni sobre lo que queremos ser”. (Del buen salvaje al buen revolucionario. 1976).

Veinte años más tarde, Samuel Huntington coincidió, en cierto modo, con esta apreciación de Carlos Rangel sobre la identidad de América Latina (no con las mismas razones y argumentos de Carlos Rangel, obviamente), al considerarla como “un vástago de la civilización occidental” que, no obstante, se comporta como una civilización independiente que comparte raíces con Occidente, pero, ha desarrollado una identidad propia (Choque de civilizaciones. 1996).

La debilidad (o ausencia), de una identidad clara en los latinoamericanos no se debe a la influencia socialista prevaleciente en la mentalidad de sus líderes políticos del siglo XX; el marxismo es un pensamiento posterior que encontró en el dilema de identidad latinoamericano un caldo de cultivo preexistente y donde pudo prosperar sin mayores dificultades.

Un ejemplo de la afirmación anterior es Venezuela: ya era una nación fracasada cuando el nefasto marxismo fue introducido por la Generación de 1928 (Pío Tamayo, Gustavo Machado, Salvador de La Plaza, Rómulo Betancourt, entre otros), y fundaron el PCV (Partido Comunista de Venezuela. 1931), se dividieron después de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez (1935), y Rómulo Betancourt pasó a fundar el socialista PDN (Partido Democrático Nacional, 1936; más tarde llamado Acción Democrática. 1941).

Respaldan el fracaso de Venezuela, hasta 1928, 18 constituciones, 5 golpes de Estado, 160 revueltas y montoneras, 2 guerras civiles (La ‘Monaguista’ -1848/1849- y la Federal -1859/1863), pobreza, dictaduras y atraso económico (el primer y único presidente civil había sido el sabio José María Vargas y fue derrocado con el golpe de Estado de junio de 1835, conocido con el eufemismo de Revolución de las Reformas).

En Bolivia, Tristán Marof introdujo el trotkismo a finales de los años 20 y, en 1932, fundó el Partido Obrero Revolucionario que, más tarde, lideró Guillermo Lora, quien impulsó las Tesis de Pulacayo e influyó en la Revolución de abril de 1952 liderada por el MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario. 1942), de Víctor Paz Estenssoro. El Partido Comunista de Bolivia fue fundado más tarde; en 1950.

Perú ya era un fracaso cuando el indigenista José Carlos Mariátegui introdujo el marxismo y fundó el Partido Socialista de Perú, en 1928. Dos años más tarde, en 1930, Víctor Raúl Haya de la Torre fundó el APRA como una extensión nacional peruana del APRA continental que ya él mismo había fundado en México, en 1924; también de orientación marxista e indigenista.

Podríamos continuar revisando la historia del resto de las naciones latinoamericanas y la conclusión, en todas, siempre será la misma: un catálogo de naciones y liderazgos con problemas de identidad respecto a Occidente, pero con un mismo y unificado relato: pretendidamente antiimperialistas, revolucionarios en el sentido marxista, sin autocrítica por su propia responsabilidad en el fracaso (del cual culpan a factores externos), idólatras fervientes de los Estados omnipotentes, gobiernos ilimitados y dictaduras. Un montón de socialistas entretenidos con sus propias “mentiras constitucionales” (Octavio Paz dixit. El laberinto de la sociedad. 1950).

El asunto es que el liderazgo de América Latina no cree sentir ningún tipo de compromiso con la defensa de los principios y valores sobre los cuales se estructuró la civilización occidental (la libertad individual soportada en la facultad crítica, la democracia y la igualdad ante la ley). Por eso admiran a criminales como Fidel Castro, o a psicópatas como Vladímir Putin, o miran hacia un lado frente a regímenes infames como el de China o el de Irán. Es una conducta que parece justificar una sentencia del exsenador y liberal norteamericano, Ron Paul, sobre la relación entre los valores de occidente y los occidentales (“El problema con los valores occidentales es que los occidentales ya no los valoran”. The revolution: a manifiesto. 2008).

Sin embargo, es necesario puntualizar que la perspectiva de esta falta de compromiso en los latinoamericanos es distinta a la conducta expresada por el liderazgo occidental tradicional; en éste es apostasía, abandono de los valores, mientras que en América Latina es no identificación, no creerse ni sentirse haciendo parte de esos valores. En el liderazgo latinoamericano tradicional es indiferencia; en el liderazgo occidental tradicional es suicidio, en los términos expuestos por Arnold Toynbee (incapacidad interna de la élite dirigente para responder creativamente a los desafíos planteados, incapacidad que conduce a la civilización a su colapso. Estudio de la historia. 1934).

Un ejemplo de la apostasía de occidente respecto a sus propios valores lo representa la manera cómo restableció sus relaciones comerciales con el régimen infame del Partido Comunista Chino. Puesto que su obsesión fundamental fue aprovecharse de los “mil millones de consumidores” que China le ofrecía, miró hacia un lado los múltiples crímenes cometidos por la tiranía totalitaria contra los derechos humanos de su propia población y se engolosinó con los mercados de telefonía, carne vacuna, trigo, cítricos y tabaco que conformó la oferta inicial del año 2000 hecha a Bill Clinton y a la CEE; después terminaron de venderle el alma a las mentiras del PCCh.

Por eso no resulta muy difícil adivinar hacia qué lado caerán los pétalos de la margarita deshojados por el liderazgo latinoamericano en esta guerra de aranceles. Salvo que EEUU los presione con la fuerza, siempre querrán correr a los brazos del primer tirano que despierte en ellos sus complejos antinorteamericanos, su psicología de fracasados, su cobardía y su victimismo.

Fuente: PanamPost

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