100 días de Trump en la Casa Blanca

EE.UUAgencia Internacional de Noticias (AIN)Agencia Internacional de Noticias (AIN)
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Donald J. Trump no decepciona: su comienzo en la Casa Blanca ha constituido la confirmada proyección que sus conductas suelen anunciar: teatralidad, aprecio por los próximos y desprecio por los que no lo son, apuestas de ruptura, recapitulaciones y amenazas. En definitiva, la imprevisibilidad asociada a su «America First», a la que quiere hacer «great again». Como si los USA hubieran dejado de serlo.

Empezó con reclamar Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá para la soberanía de los Estados Unidos de América. Ha conseguido que el nuevo primer ministro canadiense provenga del ala liberal del país, la más firmemente opuesta a las reclamaciones del inquilino de la Casa Blanca. Algo similar ha suscitado en los habitantes del territorio de Groenlandia, parte de la soberanía danesa, tradicionalmente reivindicadores de su autonomía y hoy sólidamente opuestos a cederla para satisfacer los deseos de Trump de hacerse con las «tierras raras» del lugar. Y en Panamá dice haber limitado la presencia china en el Canal, sin que de nuevo hable de recuperar la perdida soberanía sobre la vía marítima.

Sobre la teoría de unos Estados Unidos maltratados de forma desconsiderada por el resto de la humanidad, y con la excepción de Rusia y Corea del Norte, no ha dejado lugar del globo, incluso las islas cuyos habitantes son exclusivamente pingüinos, sometido a aranceles de diversos y tremendos alcances y consecuencias. Pronto reconsiderados para ser conducidos a retrasos o a fases de negociación. Sin saber si de lo que se trataba era esto último o más bien de una imposición autoritaria e imperialista que no ha acabado de fructificar. Entre tanto, esa penal política económica efectivamente ha castigado gravemente a sistemas bursátiles y comerciales, a empresas de diverso tipo y condición, a bolsillos públicos y privados. Incluso los de sus próximos, como los muy abundantes de su amigo y hasta ahora colaborados Elon Musk, retirado de la vida publica para intentar recuperar los 130 mil millones de dólares perdidos en la alborotada política económica de su hasta ahora amigo y presidente.

Había anunciado que, 24 horas después de su llegada a la Casa Blanca, habría solucionado la guerra en Ucrania. Han pasado 100 días y lo que evidentemente ha conseguido es situar al criminal de guerra Vladimir Putin en el escaño de igualdad que su agresión contra la integridad ucraniana, la opinión publica y el Tribunal Penal Internacional le habían situado: la de un inevitable perdedor. Bajo los aires sacros del fallecido Francisco, cuya iluminación al respecto buena parte de la humanidad solicita, se ha sentado en el Vaticano para restaurar con Zelenski lo que parecía haber sido ruptura definitiva de una permanente amistad. Nadie osa profetizar donde acabará la Ucrania que Trump tiene en la cabeza, si es que tiene alguna. Al menos, y tras la conversación vaticana, le ha enviado un telegrama a su amigo Vladimir exigiéndole que deje de bombardear la tierra indebidamente agredida.

Entre tanto, y en el terreno puramente doméstico, ha emprendido una serie convulsa de acciones que le llevan a desterrar del territorio a centenares de miles de emigrantes, sean o no reos de delito, a enfrentarse a la judicatura nacional, a cerrar el grifo de las subvenciones que percibían las universidades del país y a expandir milimétricamente la observación policial contra todos los que parecen ser de otra raza, de otro país o de otro género.

Y para que no sobre nada, reitera su intención de concurrir por tercera vez a una elección presidencial, en contra del precepto constitucional que limita tal posibilidad a solo dos mandatos. Insinuando incluso que bien pudiera concurrir en 2028 a la elección presidencial como candidato a vicepresidente en una candidatura presidida por el actual vicepresidente Vance. Que naturalmente, una vez elegido, renunciaría a su posición para posibilitar que Trump volviera a los habitáculos de la Casa Blanca.

Y no es que Trump trajera consigo la destrucción del orden internacional. En realidad, ya era perceptible el desatino a partir del momento en que Putin se creyó autorizado a invadir Ucrania en 2022. Pero sus proyecciones y actitudes acentúan la desviación. Le interesa poco la OTAN, más allá de exigir de sus miembros que contribuyan más a los correspondientes presupuestos nacionales de defensa. No cuenta con la Alianza, a la que sonoramente calificó en su primer mandato de organización «obsoleta», para nada que no entre en su peculiar visión del mundo. Y no deja de predicar el amplio desprecio que le merecen los países europeos agrupados en la UE. En cuyas manos, se encuentra la indispensable tarea de reconstruir las realidades del mundo que Trump está en trance de destruir: aquel basado en la generalización de los sistemas democráticos, en los correspondientes respetos a los derechos humanos y a las libertades fundamentales y en la práctica generalizada de una economía social de mercado.

El hoy inquilino de la Casa Blanca, parecido en ello a no pocos rectores de la cosa pública en el amplio mundo, no tiene otro proyecto en la cabeza que el del desarrollo y aprovechamiento de su poder. Naturalmente ello puede traer consigo la necesidad de acomodo con todos aquellos, hoy mas presentes fuera del país que en su interior, que estén en situación y capacidad de marcar el paso a sus ambiciones. Pero entre tanto es importante anotar el dato: entre la comedia y el disparate, estos primeros cien días dejan poco espacio para la celebración y mucho para la interrogación. ¿Hacia dónde se dirigen estos Estados Unidos? Y la respuesta no es fácil ni entusiasta. Como tampoco lo es intentar imaginar lo que de los Estados Unidos quede cuando Trump cese en su presidencia. Es lo que ocurre con los tiempos de incertidumbre e imprevisibilidad que ahora nos invaden. ¿Hasta cuándo?

Con información de El Debate

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