
La ausencia justificada de Putin y las incomprensibles en los funerales del Papa
MUNDO Carmen de Carlos*


El Vaticano y el mundo despiden al Papa Francisco en una cita que reúne a un número de jefes de Estado y de Gobierno extraordinario. Pocas veces en la historia se da un escenario como el que vamos a presenciar hoy con medio centenar de líderes presentes. La muerte de un Pontífice es un acontecimiento triste para los católicos y para aquellos que entienden que toda despedida definitiva conlleva una dosis de dolor profundo. Pero el fin de la vida de un Papa y sus funerales es también un acto político monumental. Prescindir de él resulta, salvo excepción, un error de cálculo difícil de justificar.


Entre las ausencias más destacadas hay una que se entiende sin necesidad de dar mayores explicaciones: la de Vladimir Putin. Sobre la bestia negra de Occidente pesa una orden internacional de busca y captura. La invasión de Ucrania y el plan sistemático de secuestro de menores ucranianos, –para trasladarlos a centros de adoctrinamiento o a familias afines– al régimen, es un delito por el que la Corte Penal Internacional (CPI) le exige dar cuentas. Los otros que ha cometido el jefe del Kremlin, de momento, están en lista de espera.
Para Putin presentarse en Roma, aunque alguien le hubiera garantizado su inmunidad/impunidad, no podría ser nunca un programa atractivo. El ruso, posiblemente, sea hoy día el hombre que más rechazo genera en el planeta y sobre el que pesan más rondas de sanciones (va camino de la veintena para él y para la Federación Rusa). Las atrocidades cometidas en su Operación Militar Especial, como se refiere a su particular guerra, sumado a su inescrupuloso afán conquistador y a esa tendencia recurrente a que sus críticos se caigan por un balcón o terminen envenenados, digamos que no le han granjeado muchas simpatías.
Si Putin pusiera un pie en el Vaticano no sólo se podría dar de bruces con Volodimir Zelenski, sino también, entre otros, con Urusula von der Leyen, Emmanuel Macron, Keir Starmer y naturalmente y en primera fila, tendría a Giorgia Meloni. Ellos son los líderes de Europa que no le perdonan la invasión ni los crímenes de guerra que sigue cometiendo. Estar en su entorno no podría ser de su agrado por mucho que tuviera a mano a Donald Trump para volver a darle una larga cambiada y que éste sacudiera de nuevo al presidente del país que ha invadido y al que el estadounidense trata como si fuera el invasor.
Pero nada de esto va a suceder. Por el contrario, en paralelo a la liturgia del enterramiento de Francisco, será Zelenski el que pueda aprovechar para tender puentes o intentar crear algo de simpatía en el presidente de la primera potencia del mundo. Trump, con escasa dotes dramáticas, pero enorme olfato para los negocios y la política no sabe disimular que sus simpatías están más cerca de los Urales que de Kiev.
Entre las 130 delegaciones, incluidas Casa Reales, presidentes y primeros ministros, Zelenski tendrá la ocasión de hacer su particular lobby planetario sin moverse del Vaticano. En tiempos de flujo y reflujo de aranceles también los dirigentes de los países presentes tratarán de seducir o arrimarse a Trump. Lo mismo sucederá entre aquellos países que tengan dificultades o como la Unión Europea tengan pendiente sellar definitivamente el Acuerdo de Libre Comercio con Mercosur.
Los funerales de Estado también sirven para eso, para hacer relaciones públicas internaciones, para defender los intereses de los países y limar asperezas. Se trata, por un lado de expresar el respeto y las condolencias y por otro, de aprovechar esa reunión multitudinaria ya que los asistentes son los que tienen el poder o están cerca de él.
Por eso, resulta difícil de entender que Claudia Sheinbaum, la presidenta de México, –el segundo país con más católicos del mundo por detrás de Brasil–, haya hecho lo mismo que Pedro Sánchez y se haya quedado en su casa. La oportunidad para ejercer los buenos oficios, «platicar» con todos y generar escenarios futuros favorables es única, aunque advertirlo pueda parecer frívolo dada la solemnidad de los oficios.
El único «presidente» que puede darse el lujo o protagonizar un desplante a los funerales de Estado del Papa Francisco es Xi Jinping, –todavía pendiente de dar el pésame–, pero para eso, hay que ser China o parecérsele mucho. Y ni Sánchez ni Sheinbaum hablan mandarín. En cualquier caso, nadie les echará de menos.
*Para El Debate




Trump y Zelenski negocian la paz de Ucrania en la soledad sagrada del Vaticano






