Harvard vs Trump: el gran pulso cultural

EE.UU Ignacio Foncillas*
6804c03356f62.r_d.710-591-6250.jpeg

La última pelea de Donald Trump contra las universidades americanas, representadas por Harvard en este caso, se está caracterizando como una pelea entre la libertad académica y la intervención estatal. Nada más lejos de la realidad. Aquí no hay héroes: ambas partes tienen su parte de culpa y ninguna posee el monopolio de la razón.

La universidad más rica del mundo
Harvard no es una universidad cualquiera. Con un endowment (dotación) de 53.000 millones de dólares es la institución académica más rica del planeta. Sus inversiones rinden anualmente entre 2.000 y 3.000 millones de dólares para gastos corrientes. Con un presupuesto anual de 6.500 millones, y, a pesar de que el coste medio de atender la universidad, (matricula, alojamiento, manutención, etc.) es superior a los 80.000 dólares, la función de investigación de la universidad y de sus hospitales no sería viable sin ayudas muy significativas del Gobierno federal.

La universidad recibe anualmente más de 680 millones en ayudas federales, que combinado con los más de 1.700 millones que reciben los hospitales afiliados a la universidad, la convierte en la quinta universidad que más recibe anualmente del Gobierno federal (o la segunda si se incluyen los hospitales).

 
 
 
 
 
 
El experimento de la acción afirmativa
 
Desde los años sesenta del pasado siglo, Harvard lleva aplicando una serie de políticas de admisión y contratación conocidas como «acción afirmativa». Se priorizan criterios identitarios –origen, etnia, género o condición sexual– sobre los criterios estrictamente académicos. El objetivo inicial –hacer que la comunidad universitaria reflejara la diversidad del país– podía tener cierto sentido histórico. Pero en la práctica, se ha traducido en discriminación inversa y degradación de estándares académicos.

Pero, según una sentencia firme de la Corte Suprema de Estados Unidos, esta política viola la 14 enmienda de la Constitución y la ley federal sobre derechos civiles. En un caso, iniciado en el 2014 y decidido en el 2023, Students for fair admissions vs. Harvard, un grupo de estudiantes asiáticos demandó a la Universidad por considerar que esas políticas resultaban en una discriminación a la inversa contra ellos, que, estando más cualificados, no lograban ser admitidos en la universidad. La Corte, en una sentencia histórica, les dio la razón.

Cambiar todo para que no cambie nada
¿La respuesta de Harvard? Puro gatopardismo: cambiar para que todo siga igual. Sustituyó las preguntas directas sobre raza o género por formularios en los que se invita al solicitante a explicar cómo cree que contribuirá a la «diversidad» del campus. Es decir: cuéntanos quién eres, sin que tengamos que preguntarlo.

Mientras tanto, la estructura ideológica DEI (Diversidad, Equidad, Inclusión) se mantiene intacta. Se aplica en todos los departamentos, afectando tanto a la docencia como a la investigación y gobernanza institucional.

La hegemonía ideológica es real
Aunque la mayoría de las ayudas públicas se destinan a investigación científica o de medicina, áreas que, en principio deberían ser inmunes a la radicalización ideológica, la combinación de las políticas de acción afirmativa y DEI durante décadas ha logrado que los departamentos de Humanidades y Ciencias Sociales se hayan convertido en un monolito ideológico de opinión sincronizada de izquierda radical.

Por admisión propia, en una encuesta reciente del Harvard Crimson, más del 80 % del profesorado de estos departamentos se considera liberal o ultraliberal (en EE.UU. esto quiere decir de izquierda o ultraizquierda), con menos del 1 % reconociendo que tiene opiniones conservadoras. Ese desequilibrio no es anecdótico: condiciona la producción intelectual, silencia voces críticas y crea una cultura universitaria profundamente sectaria.

Los departamentos de Humanidades y Ciencias Sociales se han convertido en un monolito ideológico de opinión sincronizada de izquierda radical
También contamina la reputación de excelencia académica de toda la universidad. Esto no son opiniones. Son datos: un estudio reciente (2025) de un estudiante de Harvard, intentando descubrir si las quejas del decano de la universidad sobre la falta de rigor y esfuerzo entre los estudiantes de carrera eran ciertas, descubrió que mientras los estudiantes de Física, Química, Matemáticas, Computación o Ingeniería pasaban, de media, diez horas fuera de clase cada semana estudiando para cada asignatura, sus colegas de Estudios de Género o Estudios afroamericanos solo le dedicaban menos de cuatro horas.

No deja de ser sorprendente que, departamentos que representan entre el 1 y el 2 % de todas las ayudas federales, pongan en riesgo más de 2.300 millones de ayudas que Harvard recibe anualmente del Gobierno federal.

Trump entra en escena
En este contexto, como consecuencia de las manifestaciones y violencia antisemita que se dio tras el pogromo del 7 de octubre de 2023 en Israel en muchas universidades de élite norteamericanas, la Administración Trump decidió usar su evidente influencia económica para forzarlas a extirpar el antisemitismo, y, de paso, intentar dar la vuelta al monopolio woke.

¿Qué les pide? Perseguir activamente el antisemitismo; prohibir el uso de máscaras que eviten identificar a los violentos; eliminar las políticas DEI que van directamente contra la sentencia del Supremo antes referida; publicar y permitir que se auditen los datos de admisiones anualmente para asegurar que la universidad no está evitando cumplir la sentencia por la puerta de atrás; y reducir la influencia de los estudiantes en la gobernanza de la universidad.

El problema es pasarse de frenada
Hasta aquí todo bien. Como dice el refrán español, el que paga, manda. Pues eso. El problema es que Trump, envalentonado tras su victoria sobre Columbia, se ha pasado de frenada y ha incluido, entre sus demandas, otras exigencias que claramente soslayan la autonomía y la libertad académica. Imponer cuotas ideológicas en el profesorado; limitar a grupos y asociaciones de estudiantes; o controlar a los estudiantes extranjeros que expresen opiniones que no sean coincidentes con los «valores americanos», además de la obligación de informar sobre ello a las autoridades migratorias.

El problema es que Trump, envalentonado tras su victoria sobre Columbia, se ha pasado de frenada
Parece una ironía que Trump, que ha basado tanto de su discurso político en oponerse a la cultura de la cancelación que la izquierda ha logrado sobre opiniones divergentes, esté intentando hacer lo mismo, pero por el otro lado. Tampoco parece razonable intentar silenciar, vengan de donde vengan, opiniones disidentes. Todo ello, más que una solución, es un síntoma del mismo mal.

Ni adoctrinamiento ni control estatal
Pero que no haya lugar a equívocos: las facultades de Ciencias Sociales y Humanidades de Harvard, tras años de imponer una cultura de discriminación activa, se han convertido en un avispero socio-comunista. Su influencia excede sus competencias académicas y se proyecta sobre el conjunto del país. El Gobierno federal está en su pleno derecho de utilizar sus palancas para asegurar que Harvard, como todas las otras universidades, cumplan con la ley y con las sentencias antidiscriminación de la Corte Suprema. Pero no tiene ninguna legitimidad para dictar contenidos o imponer ideologías.

Las facultades de Ciencias Sociales y Humanidades de Harvard se han convertido en un avispero socio-comunista
Si un padre o una madre quieren gastarse más de 85.000 al año para que adoctrinen a sus hijos, o que estos vayan al mismo baño que sus hijas, deben tener la plena libertad de hacerlo. La libertad también incluye la libertad de equivocarse. Dejen que el mercado opere. Muchos de los cambios que quiere imponer Trump ya estaban empezando a ocurrir sin intervención estatal, dictados por las crecientes exigencias de los grandes donantes de la universidad.

Crisis de confianza y rentabilidad dudosa
La sociedad norteamericana siempre ha tenido una relación ambivalente con sus académicos. Al tiempo que se ensalzan los logros científicos y tecnológicos que estos logran, se recela de sus excesos ideológicos, sobre todo en disciplinas de baja exigencia empírica y sobre todo en la última década. Una encuesta de Gallup del 2024, indica que la confianza de los americanos en las universidades ha bajado del 57 % en el 2015, al 37 % en el 2024. La causa principal que se alega es el sesgo izquierdista del profesorado.

La tendencia fue agravada por la crisis de la covid. El episodio del Dr. Anthony Fauci negando la mayor sobre el origen del virus, las recomendaciones arbitrarias de supuestos expertos sin base científica sólida, acabó de apuntalar la desconfianza del americano medio, sobre todo el votante republicano, en sus académicos. Y llovía sobre mojado. Cada vez más americanos se cuestionan la sabiduría de invertir más de 400.000 en una educación, que, a menudo, deja al licenciado cargado de deudas de por vida, y ya no supone como antaño una certeza de ascenso social.

La única salida: excelencia, rigor y neutralidad
El futuro de las grandes universidades estadounidenses, no solo la de Harvard, depende de una profunda reforma. Volver a poner el foco en la excelencia académica, el rigor intelectual y, desde una posición institucionalmente neutra, promover la excelencia, el intercambio de ideas y la búsqueda del conocimiento. Promover el debate, no la militancia. Formar, no adoctrinar.

El futuro de las grandes universidades estadounidenses depende de una profunda reforma
En el caso de Harvard, no cabe duda de que la gran mayoría de sus escuelas y departamentos se rigen por estos principios. Pero una minoría activista y ruidosa ha secuestrado el relato. Tiene una influencia muy superior a su peso académico.

Que cada cual cumpla con su papel
El Estado debe asegurar el cumplimiento de la ley. Nada más. Las universidades deben recuperar su misión de búsqueda del conocimiento desde la excelencia académica y la neutralidad institucional. Nada menos. Ni el adoctrinamiento progresista ni el intervencionismo conservador pueden resolver esta crisis. Solo lo hará la libertad: de enseñar, de disentir y de elegir.

*Para El Debate

Últimas noticias
Te puede interesar
Lo más visto