Chile llega al balotaje de las elecciones con las cartas de la victoria de Kast sobre la mesa de votación

Chile vuelve a la senda de la derecha que hizo del país un oasis de tranquilidad en Sudamérica después de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-90).

La seguridad y la delincuencia son los problemas más acuciantes para la población y eso explica, además del rechazo al comunismo que representa Jeannette Jara, que el republicano José Antonio Kast llegue esta noche, como anticipan todos los sondeos, al Palacio de la Moneda abrazado a la promesa de recuperar un país ordenado y seguro.

La última encuesta global de Gallup advertía que apenas el 36 % de los chilenos se siente seguro paseando de noche por las calles. El porcentaje, en un país donde las calles, salvo excepción, eran territorio seguro es altísimo y en cualquier otro donde los asaltos son moneda corriente, también.

En la primera vuelta de las elecciones, –el 17 de noviembre–, no hubo un candidato que no abordase este tema para tratar de arañar más votos. Los ejes de la campaña giraron sobre un eje que ha roto los esquemas tradicionales de Chile y en este balotaje, las cosas no han cambiado mucho.

«El combate a la delincuencia es prioritario y es una tarea de Estado que tenemos que asumir todos», aseguró el martes pasado Jeannette Jara. La candidata oficialista y ex ministra de Trabajo de Gabriel Boric, además de ser miembro del Partido Comunista desde los 15 años, ha hecho auténticos malabares para despojarse de ese lastre ideológico. De hecho, la ganadora en la primera vuelta (27 % de los votos) se comprometió a congelar su carnet de militante si se convertía en presidenta. Dicho de otro modo, a gobernar para todos como si fuera otra.

Con visos de ser capaz de aplicar mano dura, en el último cara a cara de televisión, como si no hubiera formado parte del mediocre Gobierno de Boric, Jara dijo: «Utilizaré todas las herramientas del Estado» para garantizar la seguridad pública y enfrentar al crimen organizado y al narcotráfico.

A José Antonio Kast, conservador, padre de familia numerosa (9 hijos) y católico, no le hizo falta disfrazarse de lo que no es ni renegar del pasado. Sus conocidas simpatías por la dictadura del general Augusto Pinochet han resultado incómodas, pero no tanto como para que le pasaran factura en las urnas como le sucedió hace cuatro años.

En este tercer y a todas luces definitivo intento por llegar a la Presidencia ha evitado mojarse más de lo justo con los asuntos relacionados a los 17 años de régimen militar (1973-90). Mejor callado y tirar balones fuera que meter la pata, parece haber sido la filosofía que ha respetado el finalista de la primera vuelta (24 %) y favorito indiscutible de esta segunda, pese a los intentos de los medios y de su adversaria de llevarle al rincón de las confesiones.

Con la verdad por delante se ha limitado a repetir ante la insistencia que sus «convicciones siguen siendo las mismas» pero «hoy día los chilenos tienen otras urgencias». Entre estas no se cansó de recordar que «Chile se cae a pedazos» por las políticas de Boric que han desembocado en el actual estado de inseguridad, delincuencia y sobrepoblación de inmigrantes (340.000 indocumentados).

La estrategia le ha dado resultado y los sondeos le dan una ventaja de entre 12 y 20 puntos. La fotografía de lo que el escrutinio parece tener previsto arrojar esta noche probablemente sea mucho menor ya que el número de indecisos es alto. Entre el 9 y el 23 % de los consultados, en una docena de sondeos, dicen que no saben o no contestan a la pregunta de a quién votarán. Así las cosas, resulta inevitable pensar que muchos de estos se parecen demasiado a Pinocho.

*Para El Debate