





Este 15 de agosto se produce un hecho histórico y esperanzador: una cumbre entre Donald Trump y Vladimir Putin en Alaska. Trump ha prometido «consecuencias muy severas» para Rusia si Putin no acepta poner fin a su guerra con Ucrania. Pero hasta ahora se han dado pocas señales de un compromiso real por parte del Kremlin, que tiene la sartén por el mango en este conflicto.


En una llamada telefónica, el mes pasado, con Trump, Putin reiteró que Rusia «seguiría persiguiendo sus objetivos para abordar las causas profundas» del conflicto en Ucrania. Estas «causas profundas» incluían antiguos agravios, como la existencia de Ucrania como Estado soberano y la expansión de la OTAN hacia el Este.
Se han filtrado detalles de una oferta de paz rusa, supuestamente hecha al enviado presidencial estadounidense, Steve Witkoff, antes de que se organizara esta cumbre de Alaska. En esencia, las propuestas implican que Kiev ceda territorio en el Donbás a cambio de un alto el fuego, algo que los líderes ucranianos descartan.
En términos generales, Putin ve una oportunidad única con Trump para restablecer las relaciones con Washington y separar los lazos rusos con Estados Unidos del destino de Ucrania. Putin, además, vuelve a la escena internacional en primer plano saliendo del ostracismo internacional al que le habían condenado, ficticiamente, los socios europeos. Ahora son ellos quienes quedan en segundo plano, más aún el gobierno de Pedro Sánchez postergado a la nimiedad más insignificante a la que nos arrastra el petulante ministro Albares -EE.UU., China, Rusia- y Europa es cada vez más una tierra de liliputienses cuyo «garbancito negro» es Sánchez Castejón.
Si Putin alcanza su cometido en esta cumbre, la «cuestión de Ucrania» puede quedar relegada a ser solo uno de los muchos temas de conversación entre los poderosos líderes de dos grandes potencias.
El Kremlin espera que las conversaciones de Putin con Trump le den buenos réditos. Durante meses, los funcionarios del Kremlin han estado hablando de posibilidades de cooperación económica, tecnológica y espacial con Estados Unidos, así como de lucrativos acuerdos en infraestructura y energía en el Ártico y otros lugares.
Pero si todo sale mal, los dirigentes rusos creen seguir estando en muy buena posición. Rusia estaba preparada para seguir luchando en esta guerra, antes de que Trump ganara las elecciones, y sigue estándolo hoy.
Las generosas primas de alistamiento ofrecidas por el Gobierno ruso han provocado un auge del reclutamiento, ya que los hombres que creen que el conflicto está en su recta final se apresuran a cobrar, por eso Rusia tiene una gran ventaja, sobre Kiev, en términos de reemplazo y efectivos militares que parecen estar aumentando.
En el peor de los casos, Rusia está preparada para llevar a cabo otra movilización parcial. A lo largo de los últimos meses, Moscú ha colaborado con las principales empresas para elaborar listas de trabajadores con experiencia militar relevante, lo que facilita su reclutamiento. También ha elaborado listas de trabajadores indispensables para mantener la economía a flote y que, por lo tanto, deben quedar exentos.
La economía rusa se enfrentará sin duda a dificultades si la guerra continúa y el país sigue sometido a sanciones. Pero el banco central y el Ministerio de Finanzas de Rusia están dirigidos por tecnócratas competentes, capaces de evitar el desastre. En los dos primeros meses de 2025, el gasto presupuestario de Rusia alcanzó la cifra récord de 96.000 millones de dólares, gracias a los pagos destinados a la producción militar. Esto ha evitado una depresión económica, y los tipos de interés del 21 % del banco central han impedido la hiperinflación.
El banco central ruso prevé que, si no hay presiones políticas para destinar aún más recursos a la guerra, la economía experimentará un aterrizaje suave. El crecimiento se enfriará, pero de forma gradual, y la desaceleración moderará la inflación. Moscú podrá evitar cualquier precipicio fiscal importante y cualquier perturbación.
Nada de esto significa que Rusia tenga garantizado un triunfo sobre Ucrania. Las guerras son impredecibles y estos tres años últimos largos nos han enseñado que la cooperación militar entre Ucrania y los países de la OTAN es fuerte y más consistente de lo imaginable, antes del 24 de febrero de 2022.
Ante las crecientes pérdidas humanas, la disminución de las reservas de equipamiento y el estancamiento económico, Putin podría decidir que es hora de consolidar sus ganancias, antes de que cambie la marea. Entonces podría aceptar un alto el fuego a lo largo de las líneas actuales.
Casi desde el inicio de la guerra, parecía que Rusia estaba destinada a sufrir una derrota, al menos parcial, y que cualquier acuerdo sería decepcionante para los rusos. Pero ya no es así. Para Moscú, es muy posible que le esperen días mejores, o al menos eso piensan los hombres del Kremlin.
Si Europa sigue ayudando a Ucrania y si Kiev puede hacer frente a la escasez de reemplazos militares, la ofensiva rusa podría estancarse. Sin embargo, sin el apoyo de Estados Unidos, a Europa y Ucrania le costará mantener la coordinación, la concentración y la disciplina para ayudar a Kiev. Es decisivo que Trump no limite la cooperación militar con Kiev ni su capacidad para rearmarse. Ojalá, se alcance una paz justa y equilibraba para Ucrania.
*Para El Debate



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