La guerra informativa de Telegram

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Mucho antes de que la aplicación de mensajería Telegram se convirtiera en la fuente de noticias de referencia para las zonas en guerra y los movimientos de oposición en Oriente Medio, desempeñó un papel fundamental y paradójico en algunos de los levantamientos más determinantes de la región. Desde la Primavera Árabe hasta las protestas por Mahsa Amini en Irán, Telegram ha funcionado como una herramienta de doble filo: un refugio encriptado para periodistas ciudadanos y organizadores y, en ocasiones, un canal tolerado en silencio o incluso manipulado por regímenes autoritarios. En ausencia de medios de comunicación libres e independientes, la aplicación se ha convertido en la prensa no oficial de la región, determinando no solo cómo se difunde la información, sino también quién controla el discurso.

Su historia es complicada. Durante las protestas de 2015-2019 en Irán, Telegram fue tanto un salvavidas para la movilización contra el régimen como, brevemente, una herramienta de censura cuando la empresa suspendió canales acusados de incitar a la violencia. De manera similar, en Bielorrusia y otros lugares, los disidentes confiaron en Telegram para coordinar acciones y documentar los abusos del Estado, mientras los regímenes se apresuraban por recuperar el control de la narrativa. Ahora, mientras los conflictos se recrudecen y la represión estatal se intensifica, la pregunta ya no es si Telegram empodera a las protestas, sino quién, en última instancia, tiene el poder sobre Telegram.

Cuando Israel cortó el acceso a Internet en Gaza el 27 de octubre de 2023, la región quedó a oscuras, excepto Telegram. Mientras los medios occidentales se apresuraban a verificar las informaciones, periodistas palestinos como Motaz Azaiza recurrieron a la plataforma para subir imágenes de los ataques aéreos, las víctimas y los barrios devastados. En cuestión de minutos, sus contenidos llegaron a millones de personas, sin pasar por los medios de comunicación tradicionales.

Pero el mismo Telegram que difundió los vídeos de Azaiza también alojó canales como el medio oficial de las Brigadas Qassam, que publicó imágenes gráficas de terroristas de Hamás y relatos de martirio. Mientras tanto, los canales militares israelíes publicaron sus propias imágenes. En efecto, Telegram se convirtió en una zona de guerra en sí misma, donde el periodismo ciudadano, la propaganda terrorista, los informes militares oficiales y los rumores sin verificar competían por la atención en la misma pantalla.

A diferencia de Twitter o Facebook, Telegram no modera de forma agresiva los contenidos. Su fundador, Pavel Durov, recientemente detenido, ha dejado claro que considera Telegram una plataforma para la libertad de expresión, incluso si eso incluye a grupos designados como organizaciones terroristas por Estados Unidos y la Unión Europea. Esta postura ha convertido a Telegram en un refugio digital para actores prohibidos en otros lugares. Hay’at Tahrir al-Sham, la antigua filial de Al Qaeda en Siria, mantiene múltiples canales en los que publica comunicados, actualizaciones sobre los combates y vídeos ideológicos.

Esto es importante porque en zonas de conflicto como Idlib no hay corresponsales extranjeros y los periodistas locales corren el riesgo de ser asesinados. Las únicas noticias que salen son a través de Telegram. Sin embargo, la mayoría de esas publicaciones no proceden de reporteros independientes, sino de grupos armados y sus medios de comunicación. Ellos eligen qué mostrar y qué omitir, moldeando la percepción internacional en tiempo real.

Tomemos como ejemplo la escasez de gas en Siria en 2022. Los canales de Telegram afiliados al Gobierno de Assad publicaron constantemente actualizaciones en las que culpaban a las sanciones occidentales de la crisis. Mientras tanto, los canales de la oposición difundieron vídeos de gasolineras vacías, pero también entretejieron afirmaciones conspirativas sobre un sabotaje iraní. Ningún periodista de los principales medios de comunicación pudo verificar ninguna de las dos versiones sobre el terreno. Sin embargo, ambas narrativas se hicieron virales y contribuyeron a endurecer la opinión pública.

Esto no es solo un problema de Oriente Medio. En 2022, un informe del Instituto para el Diálogo Estratégico reveló que canales vinculados al Estado ruso utilizaban Telegram en árabe para influir en las narrativas sobre la guerra de Ucrania. Presentaban a la OTAN como el agresor y establecían paralelismos entre Ucrania y las intervenciones estadounidenses en Irak. No se trataba de opiniones marginales. Eran opiniones selectivas, estratégicas y ampliamente difundidas entre el público de habla árabe. Telegram se convirtió en una herramienta no de empoderamiento ciudadano, sino de influencia geopolítica.

También hay un aspecto financiero. Algunos de los canales de Telegram más destacados de la región funcionan con modelos de suscripción de pago o aceptan donaciones a través de criptomonedas. En el Líbano, donde la economía se ha colapsado, los empresarios de los medios de comunicación han creado «redacciones» exclusivas para Telegram, algunas de las cuales admiten abiertamente que publican contenidos patrocinados por partidos políticos. Sin leyes de transparencia ni verificación de datos, los lectores no saben si están consumiendo información o propaganda.

El verdadero riesgo no es que Telegram albergue información falsa, sino que se convierta en la única fuente de información en lugares donde no existen alternativas. En entornos donde el poder ya está desequilibrado, donde las milicias tienen medios de comunicación y los civiles no, lo que está en juego es profundamente político. La plataforma no solo permite la comunicación, sino que está configurando narrativas de conflicto con consecuencias globales.

En ausencia de una prensa libre, Telegram se ha convertido en la agencia de noticias, la emisora y el archivo de Oriente Medio. Pero cuando todo el mundo puede publicar y nadie rinde cuentas, la verdad sale perdiendo. No estamos asistiendo al periodismo ciudadano, sino a una guerra de información sin reglas.

Este artículo fue publicado originalmente en la Fundación para la Educación Económica.

Fuente: PanamPost

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