



El 6 y 7 de julio, Río de Janeiro será sede de una de las citas más relevantes en el cambiante escenario global: la cumbre de los BRICS+. Más que un foro diplomático, se trata de una plataforma donde países heterogéneos discuten no solo herramientas para desdolarizar sus sistemas financieros, impulsar su desarrollo y disputar reglas globales, sino también coordinan visiones sobre seguridad mutua, intercambios culturales, cooperación en ciencia y tecnología, salud pública, agricultura, educación, energía y cambio climático. Este enfoque integral – que abarca desde la formación académica hasta la implementación de infraestructura verde – evidencia un intento por construir respuestas propias y alternativas, con proyección política y social en un escenario global atravesado por disputas, transformaciones y asimetrías crecientes. Es importante destacar que, en ese camino, no hay homogeneidad ni pureza ideológica: hay intereses, tensiones y apuestas por una mayor autonomía frente al orden establecido.


Argentina, que fue formalmente invitada a integrar el bloque, renunció a esa oportunidad por decisión del actual presidente, Javier Milei. La autoexclusión fue ideológica. No es una omisión inocente: es una estrategia que elige la obediencia a los centros tradicionales de poder por sobre la posibilidad de explorar nuevas rutas. En lugar de ocupar una silla en los debates que pueden redefinir el futuro del desarrollo, el gobierno nacional prefiere aferrarse al pasado. Lo hace con la bandera del dogma, no con la brújula del interés nacional y la soberanía.
La historia del bloque se remonta al año 2001, cuando Jim O’Neill, economista británico del banco Goldman Sachs, acuñó el término BRIC para referirse a Brasil, Rusia, India y China como los países emergentes con mayor potencial de crecimiento económico en el nuevo siglo. Su mirada no era geopolítica ni emancipadora. El BRIC era una recomendación pensada para orientar inversiones globales hacia mercados con mano de obra barata, recursos naturales abundantes y Estados funcionales al capital financiero internacional.
Sin embargo, el accionar de estos países derivó en otra cosa. En 2009, en plena crisis financiera global, los BRIC decidieron encontrarse, hablarse, reconocerse como algo más que "emergentes": lo hicieron como actores con intereses comunes, con derecho a tener más voz y representación en las instituciones de gobernanza global. En 2010 se sumó Sudáfrica, y así nació formalmente el BRICS.
Desde entonces, el bloque se consolidó como un espacio de articulación política, cooperación y construcción de instituciones propias, como el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) y el Acuerdo Contingente de Reservas (ACR). Gracias a la decisión política de los miembros, lo que nació como una oportunidad de inversión se convirtió, con el correr de los años, en un proyecto que busca aumentar el margen de maniobra de sus miembros frente al sistema multilateral dominado por Occidente. Los BRICS+ encarnan una demanda: la de reconfigurar el orden internacional desde la pluralidad, sin recetas impuestas. Allí, en esa transformación, hay una lección que Argentina no puede permitirse ignorar.
Desde su expansión en 2024 con la incorporación de Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Etiopía, Indonesia e Irán, el bloque BRICS+ consolidó un peso estructural difícil de ignorar: hoy representa aproximadamente el 39 % del PBI mundial, controla el 43% de la producción global de petróleo, el 36% del gas natural y casi el 80% del carbón. Reúne al 48,5% de la población mundial y concentra cerca del 72% de las reservas globales de minerales raros, insumos críticos para la transición energética. En el comercio internacional, los BRICS ya explican el 24% del total global. Brasil, por ejemplo, realiza el 35% de su intercambio comercial con estos países.
Mientras el G7 retrocede en peso demográfico y económico, los BRICS+ avanzan como un bloque que no solo refleja el presente, sino que proyecta el futuro. En ese sentido, desde el 2025, los BRICS+ cuentan con una nueva categoría para incorporar “Estados asociados”. Negarse a participar de esta conversación es renunciar a la posibilidad de construir un orden global diferente que contribuya a brindar soluciones a las urgencias de nuestra región.
Argentina no asistirá a la cumbre de Río porque se fue antes, Javier Milei eligió no ir. Prefirió el dogma libertario antes que la oportunidad de sumar voz y recursos en un foro donde hoy se discute buena parte del futuro del planeta. Donde se piensa cómo comerciar sin dólares, cómo financiar desarrollo sin condicionalidades y cómo articular ciudades, países y regiones en una agenda de cooperación multilateral. Vale consignar que una moneda común del BRICS+ aún está en los prolegómenos.
La contracara no es solo silencio. Es volver a encadenar nuestro destino al endeudamiento con un Fondo Monetario Internacional que, si alguna vez fue un organismo técnico, hace tiempo dejó de actuar como tal. En su lugar, sostiene una relación recurrente y turbia con los gobiernos de corte neoliberal, que cada vez que llegan al poder le abren las puertas de nuestro país y se someten a sus condiciones. Pasó con Macri. Se repite con Milei. Mientras tanto, los BRICS+, con sus mecanismos alternativos, no solo lograron consolidar su arquitectura institucional, sino que se propusieron disputar la gobernanza financiera internacional. A diferencia del FMI, cuyo historial en América Latina está plagado de condicionalidades, ajustes y reformas impuestas, el NDB busca financiar infraestructura y desarrollo sostenible sin exigir el desmantelamiento del Estado. Con sede en Shanghái y liderado actualmente por Dilma Rousseff, el banco ya aprobó 96 proyectos por más de 32.000 millones de dólares. Sigue siendo una institución de Estados, con criterios técnicos y de viabilidad, pero su sola existencia demuestra que otro tipo de financiamiento es posible. En ese margen de maniobra - todavía limitado, pero en expansión - se juega parte del futuro de nuestros países. Negarse a participar de esa conversación es, en sí mismo, una forma de sometimiento.
Nuestro país no está condenado a elegir entre inserción obediente o aislamiento. La exclusión de los BRICS es una decisión política que deberá ser revisada. Lo que está en juego es nuestra capacidad estratégica para construir alternativas de desarrollo inclusivo que mejoren las condiciones de vida de nuestra población. En ese rumbo, la política exterior no es una cuestión técnica ni marginal. Es una de las llaves para abrir el futuro.
*Carlos López López y Braulio Silva Echevarría son Presidente y Vicepresidente, respectivamente, del OPEIR (Observatorio del Pensamiento Estratégico para la Integración Regional)
Fuente: Página12
