
La falacia de la superpoblación: por qué más gente significa más conocimiento y prosperidad
MUNDO



Durante décadas, la narrativa dominante en torno al crecimiento de la población ha sido la de la alarma. Pensadores como Malthus advirtieron de que el crecimiento de la población provocaría hambrunas masivas y el colapso ecológico. El famoso libro de Ehrlich de 1968 La bomba demográfica predijo que cientos de millones de personas morirían de hambre en la década de 1970 debido a la superpoblación.


Hoy en día, las preocupaciones están cambiando. Muchos de los gobiernos que antes temían la superpoblación ahora están preocupados por el descenso de la natalidad. Países como Japón, Corea del Sur y gran parte de Europa luchan contra el estancamiento económico y el envejecimiento de la población. Incluso China, tras imponer su política coercitiva del hijo único, fomenta ahora las familias numerosas. Este cambio plantea una pregunta importante: ¿de dónde viene el miedo a la superpoblación y estuvo alguna vez justificado?
Este temor tiene sus raíces en la antigua visión de suma cero: la creencia de que la riqueza y los recursos son fijos, y que una población creciente simplemente significa dividir esos recursos en porciones más pequeñas. Aristóteles, por ejemplo, sostenía que si la población de una ciudad crecía demasiado para que la gente se conociera, los recursos se agotarían.
Hoy, la evidencia es evidente: si la vieja teoría fuera correcta, las megaciudades modernas serían páramos distópicos. Sin embargo, ciudades como Tokio, Nueva York y Londres figuran entre los lugares más ricos y dinámicos de la historia. Entonces, ¿por qué persiste esta lógica de suma cero, no sólo entre la gente corriente, que la cree intuitivamente, sino también entre los llamados expertos, especialmente economistas que deberían saberlo mejor?
La razón reside en su visión estática de las sociedades humanas: la falacia estática. Sus suposiciones se basan en modelos estáticos, tomados de las ciencias naturales, donde las variables y los resultados pueden predecirse con un alto grado de certeza. En física o biología, el aumento de un factor determinado (por ejemplo, el número de ratas o de langostas) tiene consecuencias previsibles (por ejemplo, el agotamiento de los recursos y la hambruna).
Este punto de vista es erróneo porque malinterpreta fundamentalmente la naturaleza humana. A diferencia de otras especies u otras materias físicas, los humanos no son meros consumidores pasivos de recursos. Son activos, creativos e innovadores, encuentran constantemente soluciones y remodelan su entorno. Como dice Huerta de Soto, tienen una capacidad inherente para el descubrimiento empresarial. Por eso —a diferencia de las ratas, las abejas o los tiburones— no vivimos igual que hace 10.000 (o incluso cinco) años.
La historia de la humanidad está llena de descubrimientos fundamentales, aunque impredecibles. Por ejemplo, la penicilina: antes del descubrimiento accidental de Alexander Fleming, las infecciones bacterianas eran una de las principales causas de muerte. Ningún modelo de predicción podría haber previsto este descubrimiento, que sin embargo revolucionó la medicina y salvó innumerables vidas. O pensemos en la impresión en 3D: antes inimaginable, ahora está transformando la fabricación, la medicina e incluso la exploración espacial. Tampoco podemos predecir todos los resultados de las nuevas y futuras tecnologías de IA, así como de otras.
Esto explica por qué fracasaron las predicciones de Ehrlich en La bomba demográfica y por qué también perdió su famosa apuesta de 1980 contra Julian Simon. Ehrlich afirmaba que el crecimiento de la población agotaría los recursos y haría subir los precios, mientras que Simon sostenía que el ingenio humano conduciría a la abundancia y reduciría los costes. Apostaron por cinco metales durante una década y, en 1990, los cinco habían bajado de precio, dando la razón a Simon.
Huerta de Soto aporta una idea clave de por qué el crecimiento de la población impulsa el progreso en lugar del colapso. Sostiene que, contrariamente a la división del trabajo de Adam Smith, el verdadero motor del progreso económico es la «división del conocimiento». Con ello se refiere específicamente al conocimiento empresarial, que es, por definición, disperso, a diferencia del conocimiento científico, que puede centralizarse y almacenarse.
El conocimiento empresarial es subjetivo, exclusivo y privado. No puede centralizarse porque cada parte de él existe en la mente de un individuo diferente, a menudo de forma tácita e inarticulada. No sólo eso, sino que además está en constante evolución, ya que es el conocimiento que creamos a través de la prueba y el error —actuando ante la incertidumbre, detectando oportunidades y descubriendo lo que funciona y lo no.
Esto significa que cada individuo posee un conocimiento único e insustituible moldeado por sus genes, educación, experiencias y circunstancias. Como resultado, cada persona es un creador insustituible de nuevos conocimientos empresariales, que pueden llevar a descubrir soluciones. Cuando las poblaciones crecen, la reserva total de conocimientos empresariales se amplía, lo que conduce a una mayor innovación y a mejores soluciones para los problemas humanos.
Estas soluciones no siempre son grandes inventos; la mayoría de las veces son pequeños descubrimientos que mejoran la vida cotidiana. Los fundadores de Airbnb se dieron cuenta de la escasez de alojamiento asequible durante una gran conferencia en San Francisco. Empezaron a alquilar colchones de aire en su apartamento a los asistentes, dándose cuenta de que mucha gente estaba dispuesta a pagar por una alternativa más personal y asequible que los hoteles. Cada día se producen innumerables descubrimientos similares, a menudo desapercibidos, pero que constituyen la base de nuestra prosperidad.
La mentalidad de suma cero que ignora el poder del descubrimiento empresarial está encarnada en Thanos, el villano de las películas de Los Vengadores. Creyendo que los recursos son finitos, elimina la mitad de la vida para «salvar» el universo. Sin embargo, en lugar de prosperidad, su plan conduce al colapso porque cada persona que desaparece no es sólo un consumidor, sino también un solucionador de problemas con un conocimiento único.
Para ilustrar la dispersión de conocimientos que existe incluso en los productos más sencillos, pensemos en una taza de café. Suponemos que hacer café es sencillo, pero ninguna persona sabe cómo producirlo por sí sola. Los granos de café deben cultivarse (a menudo en Brasil o Etiopía), cosecharse, procesarse, enviarse a todo el mundo, tostarse y prepararse utilizando máquinas diseñadas por ingenieros y fabricadas en distintos países. En este proceso intervienen miles de personas, cada una de las cuales aporta sus conocimientos exclusivos para llevar una simple taza de café a su mesa.
Ahora, imagina reducir la población mundial a la mitad. El resultado sería una distopía como la descrita en Hijos de los hombres, donde incluso satisfacer nuestras necesidades más básicas se convertiría en un reto. Peor aún, nunca sabríamos cuántas innovaciones por descubrir (avances médicos, fuentes de energía más limpias, métodos de producción más eficientes) se perderían para siempre.
El miedo a la superpoblación es sólo un ejemplo de un error más amplio —tratar a las sociedades humanas como sistemas estáticos en los que las tendencias continúan sin control y los recursos se agotan sin nuevas soluciones. Este mismo error subyace en muchas predicciones catastrofistas fallidas, desde el pico del petróleo hasta los modelos de catástrofe climática que pasan por alto la innovación tecnológica y empresarial.
Una y otra vez, la historia demuestra que el ingenio humano —ya sea modesto o revolucionario— siempre supera las predicciones estáticas. Al igual que Julian Simon desmintió los temores de superpoblación de Paul Ehrlich, innumerables innovaciones en energía, eficiencia y tecnología han desafiado las previsiones de colapso.
La verdadera amenaza no es el crecimiento demográfico ni el progreso industrial, sino la incapacidad de reconocer el poder de la creatividad humana. En lugar de temer al futuro y recurrir a la planificación centralizada, deberíamos abrazar el descubrimiento empresarial que impulsa el florecimiento humano.
Artículo publicado originalmente por el Instituto Mises
Fuente: PanamPost




Habemus papam: Robert Prevost. Leon XIV, cardenal de Estados Unidos y de ascendencia española




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