La victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos va a dominar los debates de la cumbre del clima, la COP29, que comienza este lunes en la capital de Azerbaiyán, Bakú. De poco servirán las advertencias de Naciones Unidas de que la crisis climática es una realidad y de que el tiempo se ha agotado ya para poder limitar la subida de las temperaturas a entre 1,5 y 2 grados. Tampoco los desastres intensificados por el calentamiento global, desde los huracanes que asolan con mayor frecuencia Estados Unidos hasta las lluvias torrenciales que arrasaron el sureste español. La Administración de Trump ya abandonó los Acuerdos de París en su primer mandato y previsiblemente volverá a hacerlo una vez que jure su cargo el próximo 20 de enero. En la cumbre de Bakú debía acordarse la financiación necesaria para apoyar las transformaciones del mundo en desarrollo, y ahora el país que lo iba a liderar se adentra aparentemente en cuatro años de negacionismo. Son sin duda malas noticias para la acción climática multilateral. No hay apenas margen de tiempo para implementar una agenda medioambiental a la que el mundo ya llegaba tarde.
Sin embargo, hay razones para esperar a ver el alcance de este revés. Con Trump no vale una lectura lineal ni previsible de sus posiciones. Ve la política como una transacción en la que todo tiene un precio. Cierto es que, con su regreso a la Casa Blanca, vuelve no solo un escéptico del cambio climático, sino un firme defensor de los combustibles fósiles que presume del eslogan “Perfora, nena, perfora”. Solo la industria petrolera ha aportado unos 75 millones de dólares a la campaña del republicano. Pero no han sido los únicos ni los más generosos. Elon Musk, dueño de X y de Tesla, una de las personas con más ascendente sobre el magnate, ha aportado por su cuenta unos 120 millones de dólares a la reelección de Trump y una gran parte de su fortuna pasa por que el mercado de los vehículos eléctricos gane tracción. El propio Trump, que había abjurado de este tipo de coches, reconocía en un mitin en Georgia que con el generoso respaldo de Musk no le dejaba otra opción que apoyar su despliegue.
Si Estados Unidos se descuelga de la carrera por la fabricación de coches y baterías eléctricas, China tendrá el horizonte despejado para garantizarse la hegemonía global en este sector, donde ya saca varios cuerpos de ventaja al resto de países. Y China es uno de los principales objetivos de la Casa Blanca de Trump. Además, la Ley de Reducción de la Inflación impulsada por Joe Biden ha canalizado alrededor de un billón de dólares hacia energías limpias en forma de créditos, desgravaciones y avales, y han sido precisamente los distritos republicanos los más beneficiados por estas inversiones, un 85% del total, según algunos análisis, lo que ha servido para impulsar el renacimiento de la industria de las renovables en EE UU. Los expertos creen que no hay marcha atrás posible en los cambios productivos iniciados para descarbonizar la economía.
Otra cosa son las metas de reducción de emisiones de gases contaminantes a corto plazo, que difícilmente se cumplirán si la primera economía mundial las ignora. Sin su colaboración, será mucho más difícil que el mundo transite hacia un modelo de energía más verde y sostenible, pero el camino no tiene vuelta atrás. Los demás países debemos seguir adelante con los planes de descarbonización y transición energética, en interés propio y por el bien común. Las generaciones futuras y no tan futuras no nos perdonarán no haber hecho todo lo que está en nuestra mano cuando aún podíamos hacerlo.
Fuente: El País