La mutación de la política: el liderazgo de María Corina Machado reconfigura Venezuela
VENEZUELA Alex Fergusson*Los casos de Venezuela y España son un buen ejemplo de los cambios que a nivel mundial se están produciendo en el ámbito de la política, y en la percepción de la gente respecto a los políticos y sus organizaciones tradicionales, los partidos.
Respecto a Venezuela, el liderazgo carismático de María Corina Machado (MCM) y de Edmundo González Urrutia (EGU), ambos liberales, ejemplifica lo que ocurre, cuando el discurso y las acciones políticas apelan simultáneamente a la razón y a la emoción.
Antes de ellos, solo Rómulo Betancourt (1958), un socialdemócrata, y Hugo Chávez (1998), un «socialista», mostraron las mismas cualidades.
No obstante, lo que está ocurriendo ahora, tiene unas implicaciones de mayor alcance. El liderazgo de Betancourt y de Chávez era meramente personal y ambos fracasaron en el intento de transmitir esas actitudes de liderazgo a sus demás compañeros y, particularmente, a sus partidos. Debo acotar que en ese sentido el fracaso de Chávez fue estruendoso, tal como estamos viendo.
En cuanto a España el auge inicial, ahora en decadencia, del partido Podemos (creado con los recursos aportados por el Gobierno de Hugo Chávez), y de sus movimientos aliados, así como el auge del pensamiento woke y de los partidos mal llamados «de derechas», responden también a esa transformación del modo de hacer política.
¿Cuál es la diferencia del antes y el ahora? Pues que durante los últimos 60 años la gente creyó en los partidos tradicionales y en los políticos que copaban esos espacios; ahora no.
En Venezuela, el liderazgo opositor de MCM y EGU arrasó con casi todo lo que quedaba de la forma de hacer política, y también con la mayoría de los políticos tradicionales y sus partidos. Eso, quizás explica los resentimientos que generaron en el seno del liderazgo opositor que existía.
Hay que decir, no obstante, que el Gobierno también ayudó a ese proceso interviniendo o fragmentando a los tres principales partidos que participaban de la vida política desde los 60' hasta los 90' (Acción Democrática, el Partido Socialcristiano COPEI y el Partido Comunista), creando así su séquito de aduladores entre muchos pequeños movimientos y personajes que se identificaban como opositores, algunos de los cuales siguen actuando en las sombras, en contra del nuevo liderazgo.
La nueva oposición democrática, con MCM y EGU a la cabeza, logró entonces crear un movimiento popular, no partidista, de suficiente envergadura y amplitud como para vencer arrolladoramente a Nicolás Maduro el pasado 28 de julio, y aglutinar férreamente al pueblo venezolano alrededor del ideario de libertad, democracia y justicia.
Y eso fue posible gracias a que, en los últimos años, tuvo lugar una mutación en la dinámica política y en la percepción que tiene la gente sobre los políticos y sus partidos, lo cual también trajo como consecuencia un cambio en su manera de relacionarse con ellos (valorando más la empatía y la racionalidad emocional que la ideología), y muy importante, un cambio en los mecanismos a través de los cuales la gente decide a quién apoyar.
Allí es donde adquiere relevancia el concepto de la «neuropolítica» como intento de dar cuenta de las causas de esa mutación.
La neuropolítica, en su definición más básica, se erige como el estudio meticuloso sobre cómo los procesos neurológicos influyen, moldean y en ocasiones determinan nuestras decisiones políticas.
Es, pues, una nueva rama del conocimiento que estudia el comportamiento político desde el punto de vista de las neurociencias.
En la mayoría de los casos, y hasta ahora, se ha enfocado en comprender el proceso de toma de decisiones políticas de la gente, aunque también incluye otros aspectos, como las actitudes políticas, las interacciones en este ámbito y las conductas de los políticos, así como la influencia que el ejercicio de la política tiene sobre el desarrollo cerebral de las personas.
Por otra parte, más allá de la teoría sus aplicaciones prácticas han invadido las campañas electorales, convencionales o no, mediante el neuromarketing, pues mostraron su utilidad y eficiencia en la orientación de las decisiones del elector, y de sus formas de relacionarse con los asuntos de la gestión política.
Uno de sus aportes es el descubrimiento de que la inclinación por un producto, una idea o un político, depende no solo de la valoración de factores objetivos (históricos, políticos, socioeconómicos y culturales), sino también de mecanismos cerebrales de toma de decisiones, donde los sentimientos y las emociones comparte espacios con la razón.
En el caso de la elección de un candidato político, el papel de la vinculación emocional se ha vuelto central pues redefine el papel que juega la información de la cual disponemos, producto de nuestro razonamiento y experiencia, como son la base ideológica o el programa político del candidato, que antes era el criterio dominante para decidir.
Así que, del lado de los ciudadanos, la neuropolítica intenta comprender mejor su comportamiento y sus decisiones, pero también revelar su forma de hacer política en donde los pensamientos más íntimos, las motivaciones más profundas y las decisiones aparentemente más espontáneas puedan ser no solo evaluadas, sino también, y allí está el peligro, influenciadas y potencialmente controladas.
En esta nueva frontera, las líneas entre la razón, la emoción, la ciencia, la ética y el poder se difuminan, creando un terreno fértil para innovaciones asombrosas y, al mismo tiempo, para dilemas morales sin precedentes, que nos plantean interrogantes acerca de: ¿Cómo podemos asegurar que la neuropolítica se utilice para informar y empoderar a los ciudadanos, en lugar de manipularlos? ¿Dónde trazamos la línea entre la persuasión legítima, la coerción neurológica, y la desinformación por vía de las fake news? ¿Qué hacemos con los influencers? y, finalmente, ¿Podrá permitir desnudar a un déspota progre, disfrazado de demócrata? Eso está por verse.
*Para El Debate