J. D. Vance y Marco Rubio: ¿Quién da más para suceder a Donald Trump?

EE.UU Carmen de Carlos*
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Donald Trump lleva algo menos de un año en la Casa Blanca, –sin contar su primera legislatura–, y las quinielas sobre quién le sucederá en el Partido Republicano están sobre la mesa. Las apuestas se reducen a dos personajes de perfiles opuestos, pero de pura raza republicana: el vicepresidente J. D. Vance (41 años) y el secretario de Estado, Marco Rubio (54).

El presidente de Estados Unidos acostumbra a inclinarse por uno u otro según corra el viento de los acontecimientos políticos. El criterio de Trump o su predilección no se puede considerar firme o inamovible. A los dos les ensalza, a los dos les ha descrito como dignos sucesores suyos, pero sólo uno podrá encabezar la papeleta de las elecciones de 2028 si superan las primarias. ¿Por cuál se inclinará?

La carrera entre Vance y Rubio ha comenzado, aunque no se haya oído el disparo de salida. El último, cansado de quinielas y sondeos, ha intentado, sin éxito, cortar en seco las especulaciones con una frase tajante: «Si JD Vance se presenta a la presidencia, será nuestro candidato y yo seré una de las primeras personas en apoyarlo».

Los perfiles de dos de los hombres en los que –hoy por hoy– más confía Donald Trump son radicalmente opuestos. Frente a la diplomacia experimentada de Marco Rubio chirrían los arranques viscerales del presidente de Estados Unidos en ausencia de Trump. Las formas y maneras cuidadas de Marco Rubio chocan de frente con los exabruptos de Vance.

La escena que destapó su naturaleza brusca y quizás pendenciera se retransmitió al mundo en directo durante la primera visita de Volodimir Zelenski a la Casa Blanca. Vance, en realidad, fue el detonante de aquella escena de humillación al reprochar al ucraniano en voz alta y con gestos agresivos que no había dado las gracias a su jefe por el apoyo.

El mundo quedó sorprendido frente al católico practicante que en sus memorias – Hillbilly Elegy: A Memoir of a Family and Culture in Crisis, en español: Hillbilly, una elegía rural: Memorias de una familia y una cultura en crisis)– conmueve al describir una infancia desdichada y con necesidades.

Difícil olvidar esas imágenes. Marco Rubio estuvo presente con cara de circunstancia por no hablar de vergüenza ajena ante semejante espectáculo. Sentado en otra butaca, prefirió guardar silencio.

De origen cubano y una educación exquisita, su estilo no es la humillación del otro. Marco Rubio es elegante en las formas y en el fondo, pero además es eficaz. Trump le reconoce una habilidad formidable para alcanzar acuerdos. También, para cederle todo el protagonismo. Eso es exactamente lo que hizo Rubio, cuando Jared Kushner y Steve Witkoff le hicieron saber que había acuerdo de paz en Gaza entre el Gobierno de Benjamín Netanyahu y Hamás.

En ese momento estaban en una reunión retransmitida en directo, pero el secretario de Estado no perdió un instante. Con reflejos se acercó de inmediato al presidente de Estados Unidos y le dijo al oído lo que sucedía y lo conveniente que fuera él quien le hiciera conocer al mundo el acuerdo. Trump le hizo caso.

Vance estuvo totalmente al margen de aquellas negociaciones, aunque, en la recta final, hizo un intento formidable por figurar y salir en la foto. Relegado a un segundo plano, el protagonismo frente a las cámaras se lo llevaban Witkoff, Kushner y… Marco Rubio. Demasiado para él, pidió micrófono para anunciar que los rehenes en poder de Hamás «deberían ser liberados en cualquier momento» y se saltó el anuncio oficial de que noestarían en casa hasta el lunes.

El vicepresidente encabezó un periplo por diferentes medios de comunicación para marcar agenda mediática y lo logró. Mientras, Rubio seguía –y sigue– trabajando con discreción en todos los frentes internacionales que le importan a Trump.

Vance había aprendido lo importante que era meter baza en los asuntos internacionales y desde entonces ha seguido intentando estar en primera línea de los conflictos que le pueden ayudar a ser el favorito del presidente cuando a este le llegue la hora de abandonar la Casa Blanca.

Con su equipo de colaboradores fue el artífice del plan de 28 puntos que arrojó al rostro de Zelenski en una llamada de teléfono. La iniciativa pondría la imagen de Donald Trump a la altura del betún y abriría las aguas de la Administración republicana.

Las críticas a un ultimátum donde en rigor se exigía la rendición de Ucrania y hasta se utilizaban expresiones propias del Kremlin hicieron saltar todas las alarmas. Europa cerró filas con el ucraniano mientras los medios de comunicación de dentro y fuera de Estados Unidos sacudían a Donald Trump y denunciaban su sometimiento incondicional a Vladimir Putin.

Marco Rubio no quería saber nada de una propuesta humillante, injusta y perjudicial para las aspiraciones de Trump al premio Nobel de la Paz. Tomo las riendas del problema creado por Vance, redujo a 19 puntos las exigencias, negó que fuera un ultimátum con fecha de vencimiento (el día de Acción de Gracias, según Vance) y lo describió como «un borrador». Vance había vuelto a perder.

Las distancias entre los hombres del presidente se agrandan por momentos. El abismo entre uno y otro viene de atrás. Incluso cuando disputaban las primarias con quien ahora es su jefe se notaba que son distintos.

Vance, que apenas fue senador un par de años (2023-2025) como recordó el año pasado la CNN le llamó el «Hitler de Estados Unidos», le acusó de ser «un desastre moral» y un «fraude total». Susie Wiles, la jefa de Gabinete de Donald Trump y según el presidente «la mujer más poderosa del mundo» lo calificó de «teórico de la conspiración» esta semana. De paso, justificó su cambio de posición con Trump por claros «motivos políticos».

Marco Rubio, tras estar 14 años en el Senado y ser capaz de entenderse hasta con los demócratas, le calificó de ser «la persona más vulgar», «estafador profesional». Posteriormente, se disculpó como si hubiera cometido un pecado, pero, añadió, «nada de lo que dije se acerca a lo que Donald Trump dice a diario y no solamente una vez».

Perdonados los dos y como en política todo es posible, ya queda menos por saber cuál será el elegido y quién sabe si, quizás ambos terminen en la misma papeleta.

*Para El Debate

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