La caída de Nicolás Maduro en tres fotos

VENEZUELA Julio Borges Junyent*
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Las dictaduras no siempre caen con estrépito. A veces mueren sin que nadie escuche el golpe, consumidas por su propia podredumbre, debilitadas desde dentro, rodeadas por una presión constante que ya no se detiene. Eso es lo que hoy está ocurriendo en Venezuela.

El régimen de Nicolás Maduro no enfrenta un desafío repentino, sino un proceso sostenido de debilitamiento político, militar, económico y moral. No hay una bala de plata, sino un cerco inteligente y metódico. Un cerco que ya no puede revertirse.

Maduro aún conserva las formas del poder, pero ha perdido su sustancia. El país vive entre apagones, hiperinflación y colapso institucional. La corrupción se ha convertido en su único sistema de gobierno. Lo que antes fue una red de control político hoy es un mosaico de feudos: militares, mafias, negocios ilícitos y clanes personales.

Ni siquiera sus aliados más fieles confían en él. La desconfianza ha reemplazado la obediencia. En el chavismo ya no hay un proyecto, sino un instinto de supervivencia. Cada uno busca su salida antes de que se derrumbe la estructura. Y eso ya es una señal inequívoca de final.

La salida de Maduro del poder no es una cuestión de si ocurrirá, sino de cómo y cuándo

La salida de Maduro del poder no es una cuestión de si ocurrirá, sino de cómo y cuándo. Las próximas semanas pueden traer cualquiera de estos escenarios, distintos en su forma, pero convergentes en su resultado: el fin del régimen.

Primera foto: Continúa la estrategia internacional de presión sobre las redes criminales y económicas del régimen. Golpes financieros, restricciones logísticas y operaciones contra el narcotráfico buscan debilitar los pilares que lo sostienen sin provocar un estallido violento. Esta vía mantiene la tensión y acelera la fractura interna del chavismo hasta conducir a una claudicación.

Siguiente imagen: en el caso que Maduro y su grupo decida «resistir» e ir a un proceso casi que clandestino, el foco se desplazará hacia la cúpula política y militar. Acciones coordinadas –diplomáticas, judiciales y eventualmente operativas– apuntarán directamente a quienes rodean a Maduro. La lógica es clara: aislar al dictador hasta que sus propios aliados prefieran un cambio controlado a un colapso absoluto.

La tercera fotografía: Sin dinero, sin legitimidad y sin respaldo internacional real, el régimen se parte. El descontento popular y el agotamiento militar abren la puerta a una fractura total del régimen y transición de unidad nacional, con acompañamiento internacional y elecciones libres. No sería una transición impuesta, sino asumida como una necesidad histórica.

La comunidad internacional ya no discute si presionar o no a Maduro, sino cómo hacerlo sin provocar caos

La comunidad internacional ya no discute si presionar o no a Maduro, sino cómo hacerlo sin provocar caos. Estados Unidos, Europa y América Latina actúan con cautela, pero con una convicción común: no hay estabilidad posible mientras se mantenga la dictadura.

Al mismo tiempo, dentro del país, el miedo empieza a erosionarse. Los trabajadores, los gremios, los movimientos ciudadanos y los propios funcionarios saben que el ciclo se agotó. Cuando el miedo se rompe, la dictadura pierde su poder más profundo.

Venezuela no está condenada a la violencia ni al vacío. Es un país con una sociedad fuerte, sin fracturas étnicas ni religiosas, con un deseo de libertad que se mantiene intacto. Lo que viene será una transición de unidad nacional, no una venganza. Un proceso de reconstrucción política y moral, con justicia y reconciliación, que devuelva al pueblo su derecho a elegir.

El tiempo ya empezó a correr
Maduro puede intentar ganar días con discursos, llamadas telefónicas, amenazas o gestos de fuerza, pero el desenlace está escrito. Su poder se sostiene en el aire y el aire se le acaba. Solo queda Cuba defendiendo activamente a la dictadura, porque vive de ella. Todos los días petróleo venezolano sigue siendo regalado a la dictadura cubana y eso sigue siendo su único y frágil sostén. En el caso de Rusia su beligerancia es más testimonial que real. En el caso de Irán sus posibilidades no son como para cambiar la dinámica.

El proceso que lo llevará fuera del poder ya está en marcha: es gradual, firme e irreversible. No será cuestión de años, sino de semanas. Más largas o más cortas, pero semanas al fin.

Porque cuando la legitimidad se agota, cuando el dinero se esfuma, cuando los aliados se alejan y el miedo cambia de bando, ninguna dictadura sobrevive. Eso es exactamente lo que está ocurriendo hoy en Venezuela.

*Para El Debate

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