Los mitos populistas detrás de los despidos ante la apertura de importaciones

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En Argentina el ciclo completo de la sustitución de importaciones se cumplió de nuevo. Ojalá sea la última y se haya aprendido la lección. Lamentablemente, mirando la historia, todo hace pensar que hay ciertos loops de los que el país no puede escapar, aunque sí hay que reconocer que algunas cosas se están experimentando por primera vez. Por ejemplo, un gobierno que se anima a solucionar los desajustes fiscales desde un primer momento, algo que ni los peronistas ni radicales (incluso militares) consideraron viable políticamente.

Lo que se ha venido reiterando de forma repetida es el mismo proceso. Algunos «industriales» logran que el populismo de turno cierre las importaciones, presentándole a la sociedad las virtudes de la «industria nacional». Algo que, lógicamente, no tiene nada de malo y que es necesario. El problema es cuando esa «industria» ofrece determinados bienes caros y malos, que en el exterior se consiguen mejores y baratos.

Cuando comienza el proceso, la foto es la del político en una fábrica celebrando el empleo de un grupo de trabajadores, que pasará a producir determinado producto. Supongamos que, en ese momento, el mismo se consigue a 1 en el exterior y que el «protegido» se ofrece en el mercado local a 1,20. Los aranceles hacen que el importado se consiga ahora a 2 y así arranca un sistema condenado al fracaso, que en su primer momento no tiene demasiado repudio.

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Iniciado el proceso dinámico, tanto el bien que el mercado libre ofrece en el mundo como su versión local «protegida» sufren alteraciones. El bien «libre» mejora su calidad y reduce su precio, ya que se produce a escala para una demanda global, en el marco de una competencia absoluta. Es decir, en un tiempo determinado, lo que costaba 1 pasa a valer 0,50, pero, además, es de mejor calidad. Ahora, ¿qué pasó con la versión «argenta»? Para empezar, al tener un mercado limitado, los incentivos comerciales no fomentan el corrimiento de la frontera de producción hacia arriba.

En el mejor de los casos, la calidad se mantiene y no mejora. Sin embargo, al tener un público cautivo, lo que suele suceder es todo lo contrario: el producto empieza a empeorar en cuanto a su presentación y en otros aspectos. Esto no es lo único que sucede, pues los políticos populistas, que «protegieron» a las industrias, acudieron al crecimiento del Estado, del déficit, de la emisión monetaria y de la inflación. Cuando terminó la película, la última escena siempre es la misma. El bien libre, del mercado internacional cuesta 0,5, siendo de buena calidad, mientras que el local puede llegar a valer 3, 4 o 5.

Cuando el ciclo llega a su última instancia, nadie empatiza ni con los «empresarios locales» ni con los trabajadores. El público quiere importaciones, bienes económicos y de buena calidad, ya que su consumo extrapolado a todos los ámbitos, como alimento, calzado, vestimenta, tecnología, etc. lo lleva a una vida de restricciones.

El problema aparece cuando se inicia el proceso de apertura y las fábricas que vendían cosas que ya aparecen en el mercado a mejor calidad y mejor precio ven caer drásticamente su demanda. Como los populistas y sus industriales socios no pueden arremeter contra la lógica (que las personas compren mejores bienes y más baratos) golpean con la foto de una fábrica cerrada y con el número de operarios sin empleo.

Ahí la discusión deja de ser económica y se apela al golpe bajo: «¡¿Ustedes quieren que estos 150 trabajadores queden sin empleo?!» Una vez más, se quiere retratar una insensibilidad del «neoliberalismo» y de una mayoría eventual del electorado que respalda las políticas de apertura. Ellos son «los desclasados», los «faltos de conciencia social» y toda la cantinela.

Pero, aunque el proceso de sustitución de importaciones haya llegado tan lejos y su colapso no tenga vuelta atrás (y no demasiada gente considere seguir subsidiando empresarios y trabajadores a costa de un nivel de vida propio miserable) sí hay que ocuparse del empleo y la reactivación económica.

La solución a esta cuestión no pasa por mantener una fábrica para producir lo que el mundo brinda más barato y mejor. La salida es por la dinamización de la economía, que pueda crear nuevas fuentes de trabajo, en ámbitos donde sí sean productivos para el prójimo. La paradoja es que los mismos que defienden el modelo de sustitución de importaciones son los que se niegan a la modernización laboral que pueda absorber más y mejores fuentes de trabajo.

Ahí es cuando apelan a una falacia fácilmente desmontable que reza: «Si importamos todo no vamos a producir absolutamente nada». ¿Ah sí? Entonces, ¿con qué recursos pagaríamos esas importaciones?

Llevemos la cuestión a los términos individuales, para comprender la locura de este planteo. Nuestras «importaciones» son todos los bienes y servicios que adquirimos. El supermercado, la verdulería, el almacén, los servicios como electricidad, internet, etc. Nuestras «exportaciones» es lo que producimos. Nuestro trabajo. Lo que nos brinda los recursos para adquirir todo lo que consumimos. Ojalá pudiéramos «importar todo» y no «exportar nada». Sin embargo, lamentablemente es imposible. Para importar hay que exportar. Para comprar es necesario producir.

Argentina cuenta con un potencial descomunal. De liberar las fuerzas productivas, no alcanzaría la mano de obra disponible en el país, por lo que muchas personas del mundo elegirían venir a trabajar aquí. Claro que, para que eso suceda, se debe alterar la ecuación a como se vino pensando hasta hoy. Hay que mirar a las fuentes laborales como la respuesta a las necesidades y no como un fin en sí mismo. Aunque la primera opción suena más altruista, lo cierto es que en la práctica termina generando sociedades pobres (y «empresarios» inescrupulosos ricos y sin mérito). La segunda tiene el vértigo de la incertidumbre, pero lo cierto es que funciona. Toda la evidencia empírica global así lo muestra.

En resumidas cuentas, el país debe abrirse al mundo, con la misma velocidad que dinamiza su economía y mercado laboral interno. Es la única solución para contar con bienes y servicios a precios razonables y de calidad, como también con óptimos niveles de empleo y buenos salarios.

Fuente: PanamPost

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