





Mantener la paz y la seguridad internacional, así como fomentar las relaciones pacíficas entre los Estados, constituyen objetivos centrales de la ONU.


Con olvido de esos propósitos, la reciente intervención ante la Asamblea General de la ONU de Gustavo Petro, en calidad de presidente de Colombia, que por cierto es la última, terminó siendo un episodio más de confrontación, desconexión y vergüenza internacional.
El mandatario repitió la misma fórmula que ya había utilizado con Israel: ataques frontales, gestos hostiles y un discurso cargado de resentimiento que no solo erosionan la relación diplomática, sino que abren un abismo con un aliado estratégico. La delegación estadounidense, en una acción inusitada, abandonó el recinto durante su intervención. El mensaje fue claro: a Estados Unidos no le interesa la posición personal de Petro respecto a su política antidrogas, quien insiste en desprestigiar a quienes deberían ser sus socios.
En su intervención en la ONU, Petro se atrevió a lanzar acusaciones infundadas contra el presidente Donald Trump, ignorando la política de mano dura que este lideró contra el narcoterrorismo. Al mismo tiempo, volvió a mostrar condescendencia hacia Nicolás Maduro, el Cartel de los Soles y el Tren de Aragua, enviando señales peligrosas que al poderse interpretar como de complicidad conllevan consecuencias negativas para la economía y la diplomacia de Colombia. Una ironía de un presidente recientemente descertificado, que parece devolver favores políticos en lugar de defender los intereses de su propio pueblo.
El llamado a China para instalar fuerzas militares en este lado del continente fue uno de los momentos más irresponsables del discurso. En lugar de reforzar la soberanía y la estabilidad regional, Petro abrió la puerta a tensiones innecesarias y a un reacomodo de fuerzas que pone en riesgo la seguridad hemisférica.
Era su última oportunidad como mandatario en la ONU para rendir cuentas sobre su gestión, mostrar avances, o al menos dejar un mensaje constructivo de cierre, pero Petro prefirió, en cambio, atacar, dividir y victimizarse. Su discurso fue tan errático que ni siquiera logró cautivar a la escasa audiencia: el salón estaba semivacío, sin el respaldo ni la atención que un jefe de Estado debería convocar.
Las secuelas de esta intervención no se harán esperar:
Aislamiento diplomático: Estados Unidos, principal socio comercial y de cooperación en seguridad, endurecerá su distancia con Colombia, cerrando espacios de diálogo directo.
Mayor vulnerabilidad económica: sin respaldo del país del norte y con la desconfianza que genera un acercamiento a regímenes cuestionados, la inversión extranjera se retraerá.
Riesgo de sanciones: la complicidad abierta con Maduro y la indiferencia frente al Cartel de los Soles pueden derivar en sanciones personales o estatales que golpearán la economía.
Debilitamiento en organismos multilaterales: Colombia perderá peso político en la OEA, el BID y otros escenarios donde el respaldo de EEUU es determinante.
Aceleración del deterioro interno: con menos cooperación en seguridad y lucha antidrogas, seguirán creciendo los espacios para el narcotráfico y la criminalidad organizada.
Reputación internacional en entredicho: el episodio consolida la percepción de un país que pasó de ser socio confiable a convertirse en un aliado incómodo, errático y contradictorio.
Ya se anunció la revocatoria de la visa a Petro por incitar a la violencia y adoptar posiciones imprudentes e incendiarias.
En fin, la intervención de Petro en la ONU pasará a la historia como un compendio de errores: en la forma, en el fondo y en el simbolismo. Un presidente que tuvo en sus manos la posibilidad de representar a Colombia ante el mundo terminó reduciendo su papel a la de un provocador con más sombras que luces. La ONU no fue testigo de un legado, sino de una manifestación gris, irreflexiva y profundamente dañina para la imagen del país. Y lo más grave: deja sembradas consecuencias que pesarán sobre Colombia mucho después de que él abandone el poder.
Y para rematar su dislate se conoció la directriz impartida a través de WhatsApp de la Presidencia de la República a los jefes de prensa de todos los ministerios, departamentos administrativos y agencias públicas para ejecutar una campaña digital amplificando su discurso ante la ONU y usando durante su alocución el hashtag “PetroLíderMundial”. Sin palabras.
Así, puede predicarse lo dicho por Voltaire: “La estupidez es una enfermedad extraordinaria, no es el enfermo el que sufre por ella, sino los demás”.
Fuente: PanamPost






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