España, por una vez, en el lado correcto de la guerra de Gaza

MUNDO Rodríguez Garat*

El último barómetro del Real Instituto Elcano nos muestra que un 82 % de los españoles creen que Israel está cometiendo un genocidio en Gaza. La opinión, que no se sustenta en procedimiento judicial alguno sino en valoraciones políticas y periodísticas —además de, por qué no decirlo, en las declaraciones de algunos de los ministros más extremistas del Gobierno de Netanyahu, ávidos de competir con nuestra inefable Belarra por el cetro global del disparate— pone de manifiesto hasta qué punto se ha banalizado el lenguaje en los medios de comunicación. Como botón de muestra, el diario ABC acaba de publicar unas declaraciones de Jamie Lee Curtis en las que la actriz denuncia «el genocidio estético contra las mujeres» cometido por el «complejo industrial cosmecéutico».

Con o sin motivo —que eso es algo que depende de las circunstancias del momento— Israel se enfrenta en España y en casi toda Europa a dos sectores de opinión en los que florece un indisimulado antisemitismo. La derecha más extrema es el primero de esos sectores, influenciado por las viejas ideas de Hitler y, en el ámbito doméstico, por las frecuentes alusiones del general Franco al «contubernio judeomasónico», una especie de «Deep State» global cuya existencia quedaba demostrada —los lectores jóvenes, si los hay, ni siquiera sabrán de qué estoy hablando— por los fabulados «Protocolos de los Sabios de Sion».

La oposición a Israel en el extremo opuesto del espectro político nace bastante más tarde, en el último tercio del siglo pasado. Como estoy convencido de que la exministra Belarra no lo sabe, merece la pena recordar que, en 1947, el comunismo internacional avaló con sus votos en la Asamblea General de la ONU —los de la URSS, Ucrania, Bielorrusia, Polonia y Checoslovaquia— la resolución 181 de partición de Palestina. No fue hasta el final de la Guerra de los Seis Días, veinte años después, cuando la lógica del enfrentamiento entre bloques provocó una alianza contra natura entre el comunismo y el Islam que, seis décadas más tarde, todavía goza de buena salud en los círculos intelectuales de la izquierda, incluso la de carácter moderado.

Entre ambos extremos, quedan amplios sectores de opinión en España que, menos condicionados por la ideología, parecen capaces de adaptar sus valoraciones a la situación real que se viva en cada momento. Son ellos quienes, con sus respuestas a la encuesta del Real Instituto Elcano, demuestran que el capital de simpatía que Israel recibió tras la masacre del 7 de octubre de 2023 ha quedado agotado tras casi dos años de campaña contra Hamás. Una campaña difícil, frente a un adversario que no da la cara, y en la que la sospecha de crímenes de guerra se ha ido poco a poco transformando en certidumbre. En los últimos días, el propio el presidente Trump —al que pocos se atreverán a acusar de woke, no vaya a ser que les suba los aranceles— ha exigido a Netanyahu que ponga fin a la hambruna en la franja de Gaza.

Provocada por esta inaceptable hambruna, acabamos de ser testigos de una extraña convergencia. Los 22 miembros de la Liga Árabe y los 27 de la Unión Europea se han unido a otros muchos Gobiernos para firmar una declaración que pide el fin de la guerra en Gaza y da su apoyo a la solución de dos Estados que demanda la práctica totalidad de la comunidad internacional. Juntos han votado Marruecos y Argelia, Irak y Kuwait, Siria y el Líbano, Irlanda y Alemania, las repúblicas bálticas y Hungría… ¿cómo se ha logrado tal unanimidad? No ha sido tan difícil. Solo ha hecho falta poner juntas las dos caras de la verdad. Israel debe parar la guerra, pero no para aceptar su derrota a manos del terrorismo —como nuestro Gobierno le ha exigido tantas veces, la más reciente en la cumbre del Grupo de la Haya, en Bogotá, de la mano de Cuba, Nicaragua y otros Gobiernos igualmente «progresistas»— sino a cambio de que Hamás entregue sus armas, devuelva a los rehenes y ceda a la Autoridad Palestina el gobierno de la franja.

Me alegra, de verdad, ver esta vez a nuestro Gobierno en el lado correcto de la historia. La guerra de Gaza, tercera de su nombre, es solo el último episodio de un conflicto que no es de ayer. No puede entenderse si no es como parte de un enfrentamiento de casi ocho décadas, lleno de episodios oscuros protagonizados por unos y otros, antes y después del asalto a la valla. Solo quien quiere engañarse o engañar a los demás puede escribir esta compleja historia como una lucha entre el bien y el mal, o pintar en blanco y negro todo lo que está en juego. Condenar solo a uno de los dos contendientes —cuando ambos creen luchar por su supervivencia— significa tomar partido… y convertirse en parte del problema, en lugar de contribuir a la solución.

Ya veremos, eso sí, cuanto nos dura la alegría a los españoles. Pero me atrevo a predecir que no dependerá de lo que ocurra en Gaza en los próximos días, semanas o meses… sino del tiempo que tarde nuestro presidente en volver a necesitar el apoyo de sus socios de investidura, Belarra incluida, para salir de cualquier apuro. Y así nos va.

*Para El Debate

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