




“El poder nace del fusil.”
Mao Zedong


El 30 de julio de 2017, en la base militar de Zhurihe, la mayor base militar terrestre del Ejército Popular de Liberación de China en Mongolia, desfiló como si el enemigo estuviera al acecho. No en las calles, sino en los discursos. No en los territorios, sino en los modelos. No en los uniformes ajenos, sino en las formas del poder que reaparecen una y otra vez bajo el rostro del fascismo contemporáneo. China no celebró un aniversario. Puso en escena un posicionamiento político. Un ejército que se transforma, se reforma y se despliega no solo para ganar batallas futuras, sino para recordarle al mundo que la historia no terminó. Que la lucha contra el fascismo no quedó sellada en los años cuarenta, sino que continúa interpelando a todas las sociedades. Y que las sociedades que rechazan la lógica y el poder fascista —sin preparación, sin fuerza, sin estrategia— están condenadas a perder. El mundo está en guerra permanente. Y para seguir existiendo, un país necesita ser fuerte en todos sus aspectos. La amenaza persiste: a veces en forma de guerra directa, a veces disfrazada de orden neoliberal, otras oculta en la paz vigilada del mercado. Y muchas veces, bajo la forma más cruel de todas: una guerra de miseria planificada, como la que sufren gran parte de nuestros pueblos.
Zhurihe no es un desfile, es una tesis
Este desfile fue distinto. No se hizo en Tian’anmen. No hubo marcha coreografiada ni estética ornamental. Tropas recién salidas del entrenamiento, armadas, tomaron el escenario con el fuego del dragón. Un ensayo general para lo que vendrá. Un mensaje: estamos preparados. Desde 2015, el Ejército Popular de Liberación fue reorganizado desde la base. Reducción de mandos, eliminación de estructuras obsoletas, incorporación de tecnología, estrategia cibernética, integración civil-militar. Xi Jinping, al frente de la Comisión Militar Central, no dirige solo un ejército: modela una nueva forma de soberanía nacional.
El arte de mostrarse invencible
Doce mil soldados. Cien aviones. Seiscientos sistemas de combate. Y un solo mensaje: no hay batalla que nos derrote. Pero esta vez no se trató de una exposición de disciplina ni de una estética militar pulida para las cámaras. Fue un retrato crudo, brutal, hiperrealista de la maquinaria de guerra china. Los soldados, recién salidos del entrenamiento, desfilaban como si el enemigo estuviera al otro lado del horizonte. Armados, con los ojos encendidos y los rostros estallados. Xi Jinping no hizo un monólogo obsoleto. Habló de una reforma total del ejército. De una modernización profunda que reconfigura zonas de guerra, reemplaza mandos, redefine cuerpos, suprime unidades inútiles, incorpora ciencia y tecnología, e integra lo civil con lo militar como parte de una nueva estrategia nacional. El ejército ya no es un órgano más del Estado: es el corazón de un nuevo modelo de poder.
La memoria como fuerza
La memoria del siglo XX no es pacífica: está escrita con sangre. En 1937, el pueblo chino enfrentó la invasión japonesa en una de las ofensivas más brutales de la historia contemporánea. La resistencia china —primero bajo el Kuomintang y luego consolidada por las fuerzas comunistas— fue una de las columnas del frente antifascista asiático. Esa memoria es parte del ADN del Ejército Popular de Liberación. Pero el antifascismo no es una conmemoración. Es una posición activa. Y esa es la clave del desfile: leerlo no solo como una demostración de fuerza, sino como una postura en la tensión geopolítica del presente. ¿Qué significa prepararse para la guerra hoy, en un mundo donde resurgen las derechas extremas, donde la OTAN se expande, donde el mercado se impone como dogma y el autoritarismo liberal como norma?
La violencia del antifascismo no es simétrica
El discurso occidental, ansioso por emitir condenas morales inmediatas, suele igualar toda demostración de fuerza al fascismo mismo. Pero hay una diferencia esencial: el fascismo mata para dominar; el antifascismo debe armarse para sobrevivir. Buscar las herramientas necesarias y combatirlo desde todos los frentes. No es lo mismo desfilar para el espectáculo y las fotos o redes sociales, que desfilar como advertencia. No es lo mismo marchar con prepotencia imperialista que hacerlo con memoria insurgente. China no está exenta de contradicciones. Pero el desfile de Zhurihe no fue un gesto vacío. El contexto mundial exige urgencias . China comprende su tiempo histórico. Y responde con la contundencia de quien ha vivido la ocupación, la masacre, la humillación colonial y el ataque permanente de los medios hegemónicos que construyeron una narrativa contra el oriente chino. China no tiene la venganza como fin, pero advierte a quienes sueñan con restaurar el viejo orden neoliberal mundial. Fue también una forma de recordar que no se construye paz sin preparación, ni soberanía sin defensa. La paz desarmada no existe cuando el adversario ejerce la anarquía del poder y no tiene bandera.
Fuente: Página12


