Estado palestino: el espejismo de la izquierda colaboracionista con Sánchez y Macron a la cabeza

MUNDO Zoé Valdés*
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Más allá de la retórica y los discursos apasionados, la cuestión del Estado palestino se ha convertido en un símbolo, una bandera utilizada por sectores de la izquierda radical para articular ideales de justicia global socialista –más allá de la social indicada en casos específicos– y resistencia antiimperialista.

Sin embargo, la complejidad geopolítica, las divisiones internas y la ausencia de una estrategia coherente han dificultado la materialización de este proyecto al que los mismos palestinos han renunciado si antes no desaparece Israel, porque no hay que engañarse, esa es la verdadera condición y el objetivo primordial: la eliminación del Estado de Israel.

Frecuentemente, el debate sobre Palestina se reduce a consignas y posturas simplistas, dejando de lado los matices históricos, las realidades políticas y las voces diversas que existen dentro y fuera del propio pueblo palestino. Así, el Estado palestino corre el riesgo de convertirse en un espejismo: una aspiración legítima que se disuelve entre el simbolismo revolucionario y los obstáculos de la política internacional contemporánea de la izquierda radical que no ha puesto en su gran mayoría un pie en Gaza jamás, o Hamás mediante.

Las equivalencias suelen matar a las ideas, sobre todo en este campo. Escribió Gilles-William Goldnadel en el 2023: «La misma repugnante equivalencia se encuentra cuando el periódico Le Monde presenta eufemísticamente a la Yihad Islámica —organización clasificada como terrorista por todos los países democráticos— como una «formación militar».

Cabe destacar la reticencia periodística a usar el término terrorista en cuanto se asocia con la palabra palestino. Hamas gobierna en Gaza, Hamas se ha calificado siempre como el brazo militar y terrorista –dicho por ellos mismos– de la causa palestina. Un Estado gobernado por un gobierno terrorista como Hamas, será otro Estado terrorista más en el planeta. Vamos, todo lo que ahora mismo necesitábamos.

Otro gran intelectual francés Georges Bensoussan expresó en una entrevista: «En el conflicto israelí–palestino, es la parte árabe la que siempre ha rechazado la solución de dos Estados». Pero así y todo a la ultramegaizquierda radical y colaboracionista se le antoja que de todos modos la paz radicaría en la solución de dos Estados, en una supuesta solución dentro de la que uno de esos Estados no desea convertirse en Estado o lo condiciona a la eliminación del otro Estado, a la inexistencia de Israel.

La historia reciente demuestra que la llamada «solución de dos Estados» ha sido, en la práctica, un principio reiteradamente rechazado por la parte árabe desde hace casi un siglo. La narrativa dominante muchas veces olvida que desde 1937 se han presentado, al menos, seis oportunidades formales para dividir el territorio y crear dos entidades soberanas, oportunidades que fueron rechazadas de manera sistemática por los líderes árabes y palestinos.

El primer gran rechazo vino con el Plan Peel en julio de 1937, que proponía por vez primera una partición en dos Estados independientes. Luego, el Libro Blanco británico de mayo de 1939, pese a prever la independencia palestina en un plazo de diez años, también fue descartado. En 1947, la Resolución 181 de la ONU, fundamento legal e histórico de la partición, fue igualmente repudiada del lado árabe.

Lejos de ser un tema reciente o producto de la coyuntura, este patrón de rechazo ha marcado cada instancia en la que se abría la puerta a una solución negociada y pacífica. En cada ocasión, la posibilidad de coexistencia fue vista como una cesión inaceptable, o incluso como una traición a una causa concebida como absoluta y no negociable.

Así, tres votos consecutivos en contra de propuestas de partición reafirman cómo el rechazo ha sido, más que la excepción, una constante histórica. Porque lo que no quieren de ninguna forma aceptar a Israel como Estado, de ninguna manera es aceptar a Israel como parte de la humanidad.

Mientras tanto, la retórica de la «solución de dos Estados» sigue circulando en el discurso internacional y entre sectores que desean presentarse como pragmáticos y razonables. Pero la realidad política, marcada por negativas reiteradas y condiciones imposibles de aceptar para la contraparte, revela que este espejismo forma parte de una larga cadena de oportunidades perdidas—y que quizá, más allá de la lógica aparente, la voluntad real de coexistir ha radicado, y sigue radicando, en la ausencia de hechos razonables y humanos.

En esa trampa antisemita y colaboracionista ha arrastrado el gobierno de Pedro Sánchez a España, y Emmanuel Macron a Francia. Uno dependiente –por algo será, y se sabrá más temprano que tarde– de Marruecos y sus políticas, y el otro chantajeado directamente por la dictadura de Argelia, como se ha podido ver con el caso del escritor Boualem Sansal, de 80 años, enfermo de cáncer, condenado a cinco años y agonizante en una prisión argelina, que ha alertado del peligro del islamismo radical en Francia.

España y Francia no son ni la sombra de lo que otrora fueron y que dejaron de ser en manos de estos dos petimetres. Y lo que es peor, se avecina que dejen de existir como Estados el día en que el terrorismo en el poder estatal se lo exija a punta de cañones. Ese día está, a la vuelta de la esquina no, detrás de la puerta.

*Para El Debate


 
  
 

 
 

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