



No hay lugar a dudas de que, el hecho de ocupar un rol de poder y recursos, y no utilizarlo para enriquecerse de forma espuria, es absolutamente meritorio y ejemplar. Como vemos hasta el hartazgo en la política (y hasta en las estructuras del Vaticano), para una buena cantidad de personas, el lugar de influencia es la oportunidad perfecta para enriquecerse y para vivir una vida de opulencia y lujos.


Más allá de las posiciones políticas del papa Francisco, que nos tenían a todos debatiendo, un aspecto de su personalidad nos emocionaba a todos por igual: su austeridad y ascetismo total. La utilización del mismo calzado, los traslados con el resto de los obispos, las comidas con el personal de base del Vaticano y la residencia que eligió, todo formaba parte de una coherencia personificada.
Aunque pudo haber ostentado (al menos en la intimidad) los más altos lujos que un ser humano puede darse, Jorge Bergoglio vivió su estadía vaticana de la misma manera que un religioso de menor rango, en la cotidianidad misma que podía tener un empleado de limpieza.
Si bien los cardenales pueden tener acceso a un sueldo de 5900 dólares, dependiendo la antigüedad, Francisco no cobraba salario. En una entrevista dijo que cuando se le rompía un zapato o necesitaba algo, simplemente pedía que le compraran lo que necesitaba. Según se confirmó en las últimas horas, la herencia total que deja la última máxima autoridad de la Iglesia católica es de cien dólares. Evidentemente, la prédica de su austeridad no era ninguna pose.
En Buenos Aires se confirmó que sus familiares vivían también de manera muy humilde. Con la muerte del papa, la atención de los medios fue a sus parientes directos, que no podrían ir a despedirlo al Vaticano. Sus dos sobrinos de sangre no tienen la posibilidad de pagar un pasaje aéreo a Italia para ver por última vez a su famoso tío. Con su hermana María Elena, Bergoglio no volvió a verse desde aquel 2013, cuando el cónclave lo elijó como sucesor del renunciante alemán Benedicto XVI.
Ante la triste noticia, los medios volvieron a apelar a la solución fácil. “El Estado tiene que pagarles los pasajes y la estadía”. El periodista Luis Novaresio, que calificó como una “vergüenza” que el gobierno no dé una pronta solución al problema, consiguió mediante su programa los dos boletos y las noches de hotel para que sus sobrinos vayan a despedir al papa.
Claro que, ante la fuerte revolución cultural que vive la Argentina, muchos usuarios de las redes sociales se dirigieron al periodista para decirle dos cosas: que el Estado no debía usar recursos de los contribuyentes para llevar a los familiares de Francisco y que su actitud, junto a la de su producción, fue tan noble como eficiente, justa y moral. Las personas que quisieron, colaboraron voluntariamente para la concreción del objetivo.
Lo curioso de la situación es que un país debatía “quién debía pagar los pasajes”, mientras que nadie parecía reparar en la cuestión importante de que la pobreza es un problema. En cierta manera, esto tiene alguna coincidencia con el enfoque de Francisco para con la pobreza: la asistencia. La condición de humildad como virtuosa, la moralidad en el asistencialismo y, lo que es peor, el prejuicio con la riqueza y la multiplicación de la misma.
No es ninguna novedad que la economía no fue el fuerte de Bergoglio. Aunque vivía en la austeridad total, el Vaticano es una ciudad y una estructura rica. Más allá de los aportes coercitivos de los países que financian al clero, de los voluntarios de la gente que decide sostenerlo y de los negocios formales del Vaticano, la riqueza, llegue de donde llegue, tiene que ser generada. Aunque comía lo mismo que sus ayudantes, se trasladaba con sus subordinados y usaba el mismo calzado hasta su destrucción total, el agua caliente, el sistema de gas, los techos, la calefacción, las cloacas, las heladeras y todo lo que habita la Santa Sede es producto de instancias capitalistas previas. Francisco y los críticos del capitalismo toman el bienestar de la actualidad como dado, pero parecen ignorar que nada de eso existía antes de la revolución industrial. Antes de eso, el papa y los reyes hacían sus necesidades y arrojaban los desechos en una cubeta de madera por la ventana.
Que dos personas no cuenten con los recursos para hacer un viaje excepcional, aunque sea una vez en la vida, merecería abrir otro debate (además del referido al financista de los boletos). Aunque aparecieron los patrocinantes voluntarios, siempre es necesaria la creación de riqueza. Lamentablemente, algo que el último papa, a diferencia de sus dos predecesores, parecía cuestionar.
Siempre es buena la ejemplaridad y la austeridad en el poder, pero lo cierto es que la pobreza no es virtuosa. Es un problema. Lo peor que podemos hacer es cuestionar el sistema que la reduce exponencialmente, por prejuicios de carácter ideológico.
Fuente: PanamPost
