
El asedio anticristiano de la izquierda brasileña y su desarticulación
MUNDO - BRASIL



Brasil, con más de 164 millones de cristianos —la mayor población cristiana de América del Sur y la segunda del mundo—, es un auténtico bastión de la fe. En un país donde más del 77 % de los habitantes se identifican como católicos o evangélicos, cualquier acción que desafíe los valores cristianos resuena como un ataque directo al corazón cultural de la nación.


En los últimos años, la izquierda brasileña ha sido señalada por su constante confrontación con el cristianismo. Aunque no comparable con las persecuciones violentas que ocurren en otras regiones del mundo, como África o Asia, muchos brasileños perciben una especie de guerra silenciosa. No hay ejércitos ni armas, pero sí políticas, discursos y publicaciones que, bajo el estandarte de la laicidad y el progresismo, impactan de forma asimétrica sobre los valores tradicionales. ¿Se trata de una estrategia deliberada o de un malentendido derivado de la “polarización” política del país?
Para un sector considerable de los cristianos, estos hechos no parecen aislados. Desde el controversial “Kit Gay” promovido por el Partido dos Trabalhadores (PT) en 2011, pasando por el post en X del Movimento dos Trabalhadores Sem-Teto (MTST) en 2024 que calificó a Jesús como “bandido”, hasta el ataque de vandalismo a una Iglesia en São Paulo el pasado 7 de abril de este año, muchos ven un patrón ideológico que desafía la moral tradicional. No hay un manifiesto explícito contra el cristianismo, pero la reiteración de provocaciones en escuelas, redes sociales, con leyes y dentro de instituciones refuerza la percepción de un conflicto soterrado.
Por su parte, tanto el PT como el MTST y otros actores de izquierda argumentan que su objetivo no es atacar la fe, sino “promover la justicia social”. En el caso del MTST, sostienen que su mensaje no pretendía ofender a Jesús, sino “criticar el populismo penal”. Frente a esta actitud que muchos pueden catalogar como cínica ¿Será que en verdad estamos ante la ausencia de una estrategia coordinada? Las reacciones y contrarreacciones generadas son un círculo vicioso que parece no tener fin.
Dentro de los muchos ataques contra el cristianismo en los últimos años, resaltemos algunos episodios concretos que alimentan la percepción de asedio. El PT y el PSOL han defendido, en distintas ocasiones, la despenalización del aborto y el acceso a políticas de salud reproductiva como parte de su agenda de derechos de las mujeres. En 2018, el PSOL respaldó debates en el Supremo Tribunal Federal (STF) sobre la despenalización del aborto hasta las 12 semanas, y el PT ha incluido en sus plataformas la defensa de los derechos reproductivos. Ambas agrupaciones también han abogado por una mayor separación entre Iglesia y Estado, cuestionando la influencia de la bancada evangélica en el Congreso, especialmente en temas como el aborto o el matrimonio igualitario.
Diputados como Jean Wyllys (PSOL hasta 2019) y Erika Kokay (PT) han criticado abiertamente el “fundamentalismo religioso” en la política brasileña. En 2021, el PT presentó una acción en el STF para restringir ciertas formas de evangelización cristiana en comunidades indígenas, argumentando que estas prácticas vulneraban derechos culturales de los pueblos originarios. La decisión preliminar del magistrado Luís Roberto Barroso, que limitaba algunas actividades misioneras, provocó un fuerte rechazo en sectores cristianos.
Calificar estas acciones como parte de una guerra asimétrica expresa bien la indignación de los fieles, pero también corre el riesgo de simplificar una situación más compleja: una agenda que busca redefinir las verdades antropológicas que conforman la identidad nacional brasileña.
Si los cristianos perciben estar librando una batalla desigual, la solución no pasa por levantar nuevas trincheras, sino por abrir espacios de diálogo fuera de las élites anticristianas que reconozcan a la fe como pilar fundamental de Brasil, y a la libertad de pensamiento con base en el respeto al otro.
Es posible desarticular esta agenda “cismogénica” lejos de las élites ideologizadas, no desde la confrontación, sino cultivando la empatía en los problemas del prójimo y la solidaridad en el quehacer diario en una misma realidad compartida. Esta es una forma de desarmar este conflicto narrativo promovido por sectores que, más que representar al pueblo, responden a intereses políticos foráneos que buscan dividir y mantener a la nación en un constante conflicto entre hermanos.
Fuente: PanamPost


Cómo es el protocolo del Vaticano tras la muerte del Papa








