Hablar de «invadir» o de «atacar» a Venezuela es hacerle el juego a la dictadura chavista

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Hay muy poca gente que a esta altura considere que en Venezuela hay una democracia vigente. Aunque todo era muy evidente para el que quisiera mirar la cuestión desde una perspectiva medianamente objetiva, parece que hizo falta pasar por la locura de la proscripción a la líder de la oposición y por unas elecciones fraguadas, donde el gobierno ilegítimo se mantuvo, aún sin mostrar las actas que sí pudo exponer Edmundo González Urrutia ante el mundo.

Ya con la dictadura blanqueada ante las democracias civilizadas, todavía se discute si el problema lo deben «resolver los venezolanos» (como propone el chavismo, falacia absoluta, ya que se trata de una fuerza de ocupación que no se va a ir por las buenas) o si es necesaria una intervención externa.

Estados Unidos, que decidió bajo la gestión del presidente Donald Trump desarticular al Cartel de los Soles, puede colaborar con la problemática que ya tiene más de dos décadas de triste vigencia. Cuestionar esta posibilidad, a esta instancia, no es otra cosa que hacerle el caldo gordo al chavismo para que se mantenga en el poder como lo ha hecho la dictadura cubana.

Sin embargo, en el debate hay un tema que suena meramente retórico, pero que tiene una importancia fundamental, ya que, de no hacerlo, se está convalidando una de las premisas predilectas de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello. Ellos, a la hora de hacer referencia a un enfrentamiento con las fuerzas estadounidenses, que parecerían determinadas a desarticular el cartel que tiene de rehén al país, hablan de una «invasión a Venezuela». De un «eventual ataque a Venezuela». Es decir, aunque sea de lo discursivo, ponen al gobierno ilegítimo como la representación de un país, como si se tratara de una potencia que pretende atentar contra las autoridades legítimas.

Por lo tanto, en sus proclamas diarias (que cada vez evidencian más nerviosismo), la dictadura cuestiona la posibilidad de una «invasión» o un «ataque» a Venezuela. Retóricamente, se meten en la misma bolsa en la que está el país aprisionado, para argumentar que los quieren «atacar» a todos como nación. Una falacia tan grande, solamente equivalente al delirio de que ellos representan a un gobierno legítimo.

Del lado de los que respaldan la intervención externa que facilite las cosas, muchos incluso hablan de la necesidad de una «invasión» o de un «ataque», lo que, discursivamente, termina convalidando la tesis de la falacia chavista que sugiere que ellos «son» Venezuela. Hasta los que cuestionan la acción directa y piden el acuerdo del parlamento estadounidense como el libertario Ron Paul (que no es alguien que pueda simpatizar con una narcodictadura socialista), hacen referencia al «ataque a Venezuela». El chavismo, con estas expresiones, queda completamente agradecido.

Aunque parezca una cuestión menor, estos procesos históricos exceden a lo que sucede en el territorio e incluso a la utilización de la fuerza. Muchas veces es necesario imponerse en el ámbito de las ideas para generar cambios en la política real, para poder solucionarle la vida a millones de personas. Cada vez que el chavismo haga referencia al supuesto «ataque» o a una «invasión» a «Venezuela», hay que recordar desde todos los micrófonos y los reflectores que ellos no «son» Venezuela. Luego se discutirá, con términos adecuados, cuestiones como una «intervención» o incluso, un ejercicio de «liberación», ya que nadie puede decir en su sano juicio que EEUU intenta poner un gobierno títere tras la eventual caída del régimen. Los venezolanos cuentan con la fortuna de que el cartel de Miraflores fue demasiado lejos y que el gobierno actual de Trump está dispuesto a desarticularlo. Desde su gobierno no se ha planteado nada que se asemeje a una «invasión» ni a un «ataque» al país.

Los venezolanos ya eligieron a sus autoridades legítimas y todo lo que pueda contribuir al cambio de mando no es ni un «cambio de régimen» ni mucho menos una «invasión o un ataque». Eso es lo que la fuerza de ocupación pretende imponer en un debate retórico en el que no hay que entrar.

Fuente: PanamPost

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