





La declaración publicada esta semana por el Frente Reformista de Irán, que expone una serie de demandas para cambios radicales en la política nacional y exterior, ha atraído considerable atención en los medios israelíes.


Entre las demandas se encuentran la reanudación de las negociaciones con Estados Unidos, la suspensión del enriquecimiento de uranio a cambio del levantamiento de las sanciones, la liberación de todos los presos políticos, la abolición del código de vestimenta islámico y la retirada de la Guardia Revolucionaria de la participación política.
¿Es este un acontecimiento interesante?
Sin duda.
Refleja el discurso mordaz que ha caracterizado durante mucho tiempo a los dos principales bandos políticos de Irán: los conservadores radicales y los reformistas pragmáticos, que distan mucho de ser monolíticos.
Este discurso ha resurgido con mayor intensidad desde el fin de la guerra con Israel.
El llamado a un “cambio paradigmático”, expresado inmediatamente después de la guerra por académicos, expertos y activistas políticos, principalmente de los círculos pragmáticos de Irán, expresa dos cosas.
En primer lugar, se reconoce la urgente necesidad de abordar las crecientes crisis internas, en particular la económica, mediante cambios en la política interior y exterior.
En segundo lugar, en su opinión, la guerra creó una oportunidad para implementar estos cambios al aprovechar la movilización pública en torno al sentimiento patriótico y nacionalista que desató.
Además, los reformistas consideran actualmente este período de aprendizaje y preparación para la era post-Khamenei como una nueva oportunidad para fortalecer su posición política tras años de marginación de los procesos de toma de decisiones en Irán.
Por lo tanto, no sorprende que la declaración del Frente generara fuertes críticas de la derecha conservadora, incluyendo acusaciones de traición y capitulación ante los dictados occidentales.
Sin embargo, la pregunta clave es si esta declaración indica un cambio en el equilibrio de poder político dentro de la élite gobernante de Teherán.
En este punto, es importante destacar que las instituciones de gobierno de Irán siguen dominadas por los conservadores, incluso después de la victoria de Masoud Pezeshkian en las elecciones presidenciales del año pasado.
El reciente nombramiento de Ali Larijani, un conservador pragmático, como secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional no ha alterado fundamentalmente el equilibrio de poder.
Además, contrariamente a algunos informes recientes, el Frente de Reforma no debe considerarse “la facción del presidente”.
Algunos de sus miembros (una coalición de organismos y partidos) apoyaron la candidatura de Pezeshkian, principalmente porque lo consideraban “el mal menor” en comparación con su rival Saeed Jalili, identificado con el Frente de la Firmeza, la facción radical-revolucionaria de derecha.
Jalili, por cierto, sigue siendo uno de los dos representantes del líder en el Consejo Supremo de Seguridad Nacional.
Además, incluso dentro del bando pragmático y entre algunos partidarios del presidente, se han expresado reservas en los últimos días sobre la declaración del Frente.
Los críticos argumentan que debilita al presidente precisamente durante estos difíciles días de la posguerra y que, en última instancia, podría beneficiar a los círculos radicales.
Más importante aún, durante el último año, y en particular desde la guerra, el gobierno e incluso el Consejo Supremo de Seguridad Nacional han realizado esfuerzos para aliviar las tensiones entre las autoridades y la ciudadanía y evitar la reanudación de las protestas.
Por ejemplo, el Consejo suspendió la implementación de un proyecto de ley aprobado en el Majlis [Parlamento] que habría introducido penas más severas para las mujeres que violaran el código de vestimenta islámico.
Recientemente, el gobierno también decidió no implementar otra propuesta que exigía restricciones más estrictas a la publicación de contenido sensible en redes sociales.
El nombramiento de Ali Larijani como secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional también podría interpretarse como un mensaje conciliador de las autoridades.
Dicho esto, la represión política y civil no ha disminuido, sino que se ha intensificado desde la guerra, incluyendo una ola de arrestos y ejecuciones masivas.
Asimismo, no ha habido señales de cambio en la posición del presidente en relación con otros centros de poder en Irán, en particular la Oficina del Líder Supremo y la Guardia Revolucionaria Islámica.
Además, hasta la fecha no ha habido indicios de un cambio en la política exterior iraní.
Teherán no muestra una voluntad genuina de reanudar las negociaciones con Estados Unidos sobre la cuestión nuclear.
Sigue negándose a la reanudación de las inspecciones del Organismo Internacional de Energía Atómica y mantiene su compromiso con sus aliados en el llamado “Eje de la Resistencia” en Líbano, Irak, Yemen y la arena palestina.}
En conclusión, la guerra de 12 días ha reavivado el debate en Irán sobre las lecciones que se pueden aprender de la guerra, tanto en términos de su política interna como externa.
Este discurso refleja las luchas de poder y las divisiones que han caracterizado el sistema político y la esfera pública iraní durante años.
Sin embargo, en esta etapa, no hay indicios de ningún cambio sustancial en la estructura política ni en el equilibrio de poder en la élite gobernante.
Las transformaciones significativas serán improbables mientras no se produzca un cambio real en el régimen iraní, en particular en lo que respecta a la sucesión del líder supremo.
Fuente: INSS – The Institute for National Security Studies





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