¿Hasta dónde puede escalar el conflicto entre Irán e Israel? De la caída del régimen a una guerra regional

ISRAEL Hugo Marugán*
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Lo que durante años ha sido una chispa a punto de estallar es ahora un fuego descontrolado. En la madrugada del viernes, Israel lanzó un ataque a gran escala contra Irán buscando dañar sus instalaciones nucleares y acabar con buena parte de la cúpula militar —a quienes había reunido en un mismo sitio gracias a una cuidada campaña de desinformación—. El ataque causó decenas de muertos, incluidos al menos una veintena de altos cargos militares y nueve científicos nucleares. Desde entonces, el intercambio de misiles entre ambos países ha sido constante, causando muertes y destrucción. Un punto de no retorno que encamina a los dos países a un peligroso callejón sin salida.

Una confrontación directa entre Irán e Israel no estaba fuera de los pronósticos, e incluso el jueves por la mañana multitud de medios internacionales se hacían eco de que un ataque hacia la República Islámica era inminente, especialmente después de que Estados Unidos decidiera retirar a su personal de la región. Sin embargo, en ningún caso se esperaba antes del domingo, cuando estaba planeada, en Omán, una nueva ronda de negociaciones entre Estados Unidos e Irán.

Aunque Estados Unidos rápidamente se desmarcó de los ataques, el presidente Donald Trump, en una publicación en Truth Social, dejó entrever la implicación estadounidense afirmando que otorgó a Irán un plazo de 60 días para alcanzar un pacto nuclear, pero las negociaciones se encontraban estancadas. El día 61, el mandatario estadounidense dio luz verde al Gobierno de Israel para lanzar un ataque que tenían preparado desde abril y que buscaba golpear el corazón del programa nuclear iraní y descabezar a su cúpula militar. Esta decisión, como era de esperar, ha elevado la tensión entre los dos enemigos históricos a un nivel inédito, con consecuencias aún imposibles de calcular.

Trump, por su parte, ha prometido «respaldo total» a Israel pero también ha dejado claro que no quiere verse arrastrado a una nueva guerra en Oriente Medio. Quien llegó a la Casa Blanca con la promesa de acabar con la guerra en Ucrania ve ahora como, no solo ese conflicto continúa en un bucle interminable, sino que la situación en Oriente Medio puede escalar hasta límites inimaginables. ¿Cuáles pueden ser los escenarios?

Colapso controlado del régimen iraní
El gran sueño de Netanyahu. Empantanado en su política local —esta semana ha estado realmente cerca de que su coalición se uniese a la oposición—, con la Justicia siguiéndole la pista, el primer ministro encuentra en las campañas bélicas a su gran aliado para justificar su estancia en el poder. Ha debilitado enormemente a Hamás mientras sigue su expansión en Gaza, ha dejado a Hezbolá descabezada en el Líbano, en Siria cayó el régimen de Bashar Al-Asad y ahora busca la joya de la corona: acelerar un proceso interno en Irán que termine por fracturar al régimen de los ayatolás. La lógica detrás de este escenario es que una serie de golpes quirúrgicos pueden erosionar la percepción de invulnerabilidad del sistema, mostrar sus fallas defensivas y aumentar la presión social interna.

Irán lleva años bajo sanciones, sufre una inflación crónica, el desempleo afecta a millones y el descontento popular ha generado protestas masivas como las de 2022 y 2023, en las que murieron centenares de personas. Además, la sucesión del líder supremo, Alí Jameneí, de 85 años, es objeto de luchas internas cada vez más visibles.

La hipótesis de un colapso no implica necesariamente una revolución inmediata, pero sí un deterioro progresivo que puede debilitar la capacidad de respuesta del régimen, provocar divisiones en el aparato de seguridad y abrir la puerta a reformas impuestas desde dentro.

El riesgo para Israel es que un colapso desordenado podría desembocar en un vacío de poder, guerra civil o radicalización. Además, cualquier ataque exterior —como el de Israel— tiende a reforzar el nacionalismo y cerrar filas en torno al régimen, al menos temporalmente.

Intervención directa de Estados Unidos
Aunque Trump insiste en que no busca un nuevo frente bélico, su retórica ambigua mantiene al mundo en vilo. En declaraciones recientes a ABC News, el presidente estadounidense afirmó que «es posible que nos involucremos» en el conflicto entre Irán e Israel, aunque aclaró que «por el momento» Estados Unidos no está directamente implicado. En paralelo, en una publicación en Truth Social, reivindicó su papel como mediador en conflictos internacionales pasados y aseguró que la paz entre Irán e Israel es no solo posible, sino inminente: «Habrá paz pronto. Muchas llamadas y reuniones están teniendo lugar ahora mismo».

Trump también dejó abierta la puerta a que Rusia actúe como mediador, afirmando que mantuvo una larga conversación con el presidente Vladimir Putin sobre el conflicto y que el líder ruso está «listo» para asumir ese rol. Una propuesta que podría incomodar tanto a Europa como a los países del Golfo.

Si Irán lanza un ataque directo contra bases estadounidenses o hiere a personal militar norteamericano, la presión política sobre Trump para responder podría ser irresistible. Lo mismo si alguno de los aliados regionales de Estados Unidos, como Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, se ven arrastrados a la guerra. Una intervención estadounidense cambiaría radicalmente la escala del conflicto y arrastraría a otras potencias a posicionarse.

Escalada regional con múltiples frentes
Es el escenario que más temen los diplomáticos europeos y las organizaciones humanitarias. Irán no está solo en la región, dispone de una red de milicias y grupos armados leales —Hezbolá en Líbano, Hamás en Gaza, los hutíes en Yemen, las milicias chiíes en Irak y Siria— que pueden actuar como brazos externos del régimen, permitiéndole responder sin exponerse directamente.

Desde el ataque israelí, ya se han registrado enfrentamientos esporádicos en el sur del Líbano, ataques hutíes contra barcos en el mar Rojo, y explosiones en bases estadounidenses en Irak. Hasta ahora, todos los actores han calibrado sus movimientos para evitar una escalada. Pero basta un error de cálculo o un ataque con víctimas civiles significativas para romper ese equilibrio.

Una guerra regional implicaría el cierre del estrecho de Ormuz —por donde pasa el 20 % del petróleo mundial—, la interrupción de las exportaciones energéticas y un repunte inmediato de los precios globales. También podría provocar desplazamientos masivos de población, violencia sectaria en países frágiles como Irak y Líbano, y un impacto duradero en los mercados. En este escenario, países como Egipto, Turquía, Jordania o Arabia Saudí se verían forzados a elegir bando o al menos a intervenir diplomáticamente para contener la expansión del conflicto.

Una nueva fase del statu quo
Por improbable que parezca hoy, existe la posibilidad de que el conflicto entre Irán e Israel vuelva a su forma habitual. Es decir, una guerra no declarada, de ataques puntuales, sabotajes y hostigamientos indirectos.

Este statu quo, vigente desde hace más de una década, ha permitido a ambos países mantener su narrativa: Israel como defensor preventivo, Irán como bastión de resistencia. Los recientes ataques podrían haber servido para redefinir líneas rojas —Israel muestra que puede atacar dentro de Irán; Teherán demuestra que puede superar las defensas israelíes— y ahora ambos podrían buscar desescalar sin perder cara.

Estados Unidos y Europa empujan hacia este escenario, buscando mantener la tensión bajo control, sin ruptura diplomática total, y con canales abiertos para evitar un incendio generalizado. Sin embargo, la diferencia clave es que ahora las reglas del juego han cambiado y cualquier nuevo incidente puede activar una cadena mucho más rápida e incontrolable de escaladas.

*Para El Debate

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