



Ya apuntaba maneras, es verdad; pero los ataques aéreos que Israel ha empezado a lanzar contra un Irán que, no lo olvidemos, no había devuelto el último golpe recibido de Israel, han terminado de definir el perfil que Netanyahu quiere dar ante sus votantes y ante la historia. Quizá ese sea el sentido que él ha querido dar al nombre —Rising Lion— de la operación que acaba de comenzar.


A nadie puede sorprender que el controvertido primer ministro, amenazado en casa por serias acusaciones de corrupción, trate —como algunos otros que nos quedan más cerca— de defenderse con un cambio de juego. Quizá envalentonado por sus éxitos militares —fue particularmente brillante la derrota de Hezbolá—, quizá espoleado por sus fracasos políticos, Netanyahu ha creído oportuno congraciarse con su pueblo ofreciéndoles algo que ellos de verdad desean: la destrucción del programa nuclear iraní.
El ataque, que el primer ministro califica de «preventivo» —no recuerdo ningún agresor en la historia que no haya empleado este pretexto aprovechándose de que el fututo no está escrito— es absolutamente reprobable desde la perspectiva ética. A riesgo de parecer ingenuos, simplifiquemos lo ocurrido: un país que ha desarrollado un programa nuclear clandestino esgrime su derecho a atacar a otro porque ¡qué coincidencia! está tratando de desarrollar un programa nuclear clandestino.
¿Y qué importa la ética? Dirá algún lector que ética y política no tienen por qué ir de la mano. Yo no estoy del todo de acuerdo —si fuera así, lo único que se le podría reprochar a Santos Cerdán es que le hayan grabado las conversaciones— pero aceptemos pulpo como animal de compañía: destruir el programa nuclear iraní merece cualquier riesgo, cualquier sacrificio, cualquier descrédito para el Estado de Israel… siempre, claro está, que se consiga.
Lo que cabe esperar
¿Alcanzará Netanyahu ese objetivo? Por desgracia para él, es probable que llegue una década tarde a esta difícil cita. Irán tiene hoy una central nuclear operativa en Bushehr, a orillas del golfo Pérsico, que consume combustible ruso y que ni siquiera Israel se atreverá a bombardear por el riesgo de provocar una catástrofe como la de Chernóbil. Las instalaciones de centrifugadoras son más vulnerables, pero buena parte de ellas está razonablemente a salvo en instalaciones tan profundas que las armas israelíes no pueden alcanzarlas. ¿Puede localizarse cada una de ellas, cada almacén de combustible, cada laboratorio desde el aire? Quizá el lector recuerde las dificultades de los EE.UU. para controlar los programas de armas de destrucción masiva en Irak. Pues Irán es más de tres veces más extenso.
Desde una perspectiva pragmática ¿qué éxitos podrá presentar Netanyahu cuando finalice esta campaña? Es probable que presuma de haber conseguido retrasar el programa nuclear iraní… pero nadie puede cuantificar esos retrasos porque se desconocían los plazos que manejaba Teherán y porque sus líderes pondrán buen cuidado de ocultar los progresos futuros. El precio de este hipotético retraso será, por desgracia, muy alto, y se pagará en dos plazos. El primero verá el incremento del riesgo de que Teherán abandone definitivamente el tratado de no proliferación, impidiendo futuras inspecciones y alineándose definitivamente con Rusia y China —siempre dispuestas a mirar hacia otro lado, como ocurre con Corea del Norte— frente a los intereses de Occidente. El segundo plazo es, si cabe, todavía más oneroso: Netanyahu ha terminado de demostrar a los escépticos —que los había, dentro y fuera del régimen— que Irán necesita un programa nuclear.
Es muy posible que Netanyahu presuma también de haber asesinado —la palabra es correcta, porque no había hostilidades entre ambos países que justificara la aplicación del Derecho de la Guerra— a los jefes de las Fuerzas Armadas iraníes y de la Guardia Revolucionaria. Quizá el mundo esté mejor sin ellos, pero no faltarán candidatos para cubrir sus huecos. Tampoco los de los científicos eliminados, porque la tecnología nuclear no necesita ya figuras como Oppenheimer para desvelar sus secretos. Es verdad que, a pesar de todo, la noticia habrá llevado alegría a las calles de Israel… pero no hará mucho por contener la rabia de los iraníes. Si la masacre del 7 de octubre unió a los israelíes detrás de sus líderes, ¿por qué creer que no ocurrirá lo mismo con sus enemigos?
¿De qué otras cosas puede presumir Netanyahu? De cara a una parte de su opinión pública, es verdad que el primer ministro ha conseguido demostrar un poco de independencia frente al todopoderoso Trump. El presidente norteamericano firmó sin permiso de Tel Aviv una tregua por separado con los hutíes… y ahora se encuentra con que tampoco a él le piden permiso —no es lo mismo estar informado que controlar las decisiones de Netanyahu— para torpedear sus negociaciones con Irán.
¿Y mañana qué?
Con todo, la pregunta que hoy puede interesar más a los españoles es qué pasará mañana. ¿Hay riesgo de una guerra mundial? Son muchas las cosas que pueden ocurrir pero, frente a la posibilidad de una escalada descontrolada en la zona, está la realidad de una geografía que, al contrario de lo que ocurre en Ucrania, hace imposible un enfrentamiento terrestre entre ambas naciones.
Están también los límites de la capacidad militar iraní que —lo siento por los rusoplanistas— no está a la altura de la de Israel. Para el Ejército de Netanyahu todo está siendo un paseo militar. Es verdad que, si está dispuesto a pagar el precio, Jamenei puede hacer mucho daño a su enemigo, ya sea saturando las defensas de sus ciudades con misiles balísticos o poniendo bombas en sus calles. Sin embargo, Irán no puede ganar esa guerra y sus líderes lo saben.
Tampoco podemos ignorar los límites de la capacidad militar israelí, mucho más eficaz que la de su enemigo… pero incapaz de doblegar a los hutíes. Comparados con los rebeldes del Yemen, Irán juega en otra división. Tiene el doble de habitantes que Ucrania y una extensión casi tres veces mayor. Si Rusia ha lanzado sobre su vecino casi 10.000 misiles sin haber provocado más que ira entre su población, ¿qué puede hacer Netanyahu para poner a los iraníes de rodillas?
Está, por último, la voluntad de la comunidad internacional. No estamos de acuerdo en muchas cosas en estos días de intensa polarización, pero no hay un solo país en el mundo a quien convenga una guerra que pueda cerrar el estrecho de Ormuz.
No habrá pues guerra mundial. Lo que sí me temo es que, cuando esto finalice —hasta la siguiente vez— el único que va a salir beneficiado es el primer ministro Netanyahu. Es muy probable que, al final del día, consiga el que, con toda probabilidad, es su verdadero objetivo: sustraerse a la acción de la Justicia.
*Para El Debate



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