Lula no quiere pelearse con Trump

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El reciente enfrentamiento diplomático entre el presidente de Colombia, Gustavo Petro, y su par de los Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto a prueba a la izquierda militante hispanoamericana, particularmente al Foro de São Paulo. Mientras líderes como Andrés Manuel López Obrador en México —país que ahora está bajo el mando de Claudia Sheinbaum— así como Xiomara Castro en Honduras expresaron su solidaridad con Petro en sus retadores mensajes hacia el “norte”, en Brasil la postura ha sido diferente. Los vuelos con deportados desde Estados Unidos a Brasil no son una novedad, pero los medios lulistas y algunos funcionarios del gobierno convirtieron el primer vuelo bajo la administración Trump en un escándalo político. En medio de esta escena, Nicolás Maduro respaldó a Petro mientras enfrentaba un conflicto en el Catatumbo. Sin embargo, ¿dónde quedó el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva?

Trump, en este segundo mandato, ha mostrado otro enfoque de política exterior. Su estrategia de imponer tarifas con fines políticos lo ha llevado a presionar a países como Panamá, por el canal, y a Dinamarca, por temas territoriales. Incluso ha amenazado a Canadá con eliminar subsidios y reformular acuerdos comerciales si no se alinea más estrechamente con Estados Unidos. Mientras promete diálogo con Rusia y China, su política hacia Irán es de confrontación, respaldada por un firme apoyo a Israel. Desde Brasilia, Lula y su asesor especial para asuntos internacionales, Celso Amorim, observan todo esto a distancia.

Lula ha centrado su política exterior en fortalecer la relación de Brasil con los BRICS alineándose con Rusia y China, respaldando a regímenes autoritarios como los de Nicolás Maduro en Venezuela y Daniel Ortega en Nicaragua, y tomando una postura crítica hacia Israel. En lo interno, su gobierno se caracteriza por medidas contrarias al libre mercado, restricciones a la libertad de expresión y un aumento del gasto público, lo que ha alimentado un creciente descontento popular. Con la elección de una nueva directiva en el Congreso brasileño en el horizonte, Lula ha optado por mantener un perfil bajo para evitar nuevos ataques que puedan amplificar la desaprobación y generar más “mala prensa”.

La situación es tan crítica que, en una reunión con ministros el pasado 20 de enero, Lula expresó por primera vez la posibilidad de no postularse a la reelección en 2026. Según filtraciones, dijo que esta decisión “dependerá de la voluntad de Dios” y pidió a su equipo hacer todo lo posible para evitar que la derecha, en ascenso, retome el poder. Hasta ahora, no hay otro candidato dentro del espectro político brasileño que iguale la popularidad de Lula, pero en los escenarios en los que no es el candidato, las encuestas favorecen a la derecha.

Lula también enfrenta problemas de salud que complican su gestión. Su edad y recientes intervenciones quirúrgicas han limitado su capacidad de liderazgo activo, dejando gran parte de la gobernanza en manos de los partidos de la coalición que controlan el Congreso. Si decidiera reaccionar con confrontación hacia Trump, las consecuencias podrían ser devastadoras para su gobierno. La oposición ya articula una nueva propuesta de impeachment, y cualquier reacción mal calculada podría emular el colapso político que vivió Dilma Rousseff.

Con una economía debilitada por las políticas petistas, los próximos dos años parecen augurar una larga y complicada travesía para Brasil. Lula, consciente de la fragilidad de su gobierno, prefiere evitar enfrentamientos innecesarios. Con un Trump más influyente que nunca y un escenario interno volátil, su estrategia parece ser mantenerse al margen, porque si no, le puede salir muy caro.

Fuente: PanamPost

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