Uno de los mayores errores del Partido Demócrata en estas elecciones ha sido el no saber gestionar la incapacidad mental del presidente Joe Biden. En las últimas horas hemos visto varias imágenes penosas como el intento de condecorar a una señora. La medalla se cae al suelo y tras recogerla, Biden se la mete en la boca para «limpiarla». Sin duda debe creer que su saliva tiene propiedades higiénicas porque otra imagen de este fin de semana ha sido el presidente metiéndose el pie de un bebé en la boca en presencia de la madre de la criatura que no sabía qué hacer. Y estos ejemplos son los más recientes a la hora de redactar este análisis. Pero hubo muchos otros.
A nadie puede sorprender que los demócratas hayan procurado apartar a Biden de la campaña de Kamala Harris. Pero la estrategia ha seguido siendo errónea. Lo fue desde el primer momento. El primer error incontestable ha sido el que el partido haya dejado al frente del país a un hombre al que ellos mismos han dicho que no está capacitado para ser presidente de esta nación. ¿Cómo se justifica eso?
Uno de los grandes misterios de la Presidencia Biden ha sido quién gobernaba de verdad. Desde hace años los periodistas acreditados en la Casa Blanca percibían que aquello no funcionaba, que el presidente tenía problemas para responder a las preguntas que se le podía hacer, que se mantenía a los corresponsales más alejados de lo que es normal. Pero desde la oficina de Prensa siempre se respondía de forma desdeñosa a cualquier pregunta sobre la salud del presidente.
Parece una conclusión lógica que no ha sido la vicepresidente quien ha suplido a Biden en la toma de decisiones. Porque si de verdad hubiera sido ella, tan pronto como se tomó la decisión de que Biden no podía ser candidato por no estar capacitado para ejercer como presidente, lo normal hubiera sido forzar la dimisión de Biden y que Harris asumiera la Presidencia. El debate en el que el deterioro de la salud mental de Biden pasó a ser evidente se celebró el 27 de junio pasado. Si, pongamos que el 1 de julio, Biden hubiera dimitido, Harris hubiera sido presidente durante cuatro meses de campaña electoral, lo que le hubiera dado peso a su candidatura y se hubiera apartado a Biden completamente del escenario.
Recordemos que en el supuesto de que Harris ganara las elecciones ahora, los cuatro meses ya pasados en la Casa Blanca como presidente no le impedirían un teórico segundo mandato. Cuando un vicepresidente sustituye a un presidente el mandato sólo le computa como uno de los dos a los que puede aspirar si llega a estar en el cargo dos años y un día.
Pero yo más bien creo en la teoría conspirativa de que quien ha manejado los tiempos y el proceso de sustitución de Biden ha sido el clan Obama y su entorno. Ellos han sido el gran respaldo de Kamala Harris desde el primer momento cuando convencieron a Biden para que la nombrara candidata a la Vicepresidencia. Y ellos probablemente creían que tampoco había que exhibir sus ideas más de lo imprescindible porque lo primero era lavar su ideología de izquierda bastante dura que la hacía inelegible para la Casa Blanca.
El éxito o fracaso de esa operación de mercadeo y disimulo lo sabremos en la madrugada del miércoles. Entre tanto, Biden va diciendo a quien le quiere oír que si gana Donald Trump él habrá sido el único que logró derrotarle una vez. Lo cual será cierto, mas con un gran «pero». Que Biden derrotase a Trump hace cuatro años no significa que lo hubiera derrotado este año. Con toda seguridad hubiera supuesto una victoria para el republicano mucho más amplia de la que Trump podría lograr pasado mañana con Harris enfrente. Pero por más increíble que parezca, Biden y los suyos igual siguen creyendo que él ganaría esta elección.
PS: por ponerme la venda antes de la herida, éste no es un análisis sobre lo bueno que sería que Kamala Harris gane las elecciones. Esto es un análisis de los que en mi opinión han sido los errores de un partido en esta campaña y antes de que empezara. Al margen de su ideología de la que hoy no tocaba hablar.
*Para El Debate