Periodistas argentinos, no se quejen

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Antes de la irrupción de las redes sociales, la comunicación periodística atravesó varios cambios que pusieron patas para arriba a los principales actores del medio, quienes, aunque en su momento fueron influyentes, quedaron obsoletos ante los cambios. Claro que esos “nuevos” tiempos fueron, a su vez, reemplazados por otros incluso más recientes.

Marcelo Longobardi, un conocido periodista argentino, no dudó en imponerse —en su recordada mesa con Daniel Hadad— en la escena mediática, desafiando a figuras icónicas como Bernardo Neustadt y Mariano Grondona, quienes habían dominado el periodismo político en Argentina durante décadas. Aunque la competencia fue intensa, Longobard logró innovar con su enfoque bastante particular. Sin embargo, incluso su estilo fue pronto desafiado por nuevas voces, como la de Ernesto Tenembaum, quien ofrecía una comunicación más descontracturada y cercana al público.

De manera paralela, también la revista Noticias de Perfil se hizo un lugar en el marco de la innovación y la modernización. Mientras las tapas informativas estaban en los diarios, y las revistas se dedicaban a las frivolidades, el grupo de Jorge Fontevecchia se animó a lanzar una propuesta nueva: una revista política donde la nota central se ilustraría mediante una foto, a veces editada.

Los cambios abruptos, sobre todo durante la década del noventa, reordenaron el esquema comunicacional argentino. Longobardi, con su mañana de Radio 10 junto al negro González Oro y Baby Etchecopar, dominaron el share de una forma apabullante. Superaron ampliamente a los clásicos líderes como Mitre y Continental. Esto vino de la mano de fuertes innovaciones como el humor, la presencia de imitadores y los “pases”, que se hacían entre el final de un programa y el inicio de otro.

Pero, más allá de estos grandes movimientos, todo quedaba dentro del gremio. Se reacomodaban las piezas dentro del mundo del periodismo, pero el monopolio informativo seguía siendo de los comunicadores tradicionales. Podían cambiar los estilos, los formatos, hasta los comunicadores más populares, pero la cuestión de la información y de la formación de opinión estaba monopolizada por los medios y los periodistas. Se podía pensar como Página/12 o como La Nación, pero había que acudir a una opción dentro del menú establecido.

Las redes sociales e internet cambiaron todo. Los periodistas y los medios tradicionales perdieron el monopolio informativo. Pero, en lugar de adecuarse a la nueva competencia y tratar de ofrecer algo interesante al nuevo mercado abierto y desregulado, reaccionaron de la peor manera.

Ante el quiebre de la unilateralidad y el inicio de la multiplicidad de voces, el mercado eligió y los resultados incomodaron a más de uno. Ahora, frente a determinado evento político, un joven con un teléfono y una conexión a internet terminó teniendo más visitas que el canal oficial de la CNN en español. Esto no le hace ninguna gracia al mainstream informativo, que decide responder con hostilidad en vez de inteligencia.

En uno de sus últimos programas, Tenembaum evaluó la posibilidad de dejar X, ya que asegura que la red social está plagada de “trolls”, que supuestamente opinan en favor del gobierno a cambio de una retribución monetaria. Más allá de la opinión conspirativa, la actitud evidencia que el comunicador se sentía más cómodo con la unilateralidad de su voz, que con el escenario que brinda la posibilidad de respuesta. Antes, el periodista hablaba por televisión y radio, en el marco de una comunicación unilateral. Ahora, cualquier persona con un dispositivo puede responder y el público decide que punto de vista es el más acertado. Evidentemente, los profesionales de la comunicación no quieren saber nada con someter sus opiniones a la democracia masiva e instantánea.

Las decisiones editoriales de Perfil con la revista Noticias son al menos curiosas. El escándalo descomunal de Alberto Fernández, que hundió en un piso histórico al peronismo, pudiendo haber herido de muerte al kirchnerismo, tuvo solamente una tapa, la semana pasada.

“Fabiola Gate: Secretos, hipocresía y violencia” fue el tímido título que le dedicaron. En la última edición, apareció el represor Alfredo Astiz, para tratar de reeditar la cuestión de la visita de un grupo de diputados a unos detenidos por crímenes durante la última dictadura. Aunque el tema revista lógico interés periodístico, dedicarle la tapa de una revista semanal a la cuestión, no hace otra cosa que divorciar por completo la agenda del medio de interés del público. En contraposición, la publicación le ha dedicado decenas de tapas a Milei. La vara es evidentemente dispar.

La competencia simultánea con las redes sociales, que evidencia lo que la gente desea discutir, permite ver cómo, en el pasado, los medios tenían la potestad de “fijar agenda”. Al haber perdido el monopolio, quedan expuestos ante la opinión pública, que está en otras cuestiones.

Esta mañana, Marcelo Longobardi, que trata de replicar sin demasiado éxito el formato informativo del streaming en redes, compartió con sus seguidores un video de quince minutos. En los primeros doce se dedicó a hacer catarsis por un retuiteo del presidente Milei y por la falta de respuesta a un mensaje suyo al WhatsApp personal del mandatario. A continuación, el periodista le dedicó cuatro segundos a informar sobre la inflación de agosto, diciendo que “viene bien”. Finalmente, usó poco más de dos minutos para su comentario internacional.

Claro que está en todo su derecho de utilizar su tiempo en estas cuestiones, pero no debería quejarse si la mayoría de los usuarios deciden darles sus clicks a otras opciones.

El cambio llegó para quedarse y cada uno puede elegir cómo posicionarse. Lo bueno de internet es que hay espacio para todos, pero, después, a no quejarse cuando se expresa la mayoría.

Fuente: PanamPost

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