Jordan Bardella, el pulgarcito que ha aplastado sin contemplaciones a todos sus contrincantes

MUNDO José María Ballester Esquivias*
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En qué barrio vive usted?», le espetó Jordan Bardella el pasado 12 de abril, en el transcurso de un debate radiofónico, a su oponente socialista Raphaël Glucksmann, brillante eurodiputado, buen orador y con sólida formación académica; pero con un «defecto»: es el epítome de la izquierda de salón –la gauche caviar, según la expresión consagrada– y de unas élites intelectuales parisinas supuestamente desconectadas de la realidad de los ciudadanos normales y corrientes. Por si no fuera suficiente para su crucifixión mediática, es hijo del filósofo André Glucksmann –fallecido en 2015– y comparte la vida de Léa Salamé, conocida e influyente presentadora televisiva.

Frente a este currículum, Bardella exhibe, sin complejo alguno, el suyo: hijo de inmigrantes italianos perfectamente integrados en Francia, educado en una barriada popular de Sena-Saint Denis (la provincia limítrofe de París, cuyos doce diputados pertenecen a la formación de extrema izquierda La Francia Insumisa), con una licenciatura en Historia a medio acabar, y de chico normal que se toma cañas con sus amigos mientras ve el fútbol por televisión.

O no tan normal, pues anda emparejado con Nolwenn Olivier, hija de Marie-Caroline Le Pen, sobrina carnal de Marine y nieta de Jean-Marie. La vía sanguínea sigue siendo una baza en la Agrupación Nacional (RN), que preside desde hace dos años y que arrancó, vía el sufragio de los militantes, al hoy alcalde de Perpiñán, Louis Aliot, antaño compañero sentimental de Marine Le Pen.

Pero el nepotismo importa bien poco a los votantes de Bardella, un público más preocupado por la inflación, delincuencia, factura energética o la islamización que por los grandes debates doctrinales. Como él mismo, que pasa olímpicamente de las controversias sobre la Segunda Guerra Mundial o la descolonización que tanto animaban la vida del partido en tiempos de Jean-Marie Le Pen.

Lo mismo cabe decir de los asuntos antropológicos, o de ingeniería social, empezando por la legalización del matrimonio homosexual a la que se opuso en su momento. Ahora, no tiene la más mínima intención derogarlo: el asunto dejó de ser reclamo electoral hace ya tiempo.

El negocio político de Bardella es distinto: va a por la cajera del supermercado a la que atracan cuando vuelve a su casa, a por el pequeño empresario abrumado por una presión fiscal cada vez más agobiante, a por el matrimonio de agricultores que pronto se verá abocado a dejar su explotación. Va a por las víctimas de una globalización mal gestionada. O mal entendida, según se prefiera. En esto es el alumno aventajado de la «Generación Marine».

La fórmula funciona. Un ejemplo: Crépol, tranquilo municipio del sureste de Francia hasta que hace unos meses fue víctima de un crimen bárbaro cometido por un extranjero en situación irregular. En las anteriores elecciones europeas, las de 2019, el RN sacó en Crépol el 23,15 % de los votos; el domingo pasado, el 45,7 %, frente al 12% de la candidatura macronista. Todo está dicho.

Bardella es, asimismo, un lobo de los platós, en los que ya se ha enfrentado a un buen puñado de ministros y a los más implacables entrevistadores franceses. No siempre ha ganado, pero nunca ha salido trasquilado. Su juventud y su discurso desacomplejado le avalan. Da igual que con frecuencia ofrezca datos no comprobados, respuestas aproximativas o soluciones de difícil aplicación. Lo importante es el relato. ¿Pero será suficiente para gobernar un país cuya situación es insostenible?

*Para El Debate

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