2024 fue un mal año para los autócratas del mundo

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El año 2024 quedará marcado como un punto de inflexión para los regímenes autoritarios en diversas regiones del mundo. Según un análisis de Juan Forero y Jon Emont, editores internacionales de The Wall Street Journal, las caídas inesperadas de los gobiernos en Siria y Bangladesh, junto con las presiones crecientes en otros regímenes dictatoriales, revelaron una fragilidad que parecía improbable en contextos de represión y control. Sin embargo, también dejaron retos complejos para las democracias emergentes.

El fin de una era: Bashar al-Assad cae en Siria
La caída del régimen de Bashar al-Assad en 2024 marcó el fin de una dictadura de 24 años que había moldeado la política de Siria y gran parte del Medio Oriente. Este colapso, aunque inesperado para muchos observadores internacionales, se gestó en un contexto de presión interna creciente y el debilitamiento de las alianzas estratégicas que sostenían al gobierno de Assad.

El avance de las fuerzas rebeldes hacia Damasco, la capital siria, fue el golpe definitivo. Los grupos insurgentes, que en su mayoría tienen orígenes vinculados a organizaciones extremistas como Al Qaeda e incluso al Estado Islámico, lograron superar las defensas del régimen. Este logro, reseña WSJ, fue posible gracias a la combinación de descontento popular, errores estratégicos del gobierno y una relativa falta de apoyo material de sus aliados tradicionales, Rusia e Irán.

Durante años, Bashar al-Assad se apoyó en una coalición conocida como el “Eje de Resistencia”, conformada por Irán, Rusia y grupos terroristas como Hezbollah. Esta alianza le permitió resistir no solo a los levantamientos iniciales de la Primavera Árabe, sino también a la guerra civil que siguió. Sin embargo, esta red de apoyo mostró su límite en 2024.

El desmoronamiento de esta coalición comenzó en 2023, tras el brutal ataque del grupo terrorista Hamas contra Israel, un evento que tensó los recursos y la capacidad militar de los aliados de Siria. Rusia, debilitada por las sanciones internacionales y las enormes pérdidas humanas y materiales en su guerra contra Ucrania, no pudo ofrecer el mismo nivel de apoyo logístico y militar. Por su parte, Irán, enfrentando ataques directos en su territorio por parte de Israel, un creciente descontento interno y problemas económicos, tampoco logró sostener a Assad en el poder.

La caída de Assad fue un golpe especialmente duro para Irán, que durante años invirtió recursos estratégicos en Siria. Además de proporcionar financiamiento y petróleo subsidiado al régimen sirio, Teherán utilizó a Siria como base para expandir su influencia en el Medio Oriente y mantener una posición agresiva hacia Israel.

En 2024, con Assad fuera del poder, Irán perdió un aliado clave y al mismo tiempo a un importante bastión militar. Las milicias respaldadas por Teherán, como Hezbollah, sufrieron derrotas significativas en Gaza y el Líbano, mientras que la economía iraní continuó deteriorándose. Los apagones recurrentes y la depreciación de su moneda reflejaron el costo de sostener una política exterior expansiva en medio de una crisis interna.

La caída del régimen de Assad dejó a Siria en una encrucijada. Aunque los rebeldes prometieron respetar los derechos de las minorías y construir un gobierno inclusivo, persisten profundas dudas sobre su capacidad para liderar una transición democrática. Sus vínculos pasados con ideologías extremistas y su historial de abusos generan temores de que el país pueda caer en un nuevo ciclo de violencia sectaria.

Además, la reconstrucción de Siria se presenta como un desafío monumental. Después de más de una década de guerra civil, el país enfrenta una devastación casi total de su infraestructura, con millones de desplazados internos y refugiados. La comunidad internacional se encuentra dividida sobre cómo manejar esta transición: mientras algunos abogan por un apoyo masivo para estabilizar al país, otros temen que los recursos puedan fortalecer a grupos radicales.

La caída de Assad tuvo un eco más allá de las fronteras sirias, enviando un mensaje claro sobre la vulnerabilidad de los regímenes autoritarios. Su colapso simbolizó el debilitamiento del eje de autocracias que incluye a Rusia, Irán y otros aliados en el Medio Oriente. Al mismo tiempo, inspiró a movimientos opositores en países como Venezuela y Myanmar, que ven en Siria un ejemplo de cómo la presión puede romper estructuras de poder aparentemente inamovibles.

Sin embargo, el desenlace también subraya la complejidad de los cambios de régimen en contextos autoritarios. “Los regímenes autocráticos son más frágiles de lo que parecen, pero su caída no garantiza el surgimiento de democracias estables”, explicó al WSJ Larry Diamond, académico de la Universidad de Stanford.

Protestas estudiantiles derriban al régimen en Bangladesh
El gobierno de 15 años de Sheikh Hasina en Bangladesh llegó a su fin en agosto de 2024, tras un levantamiento liderado por estudiantes que expuso profundas fracturas en el país. Este movimiento, que tomó por sorpresa a observadores nacionales e internacionales, marcó un cambio drástico en una nación acostumbrada al dominio del partido Liga Awami, que gobernó durante más de una década con un enfoque autoritario y represivo.

Las protestas comenzaron como una respuesta a la creciente frustración entre los jóvenes de Bangladesh, quienes enfrentaban altas tasas de desempleo, corrupción institucionalizada y represión de la disidencia. El movimiento estudiantil surgió como una voz colectiva de descontento, exigiendo reformas democráticas, transparencia y justicia frente a las acusaciones de abusos sistemáticos cometidos por el gobierno de Hasina.

El detonante inmediato fue una serie de incidentes en los que miembros de la élite política se vieron implicados en corrupción y favoritismo descarado. Estos casos, amplificados por redes sociales y medios independientes, hicieron reaccionar a estudiantes de universidades y colegios en Dhaka y otras ciudades, que salieron a las calles con una fuerza inesperada.

El régimen de Hasina, conocido por su control estricto del aparato político y la supresión de la oposición, no pudo contener la marea de protestas. Aunque inicialmente intentó reprimir las manifestaciones con el uso de la policía y fuerzas paramilitares, explica WSJ, la amplitud del movimiento superó las capacidades de contención del gobierno. Las calles de Dhaka se llenaron de multitudes exigiendo su renuncia, mientras sectores clave de la población comenzaron a retirarle su apoyo.

La situación empeoró con denuncias de violencia y linchamientos contra miembros del partido gobernante. Esto no solo socavó aún más la legitimidad del régimen, también generó una sensación de caos y urgencia que aceleró su caída. Finalmente, Sheikh Hasina anunció su dimisión, marcando el fin de una era de 15 años de gobierno autoritario.

El liderazgo del país pasó a manos de un gobierno interino encabezado por Muhammad Yunus, un destacado economista y premio Nobel de la Paz. Reconocido por su trabajo con el microcrédito y el desarrollo social, asumió la difícil tarea de estabilizar un país profundamente polarizado y lidiar con las altas expectativas de una población ansiosa por el cambio.

“Los niveles de expectativa son altísimos, pero cumplir con ellos será extremadamente difícil”, reconoció Yunus en sus primeras declaraciones como líder interino. Las denuncias de violencia contra miembros del partido derrocado y las tensiones religiosas plantearon los primeros desafíos.

India, el vecino más influyente de Bangladesh, acusó al nuevo gobierno de no proteger adecuadamente a las minorías hindúes, lo que tensó las relaciones diplomáticas entre ambos países. Por su parte, Yunus rechazó estas afirmaciones, argumentando que el gobierno está comprometido con la equidad y la justicia.

El movimiento que derrocó a Hasina expuso el descontento social y las divisiones internas del país. Las diferencias entre grupos étnicos, religiosos y políticos se hicieron más evidentes a medida que Bangladesh se adentraba en un período de incertidumbre política.

Además, las tensiones con India agregaron un nivel adicional de complejidad. Como el socio comercial más importante de Bangladesh y una potencia regional clave, India observó con preocupación la transición política. Las acusaciones de violencia sectaria contra hindúes fueron un tema recurrente en los primeros meses del nuevo gobierno, y Nueva Delhi intensificó la presión diplomática para garantizar la protección de esta minoría.

El futuro del país es incierto, pero los eventos de 2024 evidenciaron el potencial de las generaciones jóvenes para remodelar la política en contextos de represión. La transición en Bangladesh será observada de cerca, no solo por sus vecinos, sino también por el mundo, como un caso emblemático de cambio político impulsado desde la base.

Tensiones y caídas globales en los autoritarismos
El año 2024 no solo marcó la caída de regímenes autoritarios en Siria y Bangladesh, también intensificó las presiones sobre otras dictaduras consolidadas en diversas partes del mundo. Desde América Latina hasta Asia, gobiernos autocráticos enfrentaron desafíos significativos, dejando ver las tensiones internas y externas que amenazan su estabilidad.

Venezuela: una oposición revitalizada
En Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro, que mantuvo un control férreo sobre el poder a pesar de años de crisis económica y humanitaria, enfrentó un renovado desafío por parte de la oposición. Inspirados por el colapso del régimen de Bashar al-Assad en Siria, líderes opositores destacaron cómo incluso las dictaduras aparentemente invencibles pueden caer bajo la presión adecuada.

El resultado de las elecciones presidenciales, ampliamente cuestionado por la comunidad internacional y señaladas como fraudulento, generó un clima de protestas y resistencia. Aunque el régimen de Maduro sigue contando con el apoyo de aliados clave como Rusia, China e Irán, las sanciones económicas y el aislamiento diplomático continúan debilitando su capacidad para mantener una economía funcional y controlar el descontento interno.

Irán: pérdidas estratégicas y crisis interna
El régimen teocrático de Irán vivió uno de sus años más desafiantes. Además de la pérdida de su aliado Bashar al-Assad en Siria, las fuerzas respaldadas por Teherán sufrieron derrotas importantes en Gaza y el Líbano. Esto incluyó la incapacidad de contrarrestar los ataques de Israel, que por primera vez llevaron la guerra al territorio iraní mediante bombardeos a sistemas antiaéreos y asesinatos selectivos.

Internamente, Irán enfrentó una creciente crisis económica agravada por sanciones internacionales, apagones eléctricos y una moneda en caída libre. A pesar de contar con inmensos recursos de petróleo y gas, el país tuvo dificultades para mantener su infraestructura energética debido a años de mala gestión y corrupción.

El descontento popular, alimentado por la represión gubernamental y las malas condiciones de vida, planteó un desafío adicional para el régimen, que profundizó la represión para mantenerse en el poder. Según WSJ, las tensiones en Irán reflejan un símbolo del fracaso de los autoritarismos en adaptarse a las demandas de sus poblaciones.

Rusia: el alto costo de la guerra en Ucrania
En Rusia, el régimen de Vladimir Putin también experimentó tensiones crecientes. La invasión a Ucrania, que comenzó en 2022, continuó cobrándole un alto precio tanto en términos económicos como humanos. Con más de 750.000 bajas estimadas según el Reino Unido, y un rublo que sigue perdiendo valor frente a las monedas extranjeras, el costo de la guerra dejó al país aislado diplomáticamente y enfrentando sanciones que redujeron drásticamente su capacidad de comerciar.

Además, las sanciones impuestas al Gazprombank, uno de los principales conductos financieros de Rusia, limitaron aún más sus opciones económicas. A pesar de los esfuerzos por fortalecer lazos con aliados como China, Irán y Corea del Norte, los desafíos internos y externos continúan socavando la posición de Putin, incluso dentro de su círculo de poder.

Myanmar: la junta militar en declive
En Asia, la junta militar de Myanmar, que tomó el poder tras un golpe de estado en 2021, perdió muchas extensiones de territorio frente a grupos rebeldes. La creciente incapacidad de las fuerzas militares para contener la insurgencia llevó a analistas a cuestionar si el régimen podrá sostenerse a largo plazo.

Aunque la junta aún cuenta con el apoyo diplomático y comercial de China, las tensiones económicas y las presiones internacionales aumentaron. Myanmar enfrenta no solo la resistencia interna, sino también el aislamiento global, con sanciones y restricciones que complican sus intentos de consolidar el poder.

El bloque “Crink” y las alianzas autoritarias
A pesar de los retrocesos individuales, las autocracias intentaron fortalecer sus alianzas. El bloque compuesto por China, Rusia, Irán y Corea del Norte —apodado “Crink”— intensificó su cooperación económica y militar en un intento de contrarrestar la influencia de las democracias occidentales.

China, el líder más poderoso del grupo, enfrentó su propia crisis de crecimiento, con una economía afectada por un mercado inmobiliario en declive y tensiones comerciales crecientes, particularmente con Estados Unidos. El presidente electo Donald Trump prometió imponer nuevas tarifas a productos chinos, lo que podría exacerbar las dificultades económicas de Beijing y aumentar la incertidumbre en la región.

El año 2024 dejó en evidencia que los regímenes autoritarios enfrentan una línea delgada entre la estabilidad y el caos. Según Marcel Dirsus, autor del libro Cómo caen los tiranos, las dictaduras suelen depender de un círculo estrecho de lealtades que, aunque efectivo para mantener el poder a corto plazo, genera resentimiento en la población general debido al favoritismo y la corrupción.

El análisis de Forero y Emont destaca que los regímenes autoritarios, aunque parezcan invencibles, no son inmunes a la presión interna y externa. Las lecciones de Siria y Bangladesh inspiran a los movimientos de oposición en todo el mundo, pero también subrayan la necesidad de planificación estratégica para asegurar que los cambios de gobierno conduzcan a sociedades más justas y equitativas.

Fuente: Infobae

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